Celebramos estos días la primera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, iniciativa del papa Francisco para que el cuarto domingo del mes de julio, el más cercano a la fiesta de Santa Ana y San Joaquín, tengamos presente la riqueza que supone para toda la sociedad y especialmente para los jóvenes, la presencia de los abuelos y los mayores que permiten “preservar las raíces y transmitir a los jóvenes experiencias de vida y de fe”, como nos recuerda el Papa.
En la fiesta de Santa Ana y San Joaquín nos detenemos hoy ante esta pintura que se halla en la Parroquia de Santa María la Blanca, de la localidad de Los Palacios y Villafranca. Se trata de un lienzo fechado en 1755 de autor anónimo que se encuentra en su capilla de la nave del Evangelio, en un retablo de estípites.
Representa la Sacra Familia de Santa Ana, San Joaquín y la Virgen Niña siguiendo el modelo de la iconografía establecida para la Sagrada Familia formada por la Virgen María, San José y el Niño Jesús. Así, aparece la Virgen Niña ocupando el centro de la composición entre sus padres. San Joaquín se dispone a la derecha de María y ambos sostienen una vara de azucenas, símbolo de la pureza de la Madre de Dios. Santa Ana por su parte aparece a la izquierda de su Hija, que la mira con cariño y a la que coge de la mano, mientras que con la otra sostiene un libro, el cual simboliza la educación que su madre le dio a la Virgen María.
La Virgen Niña aparece como la Inmaculada Concepción, con la túnica blanca y el manto azul y con las doce estrellas circundando su cabeza, poniendo de manifiesto la relación de este tipo de iconografía con la defensa inmaculista y el protagonismo de los padres de la Inmaculada en la definición de este dogma mariano que defiende que la Madre de Dios fue concebida sin mancha en el seno de su madre, la Señora Santa Ana.
El fondo de la composición lo constituye un discreto paisaje de montañas en la parte inferior y un amplio cielo dorado, en el que, sobre la Virgen, aparecen unas cabezas de ángeles que circundan al Espíritu Santo, representado en forma de paloma, del cual salen unos rayos dorados que bañan a los tres personajes, indicando así la bendición y protección divinas sobre esta Familia.
Toda el conjunto aparece enmarcado en ambos lados y en la parte inferior por una especie de marco de rocalla pintado salpicado de numerosas flores de diversas formas y colores y que, en el centro de la parte inferior a los pies de María, contiene una cartela en la que se indica el nombre del donante de la obra, el teniente del regimiento de caballería de Monteza, José Joaquín Ramos, “a honor del Sr. Sn. Joachin, y la Sta. Familia” en el año 1755.
En esta obra podemos notar cómo en el siglo XVIII pervive aún de forma notable en la escuela sevillana la influencia de la pintura de Murillo, reconocible aquí especialmente en el rostro de la Virgen Niña, ya que la estética murillesca había calado hondamente en la ciudad, de manera que el público seguía demandando obras que reflejasen el estilo del gran maestro, como indica el catedrático Enrique Valdivieso. Si bien a mediados del siglo XVIII aparece el Rococó, que sucede a la introducción en Sevilla de formas italianas y francesas que llegan con la corte de Felipe V e Isabel de Farnesio en 1729, en obras de marcado carácter devocional y popular como la que hoy nos ocupa, no son visibles estas novedades.
Antonio R. Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural