Con la Solemnidad de la Santísima Trinidad damos gracias a Dios por el regalo que es para la Iglesia y el mundo la vida contemplativa, los monjes y monjas consagrados a Dios que ofrecen sus vidas como una lámpara encendida de donación de amor y de ofrenda a la Santísima Trinidad, orando constantemente por la Iglesia y por todos nosotros. Ellos son como una luz que nos recuerda que ser amigos de Dios es siempre una experiencia gozosa, la vivencia que nos hace testigos creíbles del amor de Jesús y de la verdad del Evangelio. Cada estilo de vida consagrada –que está en el corazón mismo de la Iglesia (cf. Vita Consecrata, n. 3)— hace presente a Jesucristo en nuestro tiempo en el servicio a los pobres o a los que sufren, a los enfermos, en la educación o las misiones. Pero los contemplativos nos hacen presente a Jesús que subía al monte a orar a su Padre como buscadores apasionados y testigos de Dios en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad. Esta jornada en favor de los que oran –Jornada Pro Orantibus— nos compromete con ellos. Queremos nosotros pedir también por ellos, puesto que están siempre sosteniéndonos con su oración y entrega ante Dios.
Quiero invitaros, además, a prepararos a lo largo de esta semana para celebrar el Corpus Christi. Tenemos la oportunidad de acoger esta celebración como verdaderos cristianos, discípulos y amigos del Señor, a quien recibimos y veneramos en la Eucaristía, porque es el Misterio de Amor donde permanece para nuestra adoración y alimento espiritual. Ya se han presentado en Cádiz y en otras muchas ciudades los actos preparados a partir del próximo lunes 13 de junio para la celebración de la festividad del Corpus Christi el domingo 19 de junio. Pueden ser de gran ayuda para un acercamiento sincero y agradecido a Cristo, Nuestro Señor, realmente presente en el Sacramento del Altar. No es posible vivir la fe sin la Eucaristía, sin recibir al Señor con ilusión, como tantos niños que en estas últimas semanas han comulgado por primera vez y lo han festejado con sus familias.
La procesión del día del Corpus tiene un gran significado, sobre todo para vivir ahora – con tantas dificultades sanitarias y económicas, y con gran desorientación en la vida personal de muchos— como un tiempo de consuelo que nos viene del amor del Señor, porque estas realidades, los sufrimientos personales y comunitarios, no nos dejan desamparados, sino que nos adentran en el Corazón de Cristo, crucificado y resucitado, fuente de toda esperanza. El Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de ciudades y pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos.
Las llagas del Señor crucificado son transfiguradas en el Cuerpo del Resucitado. La presencia de Cristo nos da la paz que necesitamos y la dirección que necesita el mundo dividido y desnortado, y nos lleva a vivir en comunión y a estar presentes junto al Cuerpo de Cristo en los necesitados. Quien tiene un corazón limpio siempre podrá ver esa conexión hermosa entre el Pan de vida y el cuerpo roto de Cristo en el pobre (cf. Sta Teresa de Calcuta). Os invito, pues, encarecidamente a preparar esta solemnidad del “Corpus Christi” acercándonos al Señor, celebrando la Eucaristía, haciendo Adoración al Santísimo en las parroquias, oratorios y comunidades, dejando al Señor que nos lleve de la mano de la adoración a la vida con sentido y al compromiso para transformar con Cristo la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (cf. NMI 29).