Carta del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes
En la Palabra de Dios aparece con claridad la diferencia entre el modo de ser de la persona que se rige por los criterios mundanos y la que ha puesto su mirada en el corazón misericordioso de Dios. Se sigue esta semana el mismo criterio que nos desveló Jesús en la Palabra de la semana pasada: “Habéis oído que se dijo…, pues yo ahora os digo…”. En este caso, Jesús insiste con decisión para que nos apartemos del mal, porque ese modo de hacer las cosas no soluciona nada y nos pide con dulzura de carácter que nos tomemos en serio eso de no matarás, no te vengarás; si te abofetean, pon la otra mejilla; si te ponen pleito para quitarte la túnica, dales también la capa; si te obligan a caminar una milla, acompáñales dos; al que te pida, dale y no le rehúyas… Es evidente que habla de otro estilo de vida, costoso, pero es el que define a los cristianos. Téngase en cuenta que la meta que nos ha puesto Jesús es la de ser perfectos, ser santos y esto es exigente.
La santidad es el estilo que quiere Jesús para nosotros, que nos parezcamos al Padre, que es el Santo y que rompamos la espiral de venganzas, represalias, revanchas y violencias, que nos “pide el cuerpo”, dejarnos llevar del Señor, que nos quiere llevar por otra vía, con estilo de ser, radicalmente contrario a esas fuerzas del mal. Jesús nos pide que respondamos siempre con el bien: amar al prójimo y a los enemigos, rezar por los que te persiguen y calumnian, hacer el bien al que te aborrece. Será bueno detenerse en el salmo de este domingo, porque nos da pistas para tener claro a dónde vamos, lo que significa imitar a Dios, que nos perdona, nos cura, es lento a la ira y rico en piedad, no nos paga según nuestras culpas, ni tiene en cuenta nuestros delitos… Dios tiene ternura por sus fieles y siempre nos da nuevas oportunidades para seguir madurando en la fidelidad.
El mejor signo de que estamos viviendo de cara a Dios va a ser este: el amor al prójimo, incluso a los enemigos, tal como aprendemos de nuestra experiencia de aproximación al corazón misericordioso de Dios. La caridad es la puesta en práctica de la atención por el otro con una entrega total y desinteresada, buscando su bien, curando y sanando sus heridas, hecho todo por amor, como lo hace el Señor. El Papa Francisco nos lo explica muy bien cada vez que nos recuerda nuestras obligaciones por los más desfavorecidos y por los pobres: “que nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (Bula de indicción del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae vultus, 15). Siempre vamos a encontrar ocasiones para poder ayudar, perdonar, cuidar y sanar a los hermanos, manifestando así el amor a Dios y al prójimo.
El tema de la caridad aparece continuamente en la Palabra de Dios para que se tenga en cuenta en todas las manifestaciones de nuestra vida, especialmente en la convivencia y en nuestras relaciones con los demás. No dejemos de escuchar la voz de Jesús, lo que hoy nos dice. Feliz domingo.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena