Carta Pastoral del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo López. El día 28 de diciembre celebraremos los cristianos la Fiesta de la Sagrada Familia. La liturgia nos presenta a la Familia de Nazaret como modelo de familia cristiana, en el clima navideño.
Al tiempo que felicito a las numerosas familias de la Comunidad diocesana, pongo en sus manos las siguientes reflexiones, a través de la Delegación episcopal para la familia y de nuestros queridos sacerdotes:
1. En un asunto de tanta importancia como la familia necesitamos tener ideas claras que correspondan fielmente a la verdad de la fe, que es la verdad de Dios, y a la verdad que encontramos en nosotros mismos. Quien se equivoca en estas cuestiones pone en peligro su felicidad personal, la de otros y, en definitiva, su vida de cristiano.
Existe hoy entre nosotros una corriente ideológica, en algunos verdadero principio, de que el desarrollo de la afectividad es un asunto de índole privada, que cada uno puede vivir como le parezca, sin referencia a una ley natural y moral, incluso sin especiales responsabilidades sociales. Tal comportamiento, lejos de enriquecer el desarrollo del ser humano, le envilece y rebaja. Todo ello guarda relación directa con la verdad del matrimonio y la familia de que depende, en gran parte, la estabilidad y la esperanza de la sociedad y la persona.
La familia, comunidad formada por el marido y la mujer con los hijos lejos de contemplarse como realidad trasnochada, hunde sus raíces en la misma naturaleza humana. Su vigencia es, por ello, de ayer, de hoy y de siempre. Las adaptaciones que el paso del tiempo aconsejan, en su recorrido, deberán conservar siempre, por eso mismo, la condición genuina de lo que es el matrimonio y la familia en el orden natural.
Bendecida por Dios desde la creación del hombre y la mujer (cf. Gn 2, 24), Jesucristo elevó a esta institución natural, “gran misterio” con palabras de San Pablo (Ef 5, 32), a rango sacramental, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados.” (n. 1601).
2. La oferta de la Iglesia a la sociedad de familias cristianas es uno de los servicios más valiosos que puede prestarle en todo tiempo y circunstancias, ya que es un pilar seguro y estable en el que padres e hijos asientan la vida y en donde se fragua la sociedad del amor y respeto, en la paz y esperanza de futuro.
Los cristianos manifestamos abiertamente nuestro aprecio por la familia en cualquier geografía y situación social porque la valoramos como un tesoro. En todas las épocas y lugares los discípulos de Jesucristo custodiarán sus señas de identidad frente a otras formas de familia, al tiempo que tratamos de dar a conocer y promover lo que la naturaleza misma nos enseña, avalado por la Revelación divina (cf. Mt 19, 6; Ef 5, 25).
La persona, más allá de su actividad laboral, intelectual, social, encuentra su pleno desarrollo, su realización integral, su riqueza máxima, en la familia. Aquí se decide, más que en ningún otro campo de la vida, el destino y desarrollo de cada uno.
Frente al desprecio del valor supremo de la vida, frente a la devaluación y hasta degradación del amor limpio, frente a tanta manipulación y relativismo, los cristianos, junto a muchas otras personas, proclamamos la santidad del matrimonio, el valor de la familia, y la intangibilidad de la vida humana.
3. La celebración litúrgica anual de la Fiesta de la Sagrada Familia tiene el sentido de agradecimiento ante Dios, de quien procede toda familia, porque son muchos los cristianos que desde su unión matrimonial nos hablan, con su ejemplo sobre todo, de que es posible vivir el amor matrimonial que sellaron un día delante de Dios y la Iglesia; que es posible transmitir la vida desde su mutua donación como esposos y responsabilidad de padres; que unidos dilatan sus capacidades y esperanzas para vencer como comunidad soledades y egoísmos encontrando un nuevo sentido a la aventura de la vida; que el esfuerzo y la fidelidad de los años, hace crecer y consolidar su amor.
Los esposos y familias cristianas saben muy bien que de la cruz y las pruebas, que siempre aparecen en su recorrido, nace nueva vida, que al sufrimiento sigue el gozo y hasta en las tinieblas brilla la luz de la fe. Tienen como no acertado desertar ante la dificultad. Al contrario, ante los obstáculos se apoyan en su familia, buscan el consejo de amigos e invitan a Dios que se haga presente con su luz y su fuerza.
4. Nadie en la Comunidad cristiana debe mostrarse indiferente ni permanecer a distancia, ante la trascendencia de la institución familiar y su origen en el amor matrimonial. Los cristianos, sobre todo las familias, deben ser testigos vivos de que el amor verdadero, respetuoso, fiel, gratuito… es posible. Que el matrimonio y la familia, conforme a sus postulados naturales y revelados por Dios, son posibles como un bien que engrandece y enriquece a las personas.
Animamos a la Delegación Diocesana de Familia para que estimule y se acerque a los movimientos y asociaciones de familias cristianas, a los variados grupos matrimoniales existentes en el territorio diocesano. Que junto con ellos y sus capellanes-sacerdotes sean levadura y luz para tanta riqueza, muchas veces escondida e ignorada, en la realidad diocesana.
Que la Sagrada Familia nos proteja y acompañe.
Con mi saludo y felicitación en el Señor,
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén