La misericordia del buen samaritano

Nos encontramos en el Año de la misericordia. Preciosa ocasión para entender mejor el amor de Dios, que nos ama superando nuestras barreras, que no rechaza a nadie sea quien sea, y nos enseña a amar a los demás de la misma manera. Así ha amado Jesús y así nos enseña a amar. Este Año de la misericordia quiere hacernos misericordiosos: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Y no se trata de teorías, se trata de vivirlo, de ponerse a vivirlo en la práctica de las obras de misericordia, de ejercitarse en esta vivencia, que nos hace sentirnos bien, porque nos hace parecidos a Dios.

Se acercaron a preguntarle a Jesús: Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna, y Jesús remite a los mandamientos: Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma y amar al prójimo como a ti mismo. Y entonces le preguntan: Y, ¿quién es mi prójimo? La pregunta le da pie a Jesús para despacharse con la preciosa parábola del buen samaritano. Vale más un ejemplo que mil palabras.

Prójimo es aquel a quien tú te acercas movido por el amor de Dios en tu corazón. En nuestros días, en nuestra aldea global, prójimo es cualquier habitante del mundo, pues a él podemos acercarnos en tiempo real y de manera instantánea, echándole una mano.

Aquel hombre es un símbolo de tantas personas que han sido apaleadas, despojadas de su dignidad, tiradas en la cuneta de la vida. Hoy más que en otros tiempos, abundan este tipo de personas por todos lados: jóvenes que tienen la vida rota en sus manos, mujeres que son objeto de explotación sexual de usar y tirar, personas que no soportan la vida y tienen que evadirse a base de drogas cada vez más fuertes y destructoras, tantos y tantos con su vida a cuestas. ¿Quién es mi prójimo? Cada una de estas personas con las que nos cruzamos continuamente o a las que podemos acercarnos aunque vivan a miles de kilómetros.

Pasaron junto a él un sacerdote y un levita. Personas que por oficio tienen que preocuparse de los demás, personas de bien y observantes de los mandatos de Dios. Pero pasaron de largo, volvieron la cabeza para otro lado, no quisieron implicarse por si los comprometía demasiado. Aquí Jesús denuncia toda indiferencia, también la nuestra. En una aldea global como la que vivimos, también la indiferencia se ha hecho global. Y nos acostumbramos día tras día a recibir noticias de personas que han sido descartadas, que viven marginadas, para las que no hay ninguna esperanza.

Y sucedió que un buen hombre, un samaritano, al pasar se interesó por aquel malherido de la cuneta. De un samaritano no podía esperar nada bueno un judío. Por eso, Jesús lo señala con cierta picardía para llamar la atención de sus oyentes y la nuestra. Y es que todo hombre es capaz de hacer el bien, si se deja mover por el Espíritu Santo, sea de donde sea. Más aún, sólo este hombre actuó bien ante el hermano necesitado. Se abajó de su cabalgadura, se puso al nivel de quien sufre, le curó sus heridas, cargó con él y lo llevó a la posada pagando por él su hospedaje. Estamos como escuchando el autorretrato del mismo Jesús, que se ha abajado hasta nosotros, ha compartido nuestros sufrimientos, nos ha traído el consuelo de su misericordia y su perdón, ha cargado con nuestros pecados y nos ha incorporado a su santa Iglesia, la casa de la misericordia.

“Vete y haz tú lo mismo”, nos dice Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el Espíritu Santo. La misericordia que te provoca el necesitado es un favor que te hace para sacar lo mejor de ti, para despojarte abajándote hasta él, sanando sus heridas con tu compasión e incorporándolo a la Comunidad, a la Iglesia, para que siga su camino.

El buen samaritano es Jesús y eres tú cuando te pareces a él, es toda persona que actúa como Jesús, venga de donde venga. Buena ocasión este Año de la misericordia para ejercitarse en estas actitudes, que nos hacen parecidos a Jesús.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

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