Guadix: Iglesia Martirial que mira con esperanza al futuro

Carta Pastoral del obispo de Guadix, Mons. Francisco Jesús Orozco

Queridos hermanos, queridos hijos:

Al inicio del nuevo curso pastoral 2019-20 os saludo a todos y os muestro mi alegría por la oportunidad que me ofrece el Señor de vivir con vosotros este regalo de un nuevo curso pastoral. Acercarse a las raíces apostólicas y de testigos mártires de la Iglesia de Guadix es sentir el orgullo de pertenecer a esta historia martirial y es también hoy, mirar al futuro viviendo con pasión el presente. Acojamos en Iglesia, que vive la comunión querida por el Señor que salva en la historia por medio de los acontecimientos, vivir juntos su amor en los días, trabajos y en la peregrinación durante este nuevo curso, en nuestra querida Diócesis de Guadix.

1.- «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Salmo 125). La alegría del esposo con su esposa

Hace nueve meses era consagrado Obispo en nuestra Iglesia madre, la Catedral de Ntra. Sra. de la Encarnación. He recibido muchas felicitaciones por la celebración tan hermosa y bien preparada litúrgicamente. Todos quedaron encantados de nuestra bonita Catedral. Los medios de comunicación y la retransmisión televisiva de la consagración hizo posible que muchos españoles e incluso televidentes residentes fuera de nuestro país, pudieran contemplar la hermosura de tan gran monumento. ¡Qué orgullosos hemos de sentirnos de nuestra Catedral! Pido al Señor que todas las felicitaciones que nos lleguen sean porque la hermosura del primer templo de la Diócesis expresa la belleza y vida interior de quienes formamos parte de esta iglesia diocesana.

He recibido de manos de la Iglesia, por medio de la sucesión apostólica, el regalo de una esposa: la Diócesis de Guadix. Agradezco a todos los Eminentísimos Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos que me acompañaron e impusieron sus manos sobre mi cabeza, su presencia para sellar la verdad de la sucesión apostólica. Desde entonces, he podido ir conociendo con alegría una Iglesia viva que por medio de buenos sacerdotes, consagrados y laicos, me llama a servir y a amar con toda mi vida a quienes el Señor ha querido regalarme como el don más precioso de mi ministerio episcopal. Me gustaría agradecer a todos los que el pasado 22 de diciembre me acompañasteis con vuestra presencia física en la Catedral, a todas las comunidades parroquiales, miembros de movimientos, consagrados, asociaciones, grupos eclesiales, autoridades civiles, militares, judiciales y culturales, amigos y a todos los que espiritualmente me encomendasteis y rezasteis por mí y mi ministerio episcopal entre vosotros. Especialmente agradezco a tantos enfermos que me han hecho llegar su cercanía espiritual y su oración.

Reitero lo que os dije el día en que se hizo público mi elección como Obispo electo de Guadix: «Me consta que esta buena tierra de nieves y de bellísimos paisajes naturales al pie de Sierra Nevada, está llena de gente aun más maravillosa cuyo patrimonio humano y espiritual son ya un verdadero regalo para mi vida cristiana. ¡Qué suerte que el Señor haya querido que pueda aprender de vosotros y con vosotros a quererlo más y a seguir construyendo la Iglesia!».

Se cumple aquel deseo que exponía aquel día: «Decía S. Agustín en uno de sus sermones: «Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros». Qué ganas tengo de estar con vosotros y para vosotros compartiendo físicamente la fe que nos une y nuestra mirada en el Señor y en los regalos que nos hará».

Os sigo pidiendo lo mismo que aquel primer día: «Rezad para que pueda ser el Obispo que merecéis y que el Señor quiere para vosotros. Como habéis pedido en una oración durante estos meses de sede vacante, que sea un Pastor según el corazón de Dios, que agrade al Señor por su santidad y por su vigilante dedicación pastoral, un Pastor amigo de los pobres, sencillos y más pequeños, que con la Palabra del Señor y la Eucaristía conduzca a las fuentes de la gracia, de la verdad y de la vida, con espíritu misionero, dispuesto a escribir, con vosotros, un tramo más de la historia gloriosa de esa Iglesia particular accitana, ilustre por su historia de fe y por la santidad de tantos accitanos, los mejores hijos de esa Iglesia que de todas las épocas supieron mostrar en sus vidas la belleza más bella de la Iglesia. Esta es vuestra oración que se convierte en mi petición y deseo ante el Señor».

«Tus heridas nos han curado». Pido al Señor que mi ministerio y presencia entre vosotros sea, como reza mi lema episcopal, una verdadera medicina de presencia del Señor que por medio de mi pobreza, pero con su Fuerza en mi ministerio, quiera seguir curando las heridas de la lejanía de Dios en nuestra sociedad y calmando con el consuelo de su misericordia y su Amor tantas heridas que el pecado quiere abrir en nuestra vida.

He recibido una gran herencia por la que doy gracias al Señor. La Diócesis de Guadix es una Iglesia viva que expresa el buen servicio de tantos buenos servidores que desde San Torcuato, pasando por el beato Manuel Medina Olmos hasta llegar a mi antecesor, nuestro querido D. Ginés, han hecho una historia viva y grande de fe. El Señor bendecirá el cielo de estos magníficos servidores.

Quiero destacar el gran servicio de todos a la Iglesia que camina en Guadix durante los meses de sede vacante. Cuando en un hogar se ausenta un padre por un periodo largo de tiempo, si los hijos tienen conciencia de la importancia de la familia, redoblarán todos sus esfuerzos para que la casa siga siendo un hogar y la ausencia del padre sea menos agresiva para todos. Así ha ocurrido en nuestra Diócesis. Agradezco el servicio impagable a nuestro actual Vicario General, que durante la vacante episcopal fue nominado Administrador Diocesano por el colegio de consultores de nuestra Diócesis, a quienes también agradezco su buen servicio diocesano. El Administrador Diocesano, durante ocho meses de sede vacante, ha sabido servir con acierto, entrega, buen hacer y generosidad a nuestra Iglesia diocesana. Bien conozco que también ha sabido silenciosamente sufrir por esta Iglesia local y ha ofrecido grandes sacrificios para serviros a todos, fortalecido siempre y sostenido por la Gracia del Señor. El Señor sabrá pagar su entrega y disponibilidad en este servicio que el Señor le pedía en su Iglesia y que ha sabido ejercer con delicadeza, humildad y tesón en la nunca fácil toma de decisiones en el gobierno diocesano, como último responsable y primer servidor. Gracias, querido D. José Francisco, en nombre de la Diócesis y de la Iglesia.

Y doy gracias al Señor por todos los sacerdotes: ¡Me he encontrado con un clero admirable! Sacerdotes entregados que en medio de muchas dificultades y –en ciertas ocasiones- incom-prensiones, inmersos en tareas a veces no reconocidas, saben servir y entregar en el silencio de los días y en la dureza del ministerio, su vida. El Obispo valora y agradece vuestra generosidad.

Gracias a todos los consagrados que sabéis, en la humildad de vuestra entrega, seguir construyendo Iglesia y ayudándonos a todos a crecer en la comunión de una Iglesia única, rica en carismas y matices.

Gracias a tantos buenos seglares que en sus comunidades saben servir y apoyar el crecimiento y la misión de la Iglesia. Ellos son el verdadero tesoro para seguir llevando a las realidades temporales de nuestro mundo la cercanía, la misericordia y el amor del Señor.

Os pido a todos oración para que pueda ser el Pastor que el Señor quiere de mí y que la Diócesis de Guadix necesita. El Papa Francisco, al inicio de su pontificado, en un encuentro con los nuncios y delegados pontificios, nos ofrecía a los obispos de hoy, en cuatro notas bien concretas, algunos de los rasgos identificativos de nuestra tarea en la Iglesia1. Pido al Señor poder vivirlos en mi recién estrenado ministerio y lo pido también para ser vivido por vosotros en la vocación recibida del Señor:
1.- Que los obispos sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, que sean amables, pacientes y misericordiosos.
2.- Que amen la pobreza, tanto la interior, que hace libres para el Señor, como la exterior, que es sencillez y austeridad de vida.
3.- Que no tengan una psicología de príncipes.
4.- Que sean pastores con olor a oveja, que se alejen del «carrerismo fácil» y sean «humildes, mansos y estén al servicio del pueblo, para que «no se conviertan en lobos rapaces».

Hago mías, igualmente, las palabras del Papa emérito Benedicto XVI, «me han elegido a mí, un sencillo, humilde, trabajador de la viña del Señor. Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones. En la alegría del Señor y con su ayuda permanente, trabajaremos, y con María, su madre, que está de nuestra parte».

El Santo Papa Juan Pablo II describía la misión de los obispos: «ser obreros en la mies de la historia del mundo con la tarea de curar abriendo las puertas del mundo al señorío de Dios, a fin de que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Y nuestro ministerio se describe como cooperación a la misión de Jesucristo, como participación en el don del Espíritu Santo, que se le dio a Él en cuanto Mesías, el Hijo ungido de Dios»2. El ministerio episcopal sólo se comprende a partir de Cristo, la fuente del único y supremo sacerdocio, del que el obispo es partícipe. Por tanto, el obispo, decía el Santo Pastor, «se esforzará en adoptar un estilo de vida que imite la kénosis de Cristo siervo, pobre y humilde, de manera que el ejercicio de su ministerio pastoral sea un reflejo coherente de Jesús, Siervo de Dios, y lo lleve a ser, como él, cercano a todos, desde el más grande al más pequeño»3.

 

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