En la tarea de caminar juntos tenemos siempre a san José como patrono. La celebración del Año de san José, convocado por el papa Francisco para conmemorar el 150 aniversario de la proclamación de san José como Patrono de la Iglesia Universal, nos ha dejado lecciones de enorme importancia. Tres de ellas parecen especialmente necesarias en el momento presente. En primer lugar, san José nos recuerda que en la vida cristiana necesitamos ocultarnos con Jesús. Comparado con los apóstoles, san José nos enseña algo singular: mientras los apóstoles serán llamados para anunciar a Cristo al mundo entero, san José es llamado para ocultar a Jesús y a María en el ritmo cotidiano de una vida sencilla. Para poder ser testigos de Jesucristo en el mundo, necesitamos primero sabernos ocultar con Él, como José y María, protegiendo su presencia en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo y en nuestros descansos, en nuestras entradas y salidas. En segundo lugar, san José nos recuerda la necesidad que todos tenemos de experimentar el amor que nace de un corazón de padre. En el amor paterno de san José, Jesús Niño reconoce el amor del Padre eterno. En el amor materno de María, el hombre Jesús experimenta el amor entrañable de Dios, “como un niño en brazos de su madre”. La grandeza del amor divino se oscurece cuando arrancamos de nuestro mundo la posibilidad de amar con corazón de padre, al estilo de san José. En tercer lugar, san José nos enseña con su vida lo que Jesús propondrá con sus palabras: en el Reino de los Cielos, los últimos son los primeros. De san José necesitamos aprender el arte de saber trabajar en la sombra, no buscando el reconocimiento humano ni los primeros puestos, sino sirviendo de forma callada y oculta. Por eso, en la tarea de caminar juntos tenemos siempre a san José como patrono.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez