El sacerdote Manuel Jiménez Bárcenas, arcipreste de Fuengirola-Torremolinos, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo IV de Cuaresma, 27 de marzo (Lucas 15, 1-3.11-32).
Seamos sinceros: el hijo menor era un sinvergüenza. No contento con entristecer a su padre pidiéndole la herencia, lo abandona y se la gasta. Cuando se arruina se acuerda de su padre, pero no por la pena que este pueda tener, sino porque sabe que en la casa paterna va a estar bien. Y se sale con la suya, ¡qué coraje!
El hijo mayor siempre estaba con su padre y podría parecer el ejemplo a seguir. Pero volvamos a ser sinceros: no era mejor que su hermano. También recibió su parte de la herencia y, al irse el menor, se creería con derecho a lo que le quedara al padre. Cuando aparece su hermano se estropea su plan, ¡qué injusto!
Esta parábola saca nuestras reacciones más viscerales y nos descubre más cercanos a los valores del mundo que a los de Jesús. Nos cuesta trabajo admitir que nos parecemos a alguno de los hermanos, o a los dos a la vez. Pero sobre todo eso está el Padre, que respeta los tiempos y las decisiones, pero está pendiente del regreso del hijo; que comprende los enfados, pero confía que su bondad ablande los corazones. El padre conoce a sus hijos. Su amor supera los defectos de los hermanos y a ambos les hace el mismo ofrecimiento: entrar al banquete de su casa. El hijo menor aceptó entrar, el mayor decidió quedarse fuera. Dios nos ama a pesar de nuestros defectos. A todos nos invita a la reconciliación y a estar juntos en su casa. La decisión de entrar o no es nuestra.