“Yo estoy contigo todos los días”
Jesús también tuvo abuelos. Los evangelios no nos hablan de ellos, pero los apócrifos y la tradición nos dicen que los padres de María eran Joaquín y Ana, cuya fiesta litúrgica se celebra el 26 de julio. A veces ella sola, Santa Ana. A veces, los dos juntos, San Joaquín y Santa Ana. En todo caso, son los abuelitos de Jesús.
Qué bonito es tener abuelos. Es uno de los recuerdos más bonitos de nuestra infancia. Cuando en las visitas pastorales me dirijo a los niños y resalto el valor de los abuelos, se les iluminan los ojos a esos niños. Prácticamente todos tienen una feliz experiencia de sus abuelos. Experiencia que se prolonga en la juventud y hasta que los abuelos sobreviven. Quizá una de las primeras frustraciones de la vida es vivir la muerte de los abuelos. He visto a nietos inconsolables ante la muerte de uno de los abuelos.
En esa relación intergeneracional, los abuelos ofrecen un ámbito de afecto y de ternura, que compensa la dureza de la vida. La vida no siempre es fácil, los padres tienen la preciosa tarea de encauzar la vida de los hijos, unas veces con aplauso y apoyo y otras veces corrigiendo a tiempo. En los abuelos uno sólo encuentra apoyo y ternura.
Pero en esta temporada reciente se ha intensificado un fenómeno cada vez más frecuente: que los abuelos no tienen sitio en nuestra sociedad, no hay sitio para ellos en nuestras casas, no podemos atenderlos como necesitan, dado el ritmo de vida que llevamos y la prolongación de la vida. Más aún, en los cambios “progresistas” de nuestra sociedad, los abuelos estorban, son como un obstáculo ya no sólo físico, sino un obstáculo en el cambio de mentalidad de una sociedad, que es fácilmente manipulable. Todo nos empuja a prescindir de los abuelos, a dar ese salto generacional precipitando la ruptura con el pasado. En la pandemia, ha sido muy evidente ese empujón que ha llevado a tantos abuelos a la muerte. Y en la ley de eutanasia, una ley para la muerte, la intención es eliminar a los abuelos cuando estorben.
En este contexto, el Papa Francisco instituye a partir de este año la Jornada Mundial de los abuelos y mayores, para llamarnos a todos la atención sobre este hecho social con sus pros y sus contras. El Magisterio reciente de los Papas ha insistido en esta realidad y ha procurado iluminar la vida de los mayores, de manera que no queden descartados o incluso expulsados de la sociedad. Esta Jornada Mundial puede ayudarnos a caer en la cuenta del papel de los abuelos en la familia y en la sociedad.
“Yo estoy contigo todos los días” (Mt 28,20), es la promesa de Jesús a su Iglesia, a sus apóstoles, a cada uno de nosotros. Este lema traído para esta Jornada Mundial nos está subrayando que Jesucristo no abandona a nadie, y que está especialmente presente con las personas que, dadas las circunstancias de la vida, se sienten solas. La pandemia ha acentuado esta experiencia de soledad. Cuántos mayores han partido de este mundo desde la más absoluta soledad, que nunca podía imaginar. Cuántas personas, en sus casas y en residencias de ancianos, han vivido el confinamiento y los contagios de forma absolutamente recluida en la cuarentena. Cuánta soledad en el corazón humano, cuando más se necesita de compañía, porque faltan otros recursos de salud, de personas, de medios, etc.
Que la Jornada Mundial de los abuelos y los mayores nos acerque a tales personas que viven en nuestro entorno. Y que las personas que viven esta etapa de sus vidas, quizá antes llenas de actividad y entrega y ahora más limitadas, puedan acoger esta palabra de Jesús, que se hace vida en sus vidas: Yo estoy contigo, yo estaré siempre contigo, no tengas miedo a la soledad, porque yo te acompañaré siempre. Amén.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba