Belén Cortés, profesora, esposa y madre, y miembro del Movimiento de Apostolado Familiar San Juan de Ávila, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo XIX del Tiempo Ordinario (Jn 6, 41-51).
En el gran supermercado ideológico en el que vivimos- y en el que a nuestra manera consumimos-, tropezamos con un discurso polémico, incógnito, de vocación imperecedera, que remueve nuestras conciencias y nos impele a vivir y a recorrer el camino de la vida con un estilo alternativo, atraídos hacia la interioridad y vocacionados hacia la exterioridad a un mismo tiempo.
Para recorrerlo de forma plena, necesitamos de un alimento especial, saciante y no temporal, que solamente Dios sabe derramar y ofrecer; un pan que consiga calmar ese hambre diferente y amordazada por tantos factores y que, asimismo, evite el desaliento, la desesperanza, el abandono, la abulia, la falta de transmisión, la corrupción, la desertización espiritual y practicante hacia los otros. Dios no nos quiere en un vergel de forma permanente, somos seres del desierto, personas que se fortalecen del alimento que nos ofrece y reorientan el sentido de sus vidas de continuo, que van plantando semillas para que otros encuentren en su duro itinerar un oasis necesario en determinados momentos de sus vidas.
Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida como Pan Eterno, que nos ayuda a sincerar nuestras búsquedas, a saciar nuestra hambre más profunda, a ser panes de oblación para nuestros prójimos- cuyas necesidades deben ocuparnos- y a vivir plenamente un proyecto que trasciende nuestra última respiración.