Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la procesión extraordinaria de la Virgen de los Reyes (7-12-21)

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Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la procesión extraordinaria de la Virgen de los Reyes (7-12-21)

Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses. Procesión Extraordinaria de la Virgen de los Reyes.

Catedral de Sevilla, 7 de diciembre de 2021

 

En este día extraordinario nuestro pensamiento se traslada al 15 de agosto del año 1946, cuando el Santo Padre Pío XII declaró a la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, principal Patrona ante Dios de la ciudad y archidiócesis de Sevilla. Posteriormente, el cardenal Segura dio a conocer esta proclamación el 24 de noviembre del mismo año en la homilía de la solemne Misa de pontifical que se celebró. Esta tarde, con nuestra procesión extraordinaria hemos realizado un gesto de fe, de devoción y amor, para reafirmar nuestro compromiso de fidelidad con respecto a María, que en todas las circunstancias de la vida nos acompaña con su ayuda y su protección materna. También conmemoramos el 350 aniversario de la canonización de san Fernando, el rey que en 1248 entró en la ciudad con esta imagen.

Han transcurrido 75 años, y son numerosos los acontecimientos que han marcado la historia de nuestra ciudad y de nuestra archidiócesis. A lo largo de estos años María Santísima de los Reyes ha sostenido a los pastores en su vida y ministerio al servicio del Señor y de los hermanos, de la misma manera que al pueblo fiel en la fe recibida de sus padres. En este tiempo, pastores y fieles han sido protagonistas de grandes transformaciones que han tenido lugar en la Iglesia y en la sociedad, especialmente en la aplicación del Concilio Vaticano II y en el período de la transición política; también han aportado su colaboración en todos los ámbitos del desarrollo de nuestra ciudad y provincia.

Con la ayuda de Nuestra Señora de los Reyes se han superado multitud de dificultades y problemas. Ella siempre ha propiciado la concordia y la comunión eclesial, una visión positiva de la Iglesia y del mundo, de toda la familia humana, con el conjunto de realidades en las que ésta vive, con sus afanes, con sus logros y también con sus fracasos; una mirada también esperanzada de las personas, desde el misterio de Cristo, que con su encarnación se ha unido con cada hombre y cada mujer, de todo lugar y de todo tiempo. En las situaciones complejas siempre nos ayudó a dialogar, a salir al encuentro del otro, para construir la paz y facilitar la convivencia.

Hoy contemplamos de nuevo a María Santísima en su aceptación sin reservas de la voluntad divina, en su consagración a la persona y a la obra de su Hijo con todas sus energías, con todas las consecuencias; contemplamos su caminar firme y doloroso hasta el Calvario, siempre unida a su Hijo, que en la cruz le encomienda una nueva misión, y nos la entrega como Madre. Ella, en Pentecostés, junto con los Apóstoles, en oración, imploró el don del Espíritu Santo para la Iglesia naciente, y hoy nos ayuda a perseverar en el seguimiento de Cristo. En la hora presente, a ella dirigimos nuestra mirada con confianza, porque es fuente de esperanza segura y de consuelo, mientras dure nuestro peregrinar terreno.

Hoy renovamos el firme propósito y el deseo de que reine en nuestros corazones, en nuestros hogares, en nuestra ciudad, en nuestra archidiócesis. Le pedimos que nos enseñe a responder con generosidad a la llamada de Dios también nosotros, siguiendo su ejemplo; le pedimos valentía para no ceder ante los engaños del poder, del dinero y del placer, de la corrupción y la hipocresía, del egoísmo y la violencia; le pedimos que nos ayude a responder a Cristo con un sí decidido, firme, comprometido. Somos conscientes de nuestra pobreza y pequeñez, y de que nuestra vida necesita de conversión en no pocos aspectos; somos conscientes de que sólo con un corazón humilde y solidario podremos construir un futuro mejor para todos. Como peregrinos de la vida y de la historia, sentimos el peso de las dificultades del camino, pero seguimos adelante confiando en nuestra Madre. Acudimos una vez más a su Corazón inmaculado para reavivar nuestra fe, seguros de que encontraremos consuelo, alegría y esperanza.

Ayúdanos, Madre, a vivir como hijos tuyos, como hermanos, formando una familia. Familia que se reúne en torno a ti, que compartiste las fatigas diarias de toda mujer, de toda madre de familia. Ayuda a los habitantes de esta ciudad, de toda la archidiócesis, de esta tierra tuya, para que el espíritu evangélico sea la guía de nuestro comportamiento; para que las raíces cristianas de nuestro pueblo sigan dando abundantes frutos de fe, esperanza y amor, para que sigan construyendo su presente y su futuro; ayuda a nuestro mundo, para que respetando la dignidad humana y rechazando toda forma de violencia y de explotación, se edifique sobre cimientos sólidos y construya la civilización del amor.

Muestra tu amor de Madre especialmente a los más necesitados, a los indefensos, a los marginados, a los descartados de la vida, a los más afectados por la pandemia de COVID-19. Ayúdanos a vivir en actitud de servicio con los más pobres: los enfermos, los ancianos que están solos; los niños y jóvenes desfavorecidos, los que sufren en medio de situaciones familiares desestructuradas; los inmigrantes con problemas de integración; las personas que no encuentran trabajo o que lo han perdido para siempre. Enséñanos, Madre, a ser solidarios con quienes pasan por dificultades, a luchar contra las desigualdades sociales, a trabajar con decisión por el bien común, a construir una sociedad más justa y fraterna.

Queridos hermanos: Dirijamos nuestra mirada a la Madre, y guardemos en el corazón todas sus enseñanzas. Ella nos invita a seguir la palabra de Jesús, como a los sirvientes en la boda de Caná de Galilea, a “hacer lo que Él nos diga”. Ella nos da la fuerza para no caer en el desánimo cuando la oscuridad y el sufrimiento llaman a la puerta de nuestra casa, y para afrontar el futuro con confianza. Como un hijo fija los ojos en el rostro de su madre y olvida todo miedo y dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella el reflejo inmaculado de la luz de Dios, y encontramos nueva esperanza a pesar de los problemas y las tragedias del mundo. A la Madre confiamos las preocupaciones, seguros de encontrar en ella fortaleza para seguir adelante.

En este día de fiesta, en la Víspera de la Inmaculada Concepción, damos gracias al Señor por el don de nuestra Madre, y queremos seguir caminando cada día de su mano y bajo su protección; damos gracias a María Santísima, que nos enseña a creer, a esperar y a amar como ella, y nos muestra el camino que conduce a Jesús. Quiero dar gracias también a don Juan José, hermano en el episcopado, al Cabildo Catedral, a la Asociación de la Virgen de los Reyes y San Fernando, a la Real Maestranza de Caballería, a las Hermandades y Cofradías, a las autoridades civiles, militares, judiciales y académicas presentes, a los sacerdotes, diáconos, y miembros de la vida consagrada, a los fieles venidos de todos los rincones de la Archidiócesis. Que Nuestra Señora de los Reyes nos congregue como familia diocesana unida en la fe y el amor, y nos ayude a caminar siempre en esperanza. Así sea.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

 

 

 

 

 

 

 

 

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