El sacerdote Antonio Gil titula así su artículo semanal de la sección «Al trasluz»
ANTONIO GIL
Sacerdote
El nuevo curso escolar, académico y pastoral nos abre horizontes insospechados. Las comunidades educativas son conscientes de la inmensa tarea que se les presenta. La escuela, tal como la concibe el papa Francisco, “debe ser un espacio de transmisión de conocimientos, de saberes y de valores, ya que su objetivo fundamental es la formación integral de las personas. Su función es ayudar al alumno a comprenderse a sí mismo, a interpretar el mundo y a discernir entre el bien y el mal. El objetivo trasciende el mero saber y a lo que debe aspirar es a transmitir una sabiduría que incluya el arte de vivir”.
Los profesores del Colegio de las Religiosas de María Inmaculada, en nuestra capital, han colocado como pórtico de sus afanes y tareas en el nuevo curso, una Eucaristía, pidiendo las gracias y dones necesarios en el desempeño de su hermosa misión. Quise en el momento de la homilía, trazarles esos tres destellos de nuestros docentes: “Enseñar, educar y testimoniar”. Primero, una enseñanza que propicie el encuentro entre maestros y alumnos, la transmisión de saberes y de valores que haga posible el enlace entre generaciones. Docente y alumno tienen que llegar a un entendimiento que fomente el común deseo de verdad. Segundo, ofrecer una educación en valores, en la que permanezca lo fundamental y permanezca el fundamento. Y en tercer lugar, la coherencia y el testimonio para conseguir la necesaria credibilidad. “Educar es transformar el mundo”, nos ha dicho también el papa Francisco. Consigámoslo.
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