“La fragilidad humana no es nunca un obstáculo para la Gracia de Dios”

Homilía del Arzobispo de Granada en el XXX Domingo del Tiempo Ordinario, 27 de octubre de 2013, en la S.I Catedral.

Queridísima Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos amigos todos, católicos y no católicos.

Saludo de manera especial a la Cantoría de Jaén (…). Sé que sois la «Schola» que cantáis habitualmente o con frecuencia en la Catedral de Jaén. Bienvenidos a vuestra casa porque todos los domingos rezamos en el Credo que la Iglesia es Una y, por lo tanto, todos somos hijos del mismo Padre y de la misma familia, y miembros del único Cuerpo de Cristo.

La verdad es que las lecturas de hoy, sobre todo el Evangelio, es de los más crudos, fuertes en un sentido y, al mismo tiempo, de los que ponen con más nitidez delante de nuestra mente y de nuestros ojos la actitud que corresponde al hombre en presencia de Dios y, por lo tanto, en ese sentido también de los más liberadores. (…)

Uno de los grandes cristianos del siglo XX, el teólogo Von Balthasar, en buena medida maestro de Benedicto XVI, llegó a decir que él había aprendido a ser cristiano leyendo la obra de Bernanos, lo cual no es ningún mal elogio en absoluto. Este hombre escribió un artículo diciendo que pensar cristianizar el mundo a base de leyes es una mala medida. El mundo se cristianiza cuando los hombres encuentran la buena noticia del Evangelio. Y dice: «Las leyes sirven para proteger un pueblo cuando ese pueblo tiene unas costumbres cristianas, pero no sirven para hacer cristianos».

Es verdad que si las leyes no protegen ciertas formas de vida, el pueblo puede convertirse en un pueblo disoluto; y ésta es la observación que quería citar, es profundamente cristiana: vale un millón de veces más, dice Bernanos, un pueblo disoluto que un pueblo hipócrita. Seguramente, la frase justo hace salir lo que está de trasfondo en el Evangelio de hoy, y recuerda también un poco (…) esa frase que habéis oído del Papa Francisco –que, por cierto, se inspira mucho en ese grupo de literatos, especialmente en Péguy y en Bernanos, de literatos franceses, de grandes literatos católicos franceses de comienzos del siglo XX, por ejemplo León Bloy-; y esa frase del Papa Francisco donde decía una Iglesia que no es capaz de salir al encuentro del hombre, donde el hombre está -en la situación en la que el hombre se encuentra ahora mismo, roto muchas veces, destrozado en su corazón, herido en su esperanza, con mil cicatrices de una vida cuyo sentido y cuyo horizonte muchas veces se le escapa o falto, diríamos, de la compañía que hace posible vivir con solidez un camino de vida-, es una Iglesia enferma. Y es verdad que cuando sale al encuentro del hombre pues a veces se accidenta y se convierte en una Iglesia accidentada, pero, y aquí está el eco de Bernanos: vale más una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma.

¿Qué es una Iglesia enferma? No es una Iglesia hecha de pecadores. Lo que quiero subrayaros es que la fragilidad humana, la debilidad humana, no es nunca un obstáculo para la gracia de Dios. El único obstáculo con el que la gracia de Dios se topa en su relación con nosotros es una especie de protección de armadura de plástico que oculta las heridas de nuestra propia humanidad, es la hipocresía. Eso es, si queréis, a lo que se refiere esa blasfemia contra el Espíritu Santo que no tiene perdón, dice el Señor, ni en esta vida ni en la otra, que es cuando sencillamente la libertad del hombre se cierra ante la acción de Dios.

¿Y qué es lo que nos cierra ante la acción de Dios? La creencia de que nosotros somos justos y de que es Dios quien está en deuda con nosotros porque nosotros somos justos, somos buenos, hacemos las cosas como las hay que hacer. Eso siempre es mentira. Y aunque fuera verdad, si tuviéramos el corazón de Dios, si nuestros sentimientos fueran los mismos de Dios, no tendríamos esa actitud de dar gracias y de juzgar a los demás, sino la actitud de decir: ‘Señor, ¿qué he hecho yo para merecer tu amor?’. A mí me lo recuerda cada vez que voy a predicar a la cárcel: ¿qué he hecho yo para no estar aquí y para que los que están aquí, estén? Pues, un montón de dones de los que yo no soy responsable y, por lo tanto, no puedo atribuirme a mí mismo, porque yo no he escogido la familia en la que he nacido, los amigos que he tenido, los sacerdotes que me han guiado a lo largo del camino: yo no he escogido nada de eso…

Todo es don de Dios. Y quien tiene la conciencia de que todo es don de Dios se mira a sí mismo con la misma ternura que mira a cualquier pecador, incluso al más horrible de los pecadores, incluso al más destrozado de los hombres, porque sólo la Gracia nos salva, no nuestras cualidades. O por decirlo con una frase de un Doctor de la Iglesia, San Bernardo: «Nuestro único mérito ante Ti, Señor, es tu misericordia». (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S. I Catedral, 27 de octubre de 2013

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