Carta Pastoral de Mons. Adolfo González Montes, obispo de Almería, para el Día del Seminario.
SACAR ADELANTE LAS VOCACIONES SACERDOTALES NECESARIAS
Carta a los diocesanos
Queridos diocesanos:
Llega la fiesta de san José y el día del Seminario, una jornada esperada por los seminaristas en torno a la cual preparan su salida vocacional a parroquias, escuelas y colegios, para encontrarse con niños, adolescentes y jóvenes que quieran escucharles y verse con ellos para que les hablen de la vocación al sacerdocio. La semana en torno a san José es un tiempo para repensar la llamada que algunos chavales sienten y que escuchan en su interior. Es Jesús el que llama a la puerta de su conciencia y ellos sienten como se acelera el corazón, porque al tiempo que sienten la llamada también se llenan de una inquietud que les desasosiega. Piensan con frecuencia que ellos no valen o no sabrán estar a la altura, que tienen el peligro del abandono o del cansancio y no están seguros de que sea algo real. ¿No se tratará tan sólo de una vana ilusión de algo que no es para ellos? Sin embargo, la idea de seguir a Jesús que les llama no les deja tranquilos.
No todos los adolescentes y jóvenes que sienten la llamada entran en un estado de inquietud que desasosiega. En muchos la llamada va madurando por tiempos y cubre las etapas que llevan a la decisión. Sucede a veces que ellos están seguros, pero se oponen los padres, porque hoy los hijos no son muchos, y porque son tantos los desengaños que muchas veces les parece mejor que el hijo, que dice tener vocación, espere hasta que vea más y mejor; y mejor, hasta que se le pase. Los padres no sólo tienen miedo, sino que ese miedo es a veces motivado por un interés en alguna forma egoísta. Piensan que el sacerdocio ya no es socialmente atrayente y sí una salida “profesional” muy insegura. Ellos quisieran para sus hijos una salida mejor, pues por algo se han sacrificado ellos, y es lógico que piensen que su sacrificio merece alguna recompensa muy comprensible.
Hasta hace poco los mismos educadores de la fe de los muchachos, en otro tiempo, promotores de vocaciones sin complejos, se han sentido en parte paralizados ante el temor (¡otra vez el miedo!) de herir la sensibilidad o dañar de una u otra manera la libertad con que deben proceder en todo los adolescentes, para no tener que arrastrar después traumas indeseados. Sobre todo, teniendo en cuenta la personalidad débil de tantos jóvenes de hoy. El miedo a no acertar en el acompañamiento del proceso educativo de la fe y el miedo a alejar a los chavales del regazo materno de la Iglesia han jugado un papel inhibidor de una propuesta que al pastor de almas le es imposible no hacer: ¿acaso no has pensado ser cura?; tú podrías serlo. Es una propuesta inevitable, porque la invitación a seguir a Jesús viene del propio Cristo: «…y llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él» (Mc 3,13).
Con todo, a pesar de tantos miedos y a pesar de que hoy la problemática de los jóvenes inseguros, afectados por una cultura líquida, es también la de los muchachos que Jesús llama a seguirle; y precisamente porque el Señor sigue llamando a estos jóvenes de hoy, nos toca a los pastores de la Iglesia buscar y recoger las vocaciones, salir al encuentro de los llamados.
Me dirijo con frecuencia a los jóvenes, que acuden a la Catedral a arropar a sus amigos que han llegado a la meta anhelada de la ordenación sacerdotal, para invitarles a seguir el ejemplo de sus amigos, siempre que se sientan interpelados en conciencia por Jesús y sientan su llamada. Cuando me encuentro con los adolescentes a los que voy a confirmar, les invito a responder a la llamada, siempre que la sientan. Si no la sienten, les invito también a que hagan silencio, para tal vez escucharla.
Como responsable último de las vocaciones que es el Obispo, oriento la pastoral vocacional de la manera que me parece más acertada posible, tratando de llevar a la práctica las orientaciones del Papa y de quienes en la Congregación del Clero tienen la responsabilidad de los seminarios en su nombre y por su mandato. También las visitas a los colegios de la Iglesia, y a los estatales y privados que aceptan mi presencia, me sirven para el encuentro con los chavales; y la experiencia merece siempre la pena. Acompaño a los jóvenes en las jornadas juveniles diocesanas y también a los niños, siempre que me es posible.
La pastoral de infancia y juventud tiene siempre en el horizonte la posibilidad de la llamada a los que pueden sentirla, y procuro que así lo entiendan los responsables. Aun así, no basta. Los reclamos de la sociedad son una presión difícil de saltar para adolescentes y jóvenes; para todos, sin duda, pero para ellos especialmente esa presión es difícil de soportar. Por eso, tengo que decir una vez más que sin la colaboración de la familia y sin el apoyo de los sacerdotes, la pastoral de las vocaciones y el apostolado juvenil en su conjunto quedan bloqueados. Nada hace tanto por las vocaciones al sacerdocio y a la misma vida consagrada que la familia cristiana, que aunque siente el desgarrón del chaval que se quiere ir al Seminario, o de la chica que quiere ser religiosa, sabe también que el Señor llama a los jóvenes a seguirle, y llama los padres a colaborar en la vocación de sus hijos.
Sin la colaboración pastoral de los sacerdotes no hay aterrizaje posible para la llamada vocacional. Los sacerdotes orientan con cercanía la conciencia y educan la libertad para acoger el don del Espíritu Santo, la llamada de Jesús que les va a transformar para seguirle y anunciar con él y en su nombre el evangelio de la reconciliación y la misericordia de Dios; y para llevar la salvación que los seres humanos esperan recibir de Dios, aun cuando sepan que se alejan demasiado de él. Se trata de la llamada que cambia el corazón de las personas y las orienta a Dios, bien supremo y el más apetecible de los bienes, porque sin él se pierden todos los demás. ¿Cómo podrán ignorarlo los sacerdotes, si ellos mismos han recorrido ese camino y de ellos depende tener continuadores en el ministerio pastoral?
Los sacerdotes casi siempre son para los jóvenes que frecuentan los grupos parroquiales y los apostolados el ejemplo que estimula, el modelo único que muchos de ellos tienen delante, ante sus ojos, para responder a la llamada. ¿Qué puede hacer el Obispo sin los sacerdotes? ¿Qué puede hacer la parroquia sin la colaboración de la familia? De la convergencia de familia y parroquia penden muchas vocaciones. Con su ayuda y la ayuda de la escuela católica, siempre que mantenga su identidad sin complejos; y del mismo modo, con la catequesis bien orientada y la formación cristiana que han de proporcionar la familia y la escuela, podemos sacar adelante las vocaciones que necesita la Iglesia en esta hora de nuestra sociedad, para tener mañana «ministros que reconcilian».
Con mi afecto y bendición
Almería, a 13 de marzo de 2016
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nbsp; X Adolfo González Montes
Obispo de Almería