Hay gente buena. Más de la que pensamos o descubrimos. Hay mucha, mucha gente buena. Buena de corazón. La bondad puebla la tierra. No obstante, no hay que ser ilusos porque es cierto que, incluso, en quien es buena persona, en ocasiones, el mal reina.
El pecado puede llegar a hacer estragos en la vida del cristiano, de la cristiana; si nos ponemos políticamente correctos. De hecho, el diablo, como león rugiente, busca a quién devorar y puestos a elegir prefiere a los elegidos de Dios. Prefiere ganar para sí a quienes el Señor ha elegido para ser santos. Es una evidencia. Como también es evidente que la corriente de pesimismo, en la que muchas personas de Iglesia se instalan, es extremadamente desaconsejable: desanima y genera desconfianza en la potencia trasformadora del amor. También en materia de comunión.
A diario conviven bondad y maldad. Personal y comunitariamente. Pero recordemos siempre que el amor triunfa sobre el odio. La bondad sobre la maldad. La vida sobre la muerte. La comunión sobre la división. Desgraciadamente los modelos sociales que se ofrecen en múltiples ocasiones van en dirección opuesta. Sin embargo, los creyentes en Cristo Jesús, contraculturales, sabemos que estamos a tiempo de revertir la situación con pequeños gestos. Como hacen los niños.