El Adviento, días de esperanza y gozo, es un tiempo eminentemente mariano que aparece mediado por la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen. El rostro de la imagen que hoy presentamos, de la Parroquia de Santiago de Écija, representa a la perfección a la Virgen como la llena de gracia, que es como Gabriel se dirige a María en el Evangelio de Lucas que se proclama en esta fiesta, el de la Anunciación.
La parroquia astigitana de Santiago, cuya construcción comenzó en los últimos años del siglo XV, tuvo como primitiva capilla del Sagrario la colateral de la nave del Evangelio, sede de la Hermandad Sacramental que había sido fundada en 1543. Actualmente se encuentra presidida por el Cristo de la Expiración, obra de Pedro Roldán fechada en 1680, en el magnífico retablo tardogótico con pinturas de Pedro Campaña. En el siglo XVIII esta capilla se había quedado pequeña para la creciente feligresía de esta collación, por lo que se adquiere una casa contigua a la parroquia en 1756 para construir otra de mayores dimensiones. La nueva capilla fue inaugurada en 1768 y en su construcción intervinieron los arquitectos Pedro de Silva y Ambrosio de Figueroa.
En 1790 se encarga el retablo para esta nueva capilla del Sagrario al maestro ecijano Francisco Javier Díaz y Acevedo, quien, como señala el investigador Gerardo García León, era tallista y arquitecto por la Academia de San Fernando de Madrid, lo que explica su diseño clasicista. Así, en realidad este retablo es una portada que da acceso a otro Sagrario, más íntimo y recogido, siguiendo la tradición de los sagrarios ecijanos del siglo XVIII, como apunta igualmente dicho historiador, y está presidido por un relieve que proviene del anterior retablo sacramental, el cual se había retirado para colocar el Cristo de la Expiración en 1792, y que representa la Sagrada Cena, a cuya izquierda aparece una imagen de Santa Apolonia y a su derecha la Inmaculada Concepción.
Esta escultura de la Inmaculada Concepción de la Virgen ha sido atribuida al artista lisboeta Cayetano Alberto de Acosta, por similitudes con otras obras de este escultor y retablista, como la Inmaculada de la capilla del Palacio Arzobispal de Sevilla.
Presenta gran movimiento y destaca por su belleza y unción, consiguiendo su rostro, enmarcado por la larga melena que cae por los hombros, representar a la perfección la plenitud de gracia de la escogida para ser la Madre de Dios.
La Virgen aparece de pie, siguiendo el modelo típico de esta iconografía mariana, con las manos unidas en oración, las cuales se giran levemente hacia su derecha, mientras su mirada se dirige hacia el lado opuesto, dotando la imagen de elegante dinamismo, reforzado por la flexión de su pierna derecha, así como por el vuelo del manto.
Antonio Rodríguez Babío
Delegado diocesano de Patrimonio Cultural