La gente de mi generación todavía tenemos el recuerdo de ver a nuestras madres o abuelas bordar las mantelerías. A mi madre le costó más de 10 años terminar la mantilla que lució en la boda de mi hermano Jose. De esos recuerdos me admiraban (con los ojos del niño) la paciencia que tenían esas mujeres y el “misterio” de cómo aquel envés de hilos desordenados “mágicamente” se convertían, al darles la vuelta, en una flor maravillosa.
Paciencia porque en estos días de impaciencia sería imposible realizar una obra tan lenta y laboriosa. Después de cuatro horas, dejándose los ojos en las tardes de verano, no había terminado ni una de las hojas más pequeñas. En estos tiempos que corren, desde que suena el despertador, empezamos a impacientarnos con el café que tarda en salir o el agua caliente de la ducha que no llegó tan rápido como quisimos. A nadie nos gusta esperar, y sobre todo en este mundo en el que reina lo instantáneo.
Y esa impaciencia también se lleva a terrenos más profundos. Nos gustaría que nuestro hijo adolescente ya tuviera la cabeza asentada, que la enfermedad de la abuela se solucionara en tres días o que los grandes retos políticos se arreglaran con un decreto. Nos cuesta entender que el misterio de la vida requiere esa espera paciente, y el acto de confianza de que, aunque no lo veamos ahora, el Jefe ha diseñado un plan para nosotros que se va bordando a través de, en apariencia, hilos caóticos.
Pero cada uno de estos hilos (esos acontecimientos que no vamos entendiendo) son con los que Dios va tejiendo nuestra historia de salvación. Si somos capaces de ver el conjunto, si confiamos en Él, si somos capaces de esperar, descubriremos que todo al final tenía un plan maravilloso.
Por eso en este tiempo de Adviento te pido, Señor, la virtud de la paciencia para intentar descubrir, en esos hilos caóticos de mi vida, que todo tenía sentido. Esperanza para confiar que cuando vea el conjunto, cuando le dé la “vuelta al tapiz”, descubriré esa flor preciosa, ese proyecto de felicidad que has ido bordando, sin yo saberlo, en mi vida.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería