Reflexión del Evangelio del domingo del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes.
En el Evangelio de esta semana podemos reconocer el cumplimiento de una profecía de Isaías, la Palabra de Dios cumplida en Jesucristo. El profeta anunció el poder y la grandeza de Dios, su fuerza es tanta que puede eliminar la muerte y el dolor de la faz de la tierra y nos hará partícipes de un gran banquete, una felicidad eterna. La conclusión a la que llega el profeta es que todo el mundo termine por reconocer que Dios es el que nos ofrece la salvación. La imagen del banquete la entiende todo el mundo y se identifica con alegría, fiesta, armonía, unión y paz. La manera de expresarse Jesús es siempre comprensible, utiliza un lenguaje fácil, al alcance de todos. En el texto del Evangelio se abre un horizonte esperanzador, el rostro de Dios creador y providente, el Dios de la alianza y de los profetas, el mismo Dios que salva al mundo en Cristo Jesús.
Pensad un momento en lo que dice la Palabra: El banquete está preparado y los invitados se han ido excusando para no ir, ¿qué les ha pasado a los amigos para rechazar la fiesta? Le han cerrado la puerta al proyecto apasionante que les ofrece Dios mismo. Ahora, ¿cuál es la reacción de Dios?, desde luego, sorprendente, su corazón le lleva a abrir las puertas a todo el mundo, comenzando por todos los que se encuentran de camino. De esta enseñanza de Jesús sacamos conclusiones importantes para nosotros: El banquete representa a la Iglesia de nuestro tiempo, donde hemos sido llamados todos formando un pueblo grande, de puertas abiertas, el pueblo que Dios quiere. El Señor ha salido a nuestro encuentro y quiere salvarnos, pero hemos aprendido que no todos han respondido como corresponde, que no todos son dignos. El evangelista nos advierte de esto señalando a uno que no va adecuadamente vestido y la solución que se da es radical, por lo serio que es este tema, hay que echarle. A primera vista parece algo horrible, pero es conveniente entender el significado. Dios nos está avisando, porque estamos aún a tiempo de revestirnos de su amor, de la caridad, que es el signo que identifica a los que están en su misma mesa. La caridad es el vestido de fiesta. Ya se encargará el Señor al final de los tiempos de separar a unos de otros y decirles a unos, venid, benditos de mi Padre…
El evangelista San Juan deja muy claro el tema de la participación en la mesa del Señor y cómo debemos estar: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». Nuestra respuesta, formulada y avalada por la enseñanza y vida de Jesús, es el amor. El que ama al prójimo ama siempre a Dios y el que ama a Dios no puede no amar al prójimo. Espero que la caridad nos haga desprendidos y solidarios, capaces de compartir al estilo de Jesucristo, ya que todos nosotros somos amados por Él y a la vez llamados a vivir en Él. Este es el traje de fiesta que no puede faltarnos nunca.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena