Por Juan Luis Sevilla Bujalance, Profesor de Derecho Eclesiástico del estado de la UCO
La Iglesia católica este Año celebra el Domingo 21 de Noviembre la festividad de Cristo, Rey del Universo. La lectura correspondiente trae a colación un interesante y más que conocido texto. Se trata del diálogo mantenido entre Poncio Pilato, Gobernador de Judea, y Jesús de Nazaret, cuando éste ha sido entregado por la Autoridad judía para ser condenado a muerte. Según la Legislación romana implantada con la conquista de aquel territorio, la pena capital sólo podía ser rubricada por el Gobernador. Pilato se va a resistir en un principio a condenar a un reo en el que no encuentra causa alguna para el tormento de la crucifixión y la muerte. Ha querido conocer por sí mismo, y sin fiarse de la palabra de los judíos, las razones que pueden existir para estampar su firma en la sentencia, o denegarla, y es ahí cuando ha aflorado ese diálogo:
“Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Pilato le preguntó: «¿La verdad? ¿Qué es la verdad?» Y habiendo dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él.»” (Jn. 18,36-39).
El Gobernador romano ha girado sobre sus talones para salir de nuevo, y hablar con el pueblo judío y sus autoridades, que se han congregado de madrugada a las puertas del pretorio. No ha esperado a que el reo le conteste acerca de lo que es la verdad. No le importa en absoluto esa “verdad” de la que habla este joven venido de Galilea. No obstante, no ha encontrado en el preso ninguna causa de condena. En su mentalidad extranjera y que considera superior, piensa que se encuentra en medio de uno de esos episodios nacido en las redes tejidas de supersticiones, esoterismos y doctrinas, en las que los judíos evocan constantemente a profetas y mesías que han de venir. Todo un cúmulo de creencias orientales que se manifiestan claramente insostenibles frente a una preclara formación como la que se destila en Roma, y que se cimenta en el recto, equilibrado y estructurado Ordenamiento Jurídico que la Urbe ha construido a lo largo de los Siglos. Según este, las acusaciones contra el Nazareno no incitan en absoluto a condenarlo: son diatribas de esos orientales por quienes siente el mayor de los desprecios. Pero Jesús de Nazaret ha pronunciado una palabra sobre la que el Gobernador romano sí se ha posicionado claramente: la verdad. Al oír hablar de ella, Pilato ha manifestado su absoluta ignorancia y rechazo. Con su pregunta – ¿Veritas? ¿Quod is veritas? – y su actitud rotundamente evasiva por no escuchar respuesta, ha confirmado que no sabe que pueda existir una verdad, que, de existir, no se puede alcanzar a conocer, y por tanto que la misma queda fuera de las categorías propias de la Política y el Derecho.
Esa es la actitud que hoy día, poco a poco crece entre nosotros y se va sirviendo en gran medida para ello del Sistema político que tenemos. Se trata de un fundamentalismo laicista que se extiende y se instala hoy en los países democráticos. Según esta concepción, una “verdadera democracia” requiere de una instauración del relativismo, el cual es incompatible con la defensa de una “verdad”, que siempre se produce por parte de la Religión – sea cual fuere – por lo que, por ello, considera de suyo, antidemocrática. El laicismo pretendería así la reproducción a todos los niveles de la democracia no solo a un modelo político, sino que debería ampliarse a ser el único modelo de convivencia aceptable, y sin que ninguna expresión religiosa y sus distintos dogmas puedan ser expuestos en público ni manifestados. Toda religión, por el hecho de defender una verdad debe ser expulsada del espacio público. Este tipo de separación del estado y las creencias tiene manifestaciones claras, como las de orden económico, la prohibición del culto en espacios de carácter público, o la enseñanza de la Religión en las escuelas. Son sus promotores, a fin de cuentas, los que descienden de aquel relativismo que ya en tiempos de Pilato se habían extendido en amplias capas de la Sociedad. Son los mismos que, en esa democracia vacía de principios, y sometida sólo al juego de las mayorías como criterio de justicia, habrían hecho lo que el Gobernador romano: entregar la decisión a un Pueblo que condena simplemente porque lo pide su mayoría. Distinto a todo ello es el modelo aconfesional: se trata de aquel que se encuentra en los países en los que la Constitución u otro texto fundamental declara que no se asume ninguna como Religión oficial y, por tanto, la realidad del Estado se despliega sin una identidad o respaldo expreso a una en concreto. Es el caso de España, Estado declarado aconfesional. A ello hay que añadir además que se trata de una aconfesionalidad o laicidad positiva, por cuanto el fenómeno religioso es reconocido positivamente por el Legislador.
Pero, además, acerca de este modelo de Estado, hay que hablar de la posibilidad que el Estado laicista ya hemos visto que rotundamente niega: la de si tiene la posibilidad, y hasta la obligación, de escoger alguna vez una afirmación o principio que pueda ser religioso y asumirla para sí. El Estado, no lo olvidemos, a la hora de Legislar debe dar comenzar por da respuesta a una serie de cuestiones fundamentales que no pueden quedar sin contestar. Piénsese en el valor de la vida humana, en la unión personal más íntima y fundamental como es el matrimonio, en las relaciones paternofiliales, en los derechos derivados de la libertad en general y la propiedad… Y la respuesta a las cuestiones citadas no debe ser caprichosa ni mutante, sino firme, clara y permanente, si no se quiere dejar resquebrajado de raíz el edificio jurídico de la Sociedad, y consecuentemente la convivencia y la paz. Esa respuesta puede ser claramente religiosa o acorde con la que, a esas grandes interrogantes, responda una determinada creencia. ¿Por qué no? Basta pensar que las naciones han ido configurando su personalidad y su propia identidad como el sociólogo – para nada creyente – Duverguer recuerda, en estrecha relación con unas creencias religiosas, ya que estas han construido secularmente su Cultura (Sociología de la política, 1975). Y que pueden además ofrecer respuesta a los citados interrogantes y por tanto pueden ser acogidas por solucionar con acierto la problemática, con independencia de esa aconfesionalidad estatal que no es contraria a ello. En ese sentido, el mismo Habermass, un más que destacado pensador ateo y militante del Socialismo en nuestro tiempo, en diálogo con Ratzinger, afirma que “La neutralidad cosmovisiva del poder estatal, que garantiza las mismas libertades éticas para todos los ciudadanos, es incompatible con la generalización política de una visión del mundo laicista. Los ciudadanos secularizados, en cuanto que actúan en su papel de ciudadanos del estado, no pueden negar por principio a los conceptos religiosos su potencial de verdad, ni pueden negar a los conciudadanos creyentes su derecho a realizar aportaciones en lenguaje religioso a las discusiones públicas. Es más, una cultura liberal política puede incluso esperar de los ciudadanos secularizados que participen en los esfuerzos para traducir aportaciones importantes del lenguaje religioso a un lenguaje más asequible para el público general.” (Dialéctica de la secularización, 2006).
Así, ese reconocimiento de la existencia de la verdad y su asunción como fundamento del derecho, será, frente al relativismo, lo que abra una nueva dimensión en la perspectiva de la vida de la Humanidad, que no se debe conformar con vivir en la ignorancia de tal verdad, sino que, por ella, y por sentir que puede alcanzarla, ha renovado su dignidad, que tiene ahora una nueva configuración emanada de su condición moral. A la pregunta ¿Veritas? ¿Quod is veritas?, que sigue resonando hoy incitando a ignorar que existe una verdad, como sostiene un pensamiento heredero del escéptico y relativista Pilato, ya había una anticipada respuesta, que había surgido en otra ocasión de los labios del mismo Nazareno: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn.8,31-32)
La entrada ¿La verdad? ¿Y qué es la verdad? apareció primero en Diócesis de Córdoba. Ver este artículo en la web de la diócesis