Santa María, Reina del Carmelo,
Madre de Dios y Madre Nuestra,
Estrella que conduces nuestros pasos hacia tu bendito Hijo
y acrecientas en nosotros el deseo de imitarlo
con constancia y fidelidad.
Virgen Sencilla y Obediente,
Doncella Pura y Generosa,
Abogada Justa y Clemente,
Discípula Atenta y Servicial,
Defensora de los pobres,
Valedora de los más débiles,
intercede por nosotros que
recurrimos a Ti,
que buscamos en Ti
bálsamo para nuestras llagas,
alivio a nuestros pesares,
gozo para nuestra vida,
salud de alma y cuerpo
para asistir a todos desinteresadamente.
No nos desampares, Señora Nuestra.
No te olvides de nosotros.
No dejes de enjugar nuestras lágrimas.
No ceses de curar nuestras enfermedades
y mitigar nuestros dolores.
Trono de la Sabiduría,
concédenos la gracia que te pedimos
con humilde fe, pues necesitamos
que crezca nuestra confianza,
nuestra esperanza se avive,
y se enardezca nuestra caridad.
Reina de las familias,
allana el camino de nuestra vida.
Disipa las angustias que nos agobian.
Arranca de nosotros la tristeza.
Cancela los temores y sufrimientos
que no nos dejan conciliar el sueño.
Siembra la paz en nuestro interior.
Rosa mística,
sabemos que contigo no quedaremos defraudados,
pues Tú eres Refugio de los pecadores,
eres Madre buena y amorosa,
que siempre acudes en ayuda de tus hijos
que te veneramos con fervor.
Auxilio de los Cristianos,
tenemos la certeza de que tu mano poderosa
solucionará los problemas que tanto nos acongojan y
la violencia que marchita nuestra convivencia
y ensombrece nuestro futuro.
Santísima Virgen María,
tómanos entre tus brazos con la misma ternura
con que acariciabas, consolabas y cuidabas de Jesucristo,
nuestro Redentor,
nuestro Hermano y Amigo,
nuestro Señor,
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA