Homilía del obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez, con motivo de la Pascua de Resurrección 2017
«Él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome:
No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente;
estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos…
Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega,
el principio y el fin. Al que tenga sed yo le
daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente».
[Apoc. 1,17-18 . 21,6]
Hermanos todos:
¡Feliz Pascua de Resurrección! La certeza que Cristo, resucitado de entre los muertos, vive y camina con nosotros, nos llena de paz y alegría. Es verdad, ha resucitado el Señor y nos dice personalmente a cada uno: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos…».
Después de la preparación cuaresmal y por la celebración de la Semana Santa, tal como se lo hemos pedido, Dios nos ha dado un corazón nuevo y ha infundido en nosotros un espíritu nuevo. En la conciencia de nuestra debilidad le hemos pedido que nos restaurara y Él, por medio de su Hijo muerto y resucitado, ha hecho brillar su rostro sobre nosotros y nos ha salvado. Quienes estábamos muertos por nuestros pecados y por la dureza de nuestro corazón, hemos buscado al Señor y Él nos ha hecho revivir. Como proclama la liturgia de la Iglesia, «en su resurrección hemos resucitado todos».
Así pues, renovados y rejuvenecidos en el espíritu, queremos seguir adelante; y lo hacemos confiados en el poder de la resurrección que nos capacita para llevar a feliz término nuestra vocación cristiana, nuestra vocación de discípulos misioneros de Jesucristo.
Como nos dijo el Papa Francisco, el año pasado: «El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor».
Sin duda, el retorno anual de las Fiestas de Pascua es un regalo de la paciencia de Dios. Pese a nuestras infidelidades, Él continúa fiándose de nosotros y sigue ofreciéndonos la oportunidad de avanzar con nuevo entusiasmo hacia una vida plenamente cristiana. Por tanto, como San Pablo, olvidando lo que queda atrás, lancémonos hacia lo que está por delante y corramos hacia la meta a la que Dios nos llama en Cristo Jesús.
Es el mismo Pablo quien nos dice que «quien está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo» (2Cor. 5,17). Aquí está expresado el efecto saludable de la resurrección en cada uno de nosotros. Pero, para obtener sus beneficios es necesario «estar en Cristo».
No se trata sólo de creer que Cristo ha resucitado, que vive para siempre y camina con nosotros. «Estar en Cristo» es, sobre todo, participar en su vida hasta el punto que Él vive en mí y que yo vivo en Él. Vivir en él, es realmente posible, porque «el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn. 6,56). Lógicamente, este «estar en Cristo», se manifiesta en una vida que es testimonio y transparencia de Cristo.
«Estar en Cristo» es estar en la verdad por él anunciada y vivir en el amor; es dejarse guiar por su Espíritu, pensar como Él, tener sus mismos sentimientos, responder a su llamada; es vivir el espíritu de hijo de Dios, orar como él lo hizo, sentir la fraternidad y vivir la comunión con todos. Estar en Cristo es amar, es escuchar, es trabajar, es morir y vivir en él; es ser como él. «Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó» (1Jn. 2,6).
Cristo resucitado ha penetrado en la historia. Quien cree en Él pasa de la muerte a la vida, porque Él es la energía definitiva que hace brotar una vida nueva, una sociedad nueva, un mundo nuevo. Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto…
«Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Apoc. 21,6). «Hecho está». Dios ya ha puesto su parte y no se vuelve atrás. La fuerza salvadora de la resurrección de Cristo es para todos. Nadie está excluido. Él quiere que todos se salven. Como dice Isaías: «¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde» (Is 55,1). Es decir, «gustad y ved qué bueno es el Señor».
Dios siempre nos busca, nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos invita a ser sus hijos y por tanto hermanos unos de otros. Nos busca a todos, también a quienes no tienen con qué pagar: aquellos que no tienen méritos, los que se sienten indignos y pecadores, quienes ya no tienen ni fuerzas para rezar, los que no encuentran sentido a la vida, también aquellos otros que no creen en Él pero tienen su corazón insatisfecho y anhelan «no saben qué».
Sólo pide una cosa a cambio: tener sed. Nos pide dejar la autosuficiencia y reconocer la propia necesidad. Él nos hace sentir su mano cariñosa sobre nosotros y nos dice: «No temas; yo soy Primero y el Último, el Viviente» (Apoc. 1,17) y, también, «el que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: de sus entrañas manarán ríos de agua viva» (Jn. 7,37-38). Sí. ¡Es verdad! ¡Cristo ha resucitado!
A nosotros nos toca dejarle actuar en nuestra vida con esa energía que Él tiene para sometérselo todo. Sabemos que la acción de Dios en nosotros no funciona de forma automática o por imposición, sino que es una oferta de gracia a nuestra libertad. Sólo nuestro libre y coherente «estar en Cristo» puede hacer operativos y fecundos en nuestra vida los efectos salvadores de la muerte y resurrección de Jesucristo. Con fe, acudamos a Él, pongámonos en camino. Una vida buena, plena y feliz es posible. Andemos desde ahora en una vida nueva. Que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que orienta nuestros pasos hacia la construcción de la civilización del amor, de la libertad, de la justicia y de la paz.
En nuestro mundo –decía el Papa Benedicto XVI- la alegría de la pascua contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy.
«La paz con vosotros», eran palabras de Jesús resucitado en sus apariciones a los discípulos, y el
los se llenaron de alegría al ver al Señor. Este saludo de paz, también resuena hoy para nosotros. Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Si lo escuchamos y acogemos con fe, “revivirá nuestro corazón” y nos llenaremos de alegría. Es lo que deseo para todos. ¡Feliz Pascua!
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense