El centro de la religión cristiana es una persona, se llama Jesucristo. Y el centro de la vida de Jesucristo y de su misión redentora se contiene en la santa Cruz y en su gloriosa resurrección. La novedad cristiana consiste en que el Hijo de Dios, hecho hombre por amor, se ha entregado hasta la muerte de cruz para rescatarnos del pecado y hacernos partícipes de la filiación divina, hacernos hijos de Dios. Todo este misterio tiene un símbolo, un icono: la santa Cruz. La Cruz es la señal del cristiano.
Celebramos este domingo 14 de septiembre -con preferencia sobre el propio domingo- la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Es decir, celebramos a Jesucristo que, clavado en la Cruz se ha convertido en punto de atracción para todos los hombres: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi» (Jn 12,32). Estamos acostumbrados y por eso no nos choca, pero no deja de ser sorprendente que un ejecutado en la pena capital de la crucifixión, un crucificado, se haya convertido en el emblema del más alto amor en la historia de la humanidad. Es rechazada por judíos y es negada por musulmanes, pero en la locura de la cruz está la salvación del mundo entero, porque en ella se ha expresado el amor más grande, que ha convertido la cruz en la cátedra del amor. Un dato histórico, Jesús crucificado, se ha convertido por su gloriosa resurrección en icono de salvación, de alegría, de redención para todos.
El pueblo cristiano lo ha entendido y celebra de tiempo inmemorial la cruz gloriosa, la cruz de la que brotan flores y frutos, la cruz de mayo. En el calendario litúrgico renovado esa fiesta ha pasado a celebrarse el 14 de septiembre, pero en muchos pueblos nuestros y en la ciudad continúa celebrándose el primer domingo de mayo, o mejor, el 3 de mayo que es su día. Las cruces de mayo tienen en Añora una floración y expresión muy singular, festiva, gozosa, exuberante. Y en tantos pueblos, en los colegios infantiles, esas fechas de la cruz de mayo lleva a colocar cruces adornadas de flores, de colores, (hasta de chocolate!) para transmitir que por la santa Cruz nos ha llegado la alegría y la salvación. Es toda una catequesis que se ha inculturado en la conciencia del pueblo de Dios.
La cruz de Cristo no fue un accidente desagradable o un final trágico inesperado. La cruz de Cristo es la puesta en escena del amor trinitario de las personas divinas entre sí, y del amor de Dios a los hombres. En la Cruz de Cristo aparece el amor profundo de Dios por los hombres: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). En la Cruz de Cristo aparece el amor de Cristo a los hombres: «Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por los amigos» (Jn 15,13). En la Cruz de Cristo se recicla todo el mal del mundo, toda injusticia, todo pecado. Por eso la Cruz es repelente y echa para atrás, porque es un cúmulo de males que la hacen feísima. Pero traspasando esa cáscara, nos encontramos con su fruto exquisito, el de un amor sin medida, el amor de Cristo crucificado.
Sucede en nuestra vida. Cuando nos llega un sufrimiento, en nosotros o en alguno de los nuestros, la reacción inmediata es de repulsa. Aquí viene la mirada al crucifijo, a Cristo en la Cruz. Y entonces entendemos lo que nunca habíamos entendido: que el sufrimiento vivido con amor tiene sentido, que el sufrimiento vivido así es redentor, es saludable, nos hace más humanos y más divinos. Y la razón de todo ello es porque antes que nosotros Cristo ha vivido su Cruz, sufrimiento lleno de amor, para decirnos a todos que nos ama y que si queremos amar, hemos que tomar cada uno la cruz de cada día, en la que va fraguándose nuestra historia de salvación. Esto nadie lo ha enseñado como lo ha enseñado Jesús con su propia vida. Y de aquí viene la alegría de las cruces de mayo y la alegría de la exaltación de la santa Cruz en este día de septiembre.
Oh Cruz gloriosa, en la que Cristo es nuestra salvación. Cruz bendita que nos acompañas a lo largo de nuestra vida. Concédenos esa luz que brota del árbol de la Cruz para que besando a Cristo crucificado entendamos que amor con amor se paga.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba