Mensaje para la Navidad de 2015 de Mons. Ginés García, Obispo de Guadix.
MENSAJE DE NAVIDAD
«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de los alto» (Lc 1,78)
Con estas palabras del cántico evangélico, que el evangelista san Lucas pone en labios de Zacarías, padre de Juan el Bautista, quiero anunciaros y felicitaros la Navidad, fiesta de alegría y paz por el nacimiento del Señor.
Todavía quedan grabadas en nuestras almas las imágenes y la experiencia del pasado día 13, cuando habríamos la Puerta Santa en nuestra Catedral, y por ella nos adentrábamos en el Año Santo de la misericordia, que será sin duda una oportunidad de gracia para aquellos que quieran venir a sumergirse en el gran misterio del amor de Dios.
La Navidad es tiempo propicio para mirar esa misericordia de Dios que tiene rostro, el rostro de un Niño. Mirar al Niño de Belén es contemplar en la humildad de nuestra carne lo que Dios ha hecho, y está dispuesto a hacer, por su criatura que somos cada uno de nosotros. Dios se ha abajado para tomar nuestra condición y hacerse uno de nosotros. Y es que el amor nunca mira desde arriba, siempre se pone al nivel de aquel a quien ama. El amor siempre se pone al lado del otro, nunca para juzgarlo, sino para entenderlo, para alzarlo, para abrazarlo.
Os invito, en medio de las prisas y del ruido de estos días, a hacer un alto y guardar silencio. Dejaros abrazar por el Dios hecho hombre, sentid su ternura. Y abrazarlo también a Él para experimentar lo que nos quiere, sus entrañas misericordiosas, que no se detienen ante nuestra pobreza, ni nuestro pecado. Para Dios siempre somos importantes; no importa nuestra condición ni nuestra vida más o menos alejada de Él. Para Él todos somos importantes.
Esta Navidad ha de ser la Navidad de la misericordia. El momento para experimentar la misericordia en nosotros, y ser también nosotros misericordiosos con los demás. Ser misericordiosos como el Padre. Llevar el don de la misericordia a los demás, especialmente a los que más necesitados están de ella.
No se trata de una invitación a ser por unos días más sensibles a las necesidades de los demás, para después olvidarnos y sumergirnos en la conformidad que genera la indiferencia. Es mucho más. Se trata de poner rostro y nombre a los otros. Que no sólo nos preocupen los grandes problemas del mundo, sino que nos sintamos afectados y responsables del destino de esos hombres y mujeres que caminan a nuestro lado, y de los que he de reconocer que sé poco, y que me preocupo poco. Mirar a los ojos, tender la mano, ser ayuda para caminar, levantar al caído, sostener al débil, comprender al contrario, acoger a todos, eso es misericordia, y esa es nuestra misión los 365 días del año.
Hay muchos hombres y mujeres, contemporáneos nuestros, que no saben lo que es la misericordia porque nunca la han experimentado. Muchos que no saben perdonar porque nunca los han perdonado, que no saben comprender porque nunca los han comprendido. Qué triste es un corazón de piedra que no sabe lo que es el perdón y la misericordia. El calor del misterio de Belén es capaz de romper esos corazones de piedra y hacerlos un corazón de carne. Jesús, nuestro Señor, nos muestra el camino de vuelta a una vida digna, la vida de hijo. La Navidad nos hace experimentar la paternidad de Dios siempre dispuesto al perdón. Con humildad, pero con no menor fuerza, me atrevo a invitaros a los que vivís lejos de Dios y de su gracia a volver a Él. Emprended el camino de vuelta a la casa paterna reconociendo que necesitamos de Dios y de su amor. A todos os invito a acercaros, con motivo de estas fiestas, al perdón de Dios, que se nos da a través del sacramento de la penitencia. Ved y gustad que paz y alegría deja en el corazón el perdón de Dios.
Nuestra mirada se vuelve a Belén, la Ciudad de David. Se vuelve a esa escena preciosa de un niño en brazos de su madre, bajo la mirada atenta y tierna de José, el hombre bueno y justo, que como su esposa se fio de Dios. Y al mirar a Belén no puedo dejar de recordar a tantos niños que, como Jesús, hoy se ven privados de casa y dignidad. Quiero recordar a tantos cristianos, hermanos nuestros, que viven la persecución, que tienen que dejar su casa y sus bienes para convertirse en refugiados. No puedo olvidar a tantos hombres y mujeres que buscan desesperadamente vivir en paz, dejando atrás todo lo que eran y tenían. El rostro del Niño Jesús es hoy el rostro de esos niños y de esas familias.
La Navidad nos recuerda que es posible un mundo mejor, por eso, siempre hay motivos para la esperanza. Dios es nuestra esperanza.
A todos, los de cerca y los de lejos, os deseo una feliz y santa Navidad. Que el Dios que se nos da en Belén sea una realidad gozosa en vuestras vidas; que llene vuestros hogares de calor de familia y los corazones los haga misericordiosos. A vosotros que tenéis dificultades, a los que pasáis por la prueba del sufrimiento, quiero sentirme muy cercano, al tiempo que os deseo el consuelo del amor de Dios y el apoyo de los hermanos. Feliz Navidad, que Dios os bendiga.
+ Ginés, Obispo de Guadix