Corpus Christi, Día de la caridad

Carta semanal del Obispo de Córdoba. Hemos celebrado el X Congreso Eucarístico Nacional en Toledo el pasado fin de semana con gran fervor y participación de muchos. Este domingo celebramos la gran fiesta litúrgica del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el “Corpus”. Después de contemplar detenidamente lo que este Sacramento es y significa en la vida de la Iglesia, hagamos algunas consideraciones en torno a este misterio.

Comer el mismo pan nos reúne en el mismo cuerpo “Somos un solo y mismo cuerpo, porque participamos del único y mismo pan” (1Co 10,17). Uno de los frutos más importantes de la Eucaristía es la unidad de la Iglesia, porque es la Iglesia la que celebra y confecciona la Eucaristía, pero al mismo tiempo es la Eucaristía la que edifica la Iglesia, congregándola en la unidad. En la Eucaristía, la Iglesia encuentra su fuente continua de cohesión interna. De la misma Eucaristía brota una “espiritualidad de comunión”, que nos une a todos en un solo cuerpo, sin matar las riquezas propias de cada uno, sino poniendo cada uno lo mejor de sí mismo para el enriquecimiento del Cuerpo. No se puede comulgar el cuerpo de Cristo y estar reñidos entre nosotros. No podemos acoger a Cristo en nuestro corazón y al mismo tiempo despreciar a nuestros hermanos. El que abre su corazón a Cristo, lo abre también a los hermanos.

Por eso, la Eucaristía nos lleva a la comunión eclesial, amando a la Iglesia como es, como Cristo la ha fundado. Comulgar nos conduce al amor a nuestros pastores, al Papa, a su magisterio y a su disciplina, a los obispos y a sus enseñanzas, a los sacerdotes que nos presiden en el nombre de Cristo. Sería una contradicción comulgar el Cuerpo de Cristo y vivir en postura de disidencia o ruptura con los pastores de la Iglesia, que son quienes nos sirven la Eucaristía en el nombre y con la autoridad de Cristo.

Por ejemplo, un sacerdote que celebra la Eucaristía o un fiel cristiano que comulga en la misma no puede albergar en su corazón una postura de contradicción con aquellos que gobiernan la Iglesia. La comunión eclesial a la que la Eucaristía conduce comienza por la acogida respetuosa y amable de nuestros pastores. La Eucaristía, por tanto, es alimento permanente de la comunión entre los miembros de la Iglesia, y particularmente con los pastores que la conducen en nombre del buen Pastor, Cristo.

El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que reclama nuestro amor en los pobres y necesitados. “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que servimos en nuestros hermanos. La Eucaristía fue instituida en el contexto de la última Cena, cuando Jesús se levantó de la mesa y lavó los pies a sus discípulos como el último de los siervos. Y en esa escena del lavatorio de los pies, Jesús nos advierte: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros habéis de lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,13-14). “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34).

Comer a Cristo en la Eucaristía nos lleva a hacernos cargo de las necesidades de los hermanos, a cargar con sus flaquezas, a aliviar sus sufrimientos con el bálsamo de nuestro amor. Y esto, comenzando por los que tenemos más cerca, nuestros enfermos, nuestros ancianos. La acción caritativa y social que la Iglesia lleva a cabo tiene aquí su alimento permanente. Caritas y toda acción caritativa y social de la Iglesia se distinguen de otras ONGs por el amor cristiano que las inspira y que las sostiene. Que la fiesta del Corpus alimente en todos los cristianos esa caridad cristiana con los pobres. En esto conocerán que somos discípulos de Jesús, el buen samaritano.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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