Escrito de Mons. José Manuel Lorca Planes, Obispo de Cartagena, en el IV Domingo del Tiempo Ordinario.
La fama de Jesús era grande en toda Galilea, decía San Lucas -cuando llegó a su pueblo y entró en la Sinagoga, como era su costumbre-, que su presencia causaba gran expectativa entre sus paisanos, porque conocían ya su breve actividad, sus palabras y signos extraordinarios. Este momento concreto tiene un significado especial, es como un lugar teológico, porque la actividad de Jesús se desarrollará en el camino. San Lucas nos narra su evangelio así: el itinerario del Señor desde Nazaret hasta Jerusalén, el comienzo de su actividad en un pequeño templo para terminar en el Templo; en el comienzo tuvo el Señor dificultades y persecución entre los suyos y se vuelve a repetir la historia en Jerusalén, terminando camino del Gólgota. San Lucas desarrolla la actividad evangelizadora y misericordiosa de Jesús en el camino, un camino semejante al que podemos vivir cualquiera de nosotros, donde Dios se hará presente.
No podemos evitar fijarnos en lo que les ocurrió a los paisanos de Jesús en la sinagoga de su pueblo, todos eran gente sencilla, conocidos, vecinos… Acababa de leer la Escritura y seguro que estaban boquiabiertos por lo que habían oído de él. El discurso fue breve, iba en este tono, se ha acabado la espera, hoy es ya tiempo mesiánico, tiempo de salvación, concretamente con estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír…». Les dijo mucho, pero no entendieron nada y se molestaron, hasta caer en la ironía y en el desprecio; más aún, llegaron a ser osados y prepotentes. ¿Fue un adelanto de lo que después oiría Jesús estando clavado en la Cruz en el Calvario? La actitud es la misma y la explicación, la misma, porque el corazón del que no reconoce a Dios no tiene piedad, se incapacita para verle y no tiene reparo en insultarle; cuando no hay amor y se busca sólo el propio interés surge rápidamente el rencor, el irritarse, se llega a la ceguera, hasta que no sean capaces de ser más humildes.
Un tema importante, después de esta escena, será ver cómo reaccionó Jesús, qué lección nos ha dado. Las respuestas de Jesús eran serenas, no se dejó llevar de las ironías de sus vecinos, les enseñó que Dios no se inmuta ante la insolencia, que no le afecta la presión, ni la personal, social o mediática, ni las insolencias de los poderosos; guarda silencio, siempre está en su sitio; Él es la Verdad, la Vida y realiza su voluntad… Santa Teresa de Ávila lo expresaba genial: «Dios no se turba», no se inmuta ante la sinrazón… ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, «todo se pasa…». La lección de Jesús es magistral: el pecado del hombre es creerse superior a Dios, pero sólo su corazón termina herido y sin luz.
Si nuestro corazón no está curado, poco podremos aportar para construir una sociedad sana, si nos olvidamos de Dios, pagarán las consecuencias de nuestro ser irritado los más pequeños y los más débiles. El salmista lo proclama: «El hombre que no ha puesto en Dios su fortaleza… medita el crimen sin cesar» (Sal 52). La advertencia de ese error tiene muchos años: «Me han abandonado a Mí, fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas que no conservan el agua» (Jer 2, 13). La conclusión del texto es dramática, no menos de lo que fuera la vida pública de Jesús: anuncia la Verdad, enseña el camino del Reino… pero la tiniebla no aguanta la luz, y quisieron despeñarle. Y Dios, sin palabras, vuelve a hablar: «Se abrió paso entre ellos y se alejaba».
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena