Carta Pastoral del Obispo de Cádiz y Ceuta, D. Antonio Ceballos, con motivo de la Campaña contra el Hambre en el Mundo. Mis queridos diocesanos:
El día 8 de febrero se celebra el Día de la Campaña contra el Hambre en el Mundo y el Ayuno Voluntario. Este año 2009 Manos Unidas cumple su cincuenta aniversario de existencia. Han sido 50 años declarando la guerra al Hambre en el Mundo.
1. Declaramos la guerra al Hambre
Manos Unidas es una Organización No Gubernamental para el Desarrollo (ONGD), católica y de voluntarios, seglar, sin ánimo de lucro y de carácter benéfico. Nació en 1959, bajo el impulso de las mujeres de Acción Católica, respondiendo al llamamiento que hizo la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) en el Manifiesto de 1955, en el que decía: “Sabemos y queremos que se sepa, que existen soluciones de vida, y que si la conciencia mundial reacciona, dentro de algunas generaciones las fronteras del hambre habrán desaparecido”, y concluía el Manifiesto diciendo: “Declaramos la guerra al hambre”.
2. Combatir el hambre, proyecto de todos
“¡Declaramos la guerra al hambre!” fue la semilla de lo que sería, en 1959, la primera campaña de Manos Unidas. 50 campañas después, continúan la batalla haciendo suyo el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio: “Erradicar la pobreza extrema y el hambre”.
Este año, con el lema “Combatir el hambre, proyecto de todos”, Manos Unidas, en su 50 campaña reclama que el logro de estos objetivos de desarrollo sea una prioridad para las sociedades económicamente más avanzadas y un reto tendente a cambiar los estilos de vida.
3. Cincuenta años después
Cincuenta años después el crecimiento económico que parecía que iba a poner pronto a todos a las puertas del bienestar, por desgracia no ha sido así. Para muchos, la esperanza del progreso se ha convertido en desilusión y los datos sobre la pobreza y el paro son alarmantes hasta tal punto que en otros continentes pasan por el camino angosto del hambre y la pobreza. Pero esto no solo sucede en el tercer mundo sino que también ya entre nosotros es una realidad.
En nuestra sociedad opulenta muchos tienen el dinero fácil; otros, luchan por unos salarios y pensiones de mantenimiento, y otros, no llegan a un mínimo de bienestar. Esta división no ayuda a nadie. Los pobres no interesan y molestan las conciencias. Existen ya muchas familias que padecen esta situación de la pobreza.
Los cristianos somos hombres y mujeres solidarios que sabemos que hay quienes ya no pueden pagar el recibo de la luz, quienes no pueden comprar los libros de estudio para sus hijos, quienes no alcanzan a pagar los plazos o alquiler de la vivienda. Nuestra sociedad proclama la justicia social, pero ya más de tres millones de parados viven en familias donde falta un salario, y en otros continentes las cifras son espeluznantes.
4. Un proyecto de todos
¿Podemos hacer algo? Según la realidad existente, el problema del hambre no es solamente un problema de ayudas, sino de cambio de estructuras, de un nuevo orden económico internacional, porque no es problema de unos pocos hombres sino de grandes zonas del mundo y consecuencia de determinados sistemas.
Es necesario para la erradicación del hambre en el mundo que cambien los sistemas políticos, económicos, comerciales, sociales, las relaciones entre las naciones que la han generado. Pero, por otra parte, no cambiarán esas estructuras
los mismos que la han creado y mantienen estos sistemas generadores de injusticias. Y así, los países pobres lo serán cada vez más y el hambre continuará en el mundo.
Ante esta situación podríamos preguntarnos: ¿Creo yo, cristiano, en un cambio efectivo que haga desaparecer el escándalo del hambre? ¿Puedo yo hacer algo por resolver un problema que desborda toda medida individual?
La Campaña contra el Hambre en el Mundo este año nos asegura insistente y cristianamente que combatir el hambre, es un proyecto de todos. El problema es el cambio de un mundo de hambre a un mundo de hermanos en el que el “pan nuestro de cada día” y la dignidad de las personas sea un bien para todos.
5. Un cambio del corazón
En este sentido hace falta, ante todo, y es misión de la Iglesia recordarlo, un cambio de mentalidad, un cambio de valores que sustituya radicalmente el egoísmo por la fraternidad; el acaparamiento y el consumismo insaciable por la solidaridad cristiana; el individualismo, por la comunión que pedía Jesús para sus discípulos (cf. Jn 17,20-23); sin ese cambio de corazón, si las mentalidades no cambian, o no se darán las reformas estructurales de la sociedad o quedarán en vanas palabras. La raíz de las estructuras sociales injustas se alimentan en el pecado que anida en el corazón humano y sólo desde un cambio del corazón se podrá acabar con ello.
Los cristianos, pues, alma del mundo, conciencia y levadura de la humanidad, hemos de mantener la utopía evangélica de una sociedad en la que todo (economía, política, relaciones internacionales, etc.) esté sometido al hombre y él sólo a Dios, porque es imagen e hijo suyo (cf. Gn 1,27-28; Mt 22,39); un mundo solidario, un proyecto de todos que llegue a ser comunidad, familia, cuerpo (cf. Jn 11,52; 1 Cor 12, 12); un mundo en el que no triunfe la violencia, sino que crezca en la cooperación y el desarrollo para todos (cf. Mt 26,52);un mundo en el que se privilegie a los pobres (cf. Mt 5,3; 19, 30; Jn 13, 1ss); y se comparta el pan y los bienes con ellos (St 2,14-16).
6. Una llamada a la acción
Queridos hermanos, de la conversión del corazón brotará, sin duda, una acción inteligente y desinteresada en favor de los pobres y sus problemas y, en concreto, contra el hambre en el mundo. No bastan las ideologías utópicas, por necesarias que sean. Urge la acción. Dejádmelo que os lo recuerde con palabras inspiradas del llorado Papa Pablo VI: “Que cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada persona por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos somos también responsables, y que, por tanto, la conversión personal es la primera exigencia (…) De este modo, en la diversidad de situaciones, funciones y organizaciones, cada quien debe determinar su responsabilidad y discernir en buena conciencia las actividades en las que deba participar” (Carta Apostólica Octogesima Adveniens, 1971, nn. 48-49).
No olvidemos que somos vasos comunicantes de gracia o de maldad, de justicia o de egoísmo; somos miembros de un solo cuerpo, responsables unos de otros. Somos responsables del mundo. De nosotros, de nuestra entrega y amor, depende la marcha del mundo.
7. Colaboraci&oacut
e;n eficaz
Los cristianos creemos que nuestra acción, por débil que sea en sí misma, va a ser eficaz, porque la fe mueve montañas y para Dios no hay nada imposible (cf. Lc 1,37; Mt 17,19), y todo es posible para el que cree.
Quisiera pediros, al exhortaros a colaborar en la Campaña de Manos Unidas de 2009, en el nombre del Señor, una conversión del corazón. Que la limosna que ofrezcáis sea expresión del don de vosotros mismos, de vuestro amor auténtico como nos recuerda el Papa Benedicto en su encíclica “Dios es amor”. Los que sois pobres en bienes materiales, dad lo poco que podáis, en la conciencia de que si lo hacéis con amor y por amor, el amor libera y cambia el mundo. A unos y a otros, como Pastor, os quiero decir: Tened fe en el poder transformante del amor. Si tú quieres, puedes acabar junto con otros, con el hambre existente en el mundo, ya que se trata de un proyecto de todos. Si tú amas, de obras y de verdad, puedes cambiar el mundo.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 30 de enero de 2009