Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor

Homilía en la Misa Crismal, por D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva. Mis queridos Hermanos, obispos, presbíteros y diáconos. Queridos seminaristas, queridos religiosos y religiosas, queridos hermanos y hermanas todos:

Jesús, el Señor, ungido por el Espíritu Santo, hace partícipes de su unción y de su misión a todo el pueblo adquirido por su sangre. Esta celebración lo pone de manifiesto con la bendición de los óleos y con la consagración del santo crisma. Todos los bautizados, unidos a la muerte y resurrección de Jesucristo, formamos el pueblo santo de Dios y tenemos, en este mundo, la misión de manifestar el amor de Dios, que en la cruz de Jesucristo ha llegado hasta el extremo.

Los presbíteros, que compartimos con toda la Iglesia esta misma dignidad de hijos de Dios, hemos recibido, sin mérito alguno de nuestra parte, el sacramento del Orden para el servicio de todos los fieles, ayudándoles a vivir su vocación a la santidad.

El ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal se encuentra hoy con serias dificultades que nos afectan a todos:

-En muchas ocasiones no constatamos el resultado de nuestros esfuerzos pastorales.

-Nuestra labor se ha hecho compleja. Se ha multiplicado el trabajo y constatamos la escasez de vocaciones. Hemos de atender a una pluralidad de situaciones personales,  que requieren una atención, para la que no estamos siempre lo suficientemente preparados.

-Nos vemos sumergidos en un ambiente cultural, en el que se entrelazan varias antropologías o visiones diferentes del hombre; lo cual nos crea un doble desafío: mantener la coherencia de la propia visión cristiana del hombre y dialogar con las demás concepciones de la vida,  para proponerles el mensaje de la salvación. Sentimos la urgencia de vivir la encarnación, pero, al mismo tiempo, reconocemos que esto no quiere decir adaptación al mundo. Estamos presentes en el mundo y, al mismo tiempo, hemos de evitar la secularización interna de la Iglesia. Dentro de esta encrucijada es necesario reforzar nuestra propia identidad de presbíteros y redescubrir la urgencia de nuestra misión, al servicio de los hombres y mujeres de hoy.

Vivir en esta tensión puede producir en nosotros desgaste, desmotivación o cansancio, si no bebemos en la fuente de la que brota la fuerza necesaria para la misión: esta no es otra que la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. La clave para hacer una lectura creyente de nuestra propia existencia es nuestra configuración con Cristo crucificado.

Recordemos las palabras que el Obispo nos dijo el día de nuestra ordenación: “Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Recordemos también las palabras del apóstol Pablo: “Suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”. En estas dos expresiones resuena la invitación del mismo Jesús: “El que quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo tome su cruz y sígame”.

 
Cuando leemos las dificultades de la vida y los sufrimientos de nuestro ministerio desde esta clave, descubrimos que no podemos estar preocupados por la eficacia (entendida como interés de controlar unos resultados inmediatos) sino que nos abrimos a la confianza de la fecundidad que Dios da a nuestras acciones cuando Él las riega con su gracia. Estamos seguros de que no hay mayor fecundidad que dar la vida con Cristo por los demás. El que da la vida la encuentra. El Buen Pastor da su vida por los suyos, y la da para que tengan vida. Sin la perspectiva de la cruz se desvaloriza el esfuerzo y el sacrificio; con la cruz descubrimos que los sufrimientos son el signo de nuestra donación y expresan el amor con el que Cristo nos amó.

Esta configuración con Cristo Crucificado, entregado hasta la muerte, nos llevará a centrarnos en lo fundamental de la vida cristiana y a no reservarnos nada, es decir a donarnos totalmente, poniendo en las manos del Señor nuestros pobres cinco panes y dos peces o las humildes monedas de la pobre viuda. Nos identificaremos con Cristo obediente hasta la muerte, aceptando la voluntad del Padre, que le envió por nosotros para que nos salvara por el camino de la cruz.

El Papa Benedicto XVI nos ha recordado en una reciente carta lo siguiente:

“En nuestro tiempo, en el que amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí, al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado…Con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen más de manifiesto.
Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: esta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia”

Después de esta afirmación tan clara del sucesor de Pedro, que sin duda debemos asumir como nuestra, el Papa concluye:

“De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes para que su hablar de Dios sea creíble”.

En esta Misa Crismal, en la que nos reunimos tantos sacerdotes, deseo subrayar, una vez más, la importancia de la unidad dentro de nuestro presbiterio, para que nuestro testimonio sea creíble en el mundo. Si esto es importante para toda la Iglesia, qué importante es para nosotros los sacerdotes, y no sólo para la credibilidad de nuestra misión, sino también para el aliento y estímulo mutuo que  todos necesitamos. Un presbiterio unido es consciente de que compartimos una misma misión, que llevamos a cabo en nombre de Jesucristo. Cuando vivimos la alegría de la unidad, descubrimos la riqueza y la complementariedad de los dones que Dios ha repartido entre nosotros y brota la acción de gracias de unos por otros. En un presbiterio unido, nos hacemos cirineos unos de otros para llevar con fidelidad la cruz del Señor, ayudándonos a redescubrir que la cruz apunta siempre a la vida, que la pasión es el camino de la resurrección. Cuando unidos llevamos la cruz con Cristo, nos mostramos al mundo como hombres de esperanza. Cristo es nuestra Pascua y su misterio pascual es la clave de nuestra vida.

El espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, vendar los corazones desgarrados. Estas palabras que hoy han resonado por dos veces en nuestra celebración nos recuerdan que en nuestra misión como sacerdotes hemos de dedicarnos con amor a los que sufren y estar siempre cerca de los pobres. La crisis económica que padece nuestra sociedad hace especialmente dolorosa la situación de los más desfavorecidos. Esta situación reclama de nosotros, en el momento presente, un desprendimiento personal generoso, siguiendo el ejemplo de tantos sacerdotes hermanos nuestros que se han distinguido por su entrega generosa a los pobres y que se han desvivido por los necesitados. Pero además, hemos de estimular a nuestras comunidades para que sean servidoras de los pobres. Valoro y agradezco sinceramente el trabajo intenso de nuestras Cáritas parroquiales y diocesana y me atrevo a pediros, en esta situación concreta, que en la Eucarist
ía del Jueves Santo se haga una colecta extraordinaria para que sea entregada a Cáritas diocesana, y que ésta refuerce a las Cáritas que están más desbordadas por la demanda de ayudas.

Hago también un llamamiento a todos los responsables e la gestión pública a que ofrezcan respuestas de carácter extraordinario en favor de las familias gravemente afectadas por el paro.

No puedo terminar esta homilía sin tener presente a todas las víctimas del terremoto que ha afectado al centro de Italia. Pidamos por el eterno descanso de los fallecidos y para que el Señor conceda fortaleza y ánimo a los que tienen que afrontar la restauración de la zona siniestrada.

Vamos a renovar nuestras promesas sacerdotales. Supliquemos al Señor, Buen Pastor, que nos ayude a recuperar el amor primero, para que seamos capaces de amar con el amor más grande, que consiste en dar la vida por los amigos.

Que Santa María, la Virgen fiel, nos acompañe al dar nuestro sí sincero.

Dios ama al que da con alegría, y nosotros hemos de prestar nuestro servicio con una alegría confiada. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en Él está nuestra salvación, vida y resurrección, Él nos ha salvado y liberado. Amén.

+ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva

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