Nos encontramos en uno de los momentos más bonitos de año litúrgico: el adviento, tiempo de espera y esperanza. Viene el Señor a nuestras vidas, a nuestro mundo y a nuestra historia. Quiere entrar más y más en nuestro corazón, viene a cambiar el mundo y a cambiar la historia. Nos trae la salvación y la libertad. Nos libra del pecado y de la muerte eterna. Nos libra del poder del Maligno, de Satanás. Quiere hacer un mundo más fraterno y más humano, un mundo más divino donde Dios sea conocido, acogido y amado. Abre tu corazón, que viene el Señor.
El fruto más valioso de la redención de Cristo se llama María. El que viene a salvarnos ha volcado en ella las gracias más abundantes, librándola del pecado, incluso del pecado original antes de contraerlo. La existencia de María ha sido un continuo “Sí” a la voluntad de Dios. Es toda santa, toda pura, toda hermosa. Ella es la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Esta fiesta de la Inmaculada nos llena de inmensa alegría. Nos preparamos estos días a esta fiesta tan bonita, en la que María irradia su belleza y su hermosura sobre cada uno de nosotros. Bajo su amparo nos acogemos.
Y por la Inmaculada, este año nos llegan cinco nuevos diáconos, jóvenes seminaristas, que pronto serán ordenados presbíteros, rejuveneciendo nuestro presbiterio de Córdoba. Proceden de nuestra diócesis y uno pertenece al Hogar de Nazaret. Cada uno de ellos y su vocación perseverante es un regalo de Dios para su Iglesia.
En el sacramento del diaconado, primer grado del sacramento del Orden, el candidato es ungido con el Espíritu Santo por la imposición de manos del obispo, configurando su corazón con Cristo Siervo de Dios y de su Iglesia. La alegría de la fiesta de la Inmaculada se ve desbordada por la alegría añadida de estos nuevos diáconos, que consagran su vida al Señor y a los hombres.
En la ordenación diaconal el candidato consagra su vida entera a Dios en el celibato para toda la vida por el Reino de los cielos. Estamos ante un momento clave en la vida de estos jóvenes. La llamada de Dios, que ellos han discernido en la oración y con el consejo de sus formadores, es una llamada a dar la vida entera, entregando el propio corazón al Corazón de Cristo directamente, sin intermediarios, de manera total y para siempre. Se trata de un verdadero desposorio con Cristo y con su Iglesia. Desposorio con Cristo, porque él viene a llenar la necesidad honda de amor que todo corazón humano tiene. Y desposorio con la Iglesia, porque Cristo configura el corazón del ordenado haciéndolo semejante al suyo, como esposo de la Iglesia por la que entrega la vida.
En la vida de estos jóvenes se palpa que Jesucristo no es una idea ni un proyecto, sino una persona viva que tiene corazón capaz de enamorar corazones humanos. Sería imposible dar este paso al frente si uno no ha experimentado este amor personal en su propio corazón. Por una persona así vale la pena jugarse la vida, incluso perder la vida, sabiendo que es el mejor negocio, porque sólo así la encontrará. Y esta vida entregada en totalidad será fuente de fecundidad sobrenatural para muchos. La vida de Dios fluirá por sus manos y por su corazón para llegar a muchos, que encontrarán a Dios gracias a su ministerio.
El testimonio de estos jóvenes diáconos se convierte así en estímulo para muchos en la vida eclesial. Suscitará en unos el impulso a responder de la misma manera, y en todos a ser fieles a la vocación a la que Dios llama a cada uno. Porque todos somos llamados a la santidad por los caminos cristianos que ya conocemos. Para toda la Iglesia, para la diócesis de Córdoba concretamente, es un motivo de inmensa alegría.
Acompañamos a estos jóvenes diáconos con nuestra oración y nuestro apoyo. Y oramos con toda la Iglesia para que el Señor los mantenga firmes en su propósito hasta el final de sus vidas. Son una gran aportación a la vida eclesial de nuestra diócesis, y por ello damos gracias a Dios y estamos contentos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba.