«Señor, que tienes recursos que nosotros no tenemos, cambia los corazones»

Alocución de Mons. Javier Martínez al inicio de la Vigilia de oración, convocada en la Archidiócesis el domingo día 7, víspera de la Natividad de la Virgen María, para rezar por la paz en el mundo, especialmente en Oriente Medio.

Hemos venido aquí a rezar, hemos venido a orar, antes que a nada. En todo el mundo, y ciertamente en todo el mundo cristiano, hay una preocupación creciente -y creciente de una manera exponencial en los últimos meses- por la paz. Y se comprende porque lo que está sucediendo en el Medio Oriente es una escalada en el ámbito de la violencia de un volumen difícilmente imaginable hace no muchos años, y que supone una amenaza para el mundo entero.

Lo que sucede en Ucrania es a dos pasos y también genera una inseguridad y un temor grandes. El Papa ha hablado abiertamente de que estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial, sólo que tiene otras características diferentes a las que tuvieron las anteriores. Entonces, es obvio que cada uno de nosotros a esos conflictos podemos contribuir de una manera muy limitada; pero es obvio también que la fuerza de la oración… en estos días escuchábamos una vez más: «Cuando dos o más se unen para pedir algo en mi nombre o a mi Padre, pues mi Padre os lo dará». Tenemos que pedir la paz. Tenemos que pedir la paz para el mundo, y tenemos que pedirla insistente, apasionadamente, ardientemente. Tenemos que pedirla y aunque no tengamos muchas palabras para expresárselo al Señor, que nuestra presencia misma sea esa súplica, que nuestro corazón clame por la paz y por el deseo de la paz.

Ciertamente, parece que son dos pensamientos que puedo formular, los intereses que mueven las guerras son intereses muy ajenos a lo que parecen. Muchos intereses económicos y de dominio en la distribución del poder sobre las partes del mundo, que se ocultan detrás de aparentes justificaciones de tipo nacionalista o de tipo religioso, eso es muy importante tenerlo en cuenta. Lo dijo el Papa también en su entrevista con el periodista hace unos meses cuando dijo: Detrás de las guerras que estamos viviendo hay un montón de intereses económicos y de poder.

No es casualidad que se pueda decir que las guerras mundiales anteriores han sido siempre para resolver crisis económicas profundas que aparecían en el sistema, y claro cuando se destruyen ciudades enteras, cuando mueren millones de personas, pues, efectivamente, problemas de paro, de trabajo… desaparecen, y desaparecen fácilmente, y las industrias, sobre todo las industrias del armamento o vinculadas al armamento, tienen un desarrollo muy grande y son industrias que mueven muchos millones de euros y de dólares. Hay que pedir que busquemos por encima el bien de las personas (…); el bien de las personas está siempre por encima de los bienes económicos o de los bienes políticos.

También en el contexto nuestro nacional es algo que hay que recordar: el bien de las personas, la comunión de las personas, los lazos entre las personas son el bien más importante a preservar, porque sobre la comunión y sobre la convivencia se puede construir. Sobre el odio, sobre la división, sobre la desconfianza mutua no se construye mas que dolor y sangre.

Algunos de estos conflictos a veces parecen, tienen la cara de conflictos religiosos. Dejadme deciros: no lo creáis. No lo creáis. Son intereses de poder que utilizan las fidelidades religiosas de las personas al servicio de sus intereses de poder, desde hace mucho tiempo. Hay toda una serie de libros de historia y de producciones mostrando que las llamadas incluso guerras de religión en el siglo XVII no fueron guerras de religión; era la lucha por la hegemonía europea que terminó plasmándose en las dos guerras mundiales. Eran -ha dicho algún historiador americano- los dolores de parto de las luchas de poder de los estados modernos en Europa. Eso fueron las guerras llamadas «de religión». Pero ciertamente, cuando ahora se invoca al Islam, por ejemplo, para realizar las barbaridades que estamos viendo, eso no es un hecho religioso, eso es un hecho político, es un hecho ideológico, que utiliza en su servicio la fidelidad o la sencillez o la ignorancia de pueblos enteros, y que lo presenta como una lucha religiosa.

Por último, dejadme deciros, en el Medio Oriente hay hermanos nuestros, muchos hermanos nuestros. En el norte de Irak había varios millones de cristianos. En Siria había poblaciones enteras cristianas, las hay, las ha habido hasta hace nada. La historia cristiana de Siria y de Irak son conmovedoras. Desde el sur de Mesopotamia, en el siglo IX, se hizo una campaña misionera -estando en el periodo de los califas, es decir, en un periodo islámico, ya conquistados por el Islam-, la Iglesia, de lo que hoy es más bien Persia pero que tenía su capital en el sur de Irak, hizo una misión que llegó hasta las costas de Japón. Eso no lo sabe casi nadie, pero el Credo de Nicea en un museo de las estelas que hay en Pekín está escrito en chino y en arameo, porque aquella Iglesia hablaba arameo. Hizo toda una misión que llegó desde Irak, atravesando toda China hasta las costas de Japón. Dios mío, son hermanos nuestros, pero además es que aquella tierra es Tierra Santa, no sólo Israel o Palestina. Damasco es Tierra Santa, fue el lugar de la conversión de San Pablo; Antioquía, que hoy pertenece al estado turco, allí fue donde nació el nombre de cristianos, donde estuvo la primera comunidad cristiana. Que desaparezcan aquellas comunidades que se llaman a sí mismos «el pueblo de la cruz», porque saben que llevan 13 siglos prácticamente de una persecución intermitente, pero siempre, en el mejor de los casos, como ciudadanos de segunda clase. Pero son ellos quienes evitan que el cristianismo sea una ideología, que el cristianismo sea una serie de verdades abstractas. Nosotros estamos ligados a una tierra, a una historia, a un acontecimiento: Jesús nació en Belén, en el tiempo del emperador Augusto y fue crucificado bajo Poncio Pilato -lo recordamos en el Credo, a pesar de que el Credo es un resumen pequeñísimo de la fe-. Un cristianismo sin raíces en la tierra y sin raíces en la historia sería un cristianismo profundamente deformado, ideológico, abstracto.

Por lo tanto, tenemos que pedir por esos hermanos nuestros. Yo conozco algunas familias que al principio del conflicto pude ponerme en contacto con ellas y les decía: ‘Dios mío, yo sé que vuestra misión está allí, pero si tenéis necesidad de salir que sepáis que estaremos dispuestos a ayudaros como sea’. Y me respondían, una chica de 23 años, profesora de informática, me respondía diciendo: ‘Nuestro sitio en este momento sabemos que es vivir la cruz pero nuestro sitio está aquí para dar testimonio a toda la Iglesia de que Cristo vale más que la vida. Pedid por nosotros’. Nada más. Eso son nuestros hermanos, están ahí, no podemos dejarlos abandonados. Promoveremos también alguna otra iniciativa de otro tipo, de ayuda a refugiados, a personas que puedan… Hoy vamos a orar. Señor, concédenos el don de la paz, haz posible, cambia los corazones, Tú que tienes recursos que nosotros no tenemos, cambia los corazones, que se levante de todo el mundo una oleada de súplica por la paz y de condenación de la violencia. No hay ningún motivo que justifique la muerte de un inocente, nunca. Ni económico, ni político… de ningún inocente, desde el niño no nacido hasta el momento de nuestra muerte natural somos imagen de Dios, amados cada cual por su nombre por nuestro Señor. Cristo ha derramado su sangre por nosotros. Nunca hay motivos para matar a un inocente, ni para promover o justificar la guerra, la agresión, la secesión, los actos de violencia contra poblaciones inocentes…

Que el Señor escuche nuestra oración y que no se limite -dejadme, con esto termino, no quiero quitaros vuestro tiempo junto al Señor-, que no se limite a esta tarde, que nuestras súplicas insistentes y constantes se dirijan al Señor para obtener el don de la paz y para construir paz en el entorno
nuestro, condenando toda violencia injusta.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral de Granada
7 de septiembre de 2014

Alocución al inicio de la Vigilia de oración por la paz en el mundo
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