Lecturas: Miqueas 5,2-5a; Salmo 79: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve; Hebreos 10,5-10 y Evangelio de San Lucas 1,39-45.
Nos encontramos otro “pequeño desconocido” que viene a visitarnos: Miqueas. Atacó sobre todo a los poderosos, que abusaban del pobre para robar y oprimirlo, a los jueces corrompidos. También compuso magníficos poemas de salvación. Entre ellos, sobresale esta profecía. El Mesías esperado nacerá en Belén, pequeña población en Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos. Él será nuestra paz.
También será el causante de gozos inesperados. Si bien la liturgia nos recuerda los inicios de la vida del Hijo de Dios, sobre todo nos invita a mirar hacia el futuro en espera del regreso glorioso de Jesús, que empieza a hacerse carne en María. Todos los relatos de ciencia ficción que he leído desde mi infancia, son distópicos. Todas las series y películas que se aventuran en el futuro son descritos como lugares terroríficos donde el hombre malvive entre el sufrimiento y la soledad. Qué oportuna es la Sagrada Liturgia que nos introduce en un horizonte donde la esperanza y la alegría son los ingredientes principales.
No son espejismos. Consciente de las dificultades y los retos, de la maldad y el sufrimiento, aventura un futuro que arranca en el presente y se alimenta de un Dios que te ha creado para VIVIR. Hoy el Evangelio nos sitúa en las montañas de Judea. Una aldea sin nombre (puede ser la aldea de mi vida), una casa sin risas, porque no había niños todavía. Unas sencillas mujeres han sido visitadas por Dios. El relato nos presenta a María y a Isabel (nos recuerdan a tantas mujeres extraordinarias de la historia de Israel: Sara, Rebeca, Raquel…). Con María y Jesús en su seno, también nosotros somos testigos privilegiados de lo acontecido en la casa de Zacarías. Es una escena donde la alegría impregna todos los rincones de sus vidas. El gozo es encontrarse con Dios. No siempre buscamos la alegría en los lugares adecuados. Algunos incluso pretendemos comprarla o venderla.
El júbilo perfecto viene del encuentro con el Hijo de María que nos sale al paso de forma discreta y muy pequeña. En la narración todo es pequeño (María, Belén, Nazaret), todo menos la dicha derramada. Es Adviento, Dios ha venido a visitarnos y recorrer nuestros caminos. Con su llegada lo imposible se hace posible, la esterilidad se vuelve fecunda.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario