Carta del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Llorca Planes
Casi sin darnos cuenta estamos avanzando en la Cuaresma, en este tiempo de gracia y bendición. Esta semana vamos a escuchar la narración de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, donde el Padre, como en el Bautismo del Señor en el Jordán, nos pedirá que Jesús permanezca en el centro de nuestro interés: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle” (Mt 17, 5). El Padre Dios quiere que escuchemos a Jesús, que guardemos silencio, estando en el desierto o en el monte, que pongamos paz en el interior de nuestro ser para acoger a Cristo. Dios nos habla al corazón, quiere que le conozcamos de verdad y que contemplemos la meta hacia la que nos dirige y, a su luz, examinar el camino que recorremos. La liturgia ha cuidado muy bien este tema y, por eso, en la primera lectura se nos da el ejemplo de Abraham como modelo de confianza y obediencia a Dios. Abraham ha renunciado a muchas cosas, ha salido de su tierra y de sus seguridades y se le ha reconocido como un hombre de fe perfecta. Apoyado sólo en la fe en Dios se ha puesto en camino hacia lo desconocido. La respuesta de Abraham fue inmediata, le escuchó, se fió de la Palabra de Dios y se entregó. Su fe le convirtió en peregrino, en nómada, le desinstaló de su mundo, de su cultura y de su tierra, y Dios le presentó una meta creíble y ya no necesitó más, sino comenzar a caminar.
El texto del Evangelio hace referencia a que sólo eran tres discípulos los que participan de la experiencia de la Transfiguración, de este regalo que pretende confirmar en la fe a los que van a estar muy cerca en el momento de la Pasión de Cristo. La voz del Padre constituye como una confirmación «desde lo alto» de lo que estaba madurando ya en la conciencia de los discípulos. Jesús quería que, sobre la base de los signos y de las palabras, la fe en su misión y filiación divinas naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación interna que les daba el mismo Padre. Pero, pensad que hoy somos cada uno de nosotros los invitados a subir al Tabor y que allí nos pedirá Dios que actualicemos la fe de Abraham, la confianza total en su Palabra. El secreto de la firme decisión está en descubrir y valorar la fuerza, el poder y la belleza de Dios, que te ha prometido una tierra, la libertad, el perdón y la Vida eterna. También nos pedirá a nosotros el Señor que salgamos de nuestra tierra, con una verdadera conversión y nos presentará una meta creíble para caminar.
Una mirada a nuestro alrededor nos lleva a cuestionarnos el estilo de la vida, ¿Os habéis preguntado por qué la gente se afana tanto por conseguir riquezas, siendo eso causa de sufrimiento y de ausencia de paz día y noche? ¿Os habéis preguntado las fatigas de los avariciosos, los peligros, sudores y estrecheces por los que pasan? Pretenden llenar sus arcas, pero han perdido la tranquilidad, acumulan temores, y pierden el sueño… La respuesta a estos interrogantes es clara: porque no se han encontrado con Dios, no le conocen, sus vidas están vacías y las pretenden llenar con lo perecedero, experimentando el fracaso y el fraude. Ellos no han subido al Tabor, no han escuchado la voz de Dios y no tienen una meta creíble, ni razones para ponerse en camino, porque están con los oídos cerrados y no oyen.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena