LIBRO ELECTRÓNICO
“TU ROSTRO BUSCARÉ SEÑOR. ORAR CON LOS SALMOS”
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Estas páginas no intentan ofrecer un estudio exhaustivo de los salmos, sino entresacar del inmenso e inagotable filón del libro sagrado de oraciones los signos que nos permiten atisbar el rostro de Dios. Y ello ¿con qué finalidad? Pues sólo con el propósito de ofrecer un material vivo que haga posible un acceso inmediato y contemplativo de Dios, por encima de ideas o meras disquisiciones teológicas.
Este libro pretende ser una ayuda para los cristianos que buscan profundizar en la oración y hacerlo de un modo contemplativo. En Occidente tenemos una excesiva tendencia a una oración fundamentalmente reflexiva, a la meditación; sin embargo la verdadera oración, la más profunda y la que debería ser el modo normal de relacionarnos con Dios es la oración contemplativa. Estamos tan acostumbrados a meditar ideas acerca de Dios, que nos parece muy difícil contemplar al Dios vivo y verdadero que habita en nosotros y está a nuestro lado.
La única pretensión de esta obrita es ofrecer un instrumento, sencillo y eficaz, a quienes desean acercarse a Dios por el camino de la oración a través de su Palabra. Los salmos nos ofrecen la expresión más clara y significativa de la oración según el corazón de Dios, ya que ellos son, como afirma el sentir de los padres de la Iglesia, el modelo de «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo (San Atanasio).
El conjunto de oraciones que constituye el libro de los Salmos nos descubre el ser adorable de Dios, el rostro más luminoso de la misericordia. En estas oraciones «se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza» (S. Pío X), que nos permiten contemplar a Aquél que es el objeto por excelencia de la adoración, la contemplación, la gratitud y la alabanza por parte del hombre. Esta contemplación nos inunda de admiración, de gozo y de paz, haciéndonos sintonizar con la experiencia de Dios más profunda que puede tener el cristiano peregrino en este mundo.
La experiencia de Dios que nos transmiten los salmos hunde sus raíces en la ancestral fe de Israel y, recogida y llevada a plenitud por el Hijo de Dios, ha sido legada a la Iglesia como precioso patrimonio. En este sentido hemos de contrarrestar la tendencia a rechazar el Antiguo Testamento como algo «superado e inútil» para los que «ya somos cristianos». No podemos olvidar que los salmos son verdadera «palabra de Dios», que Dios nos habla por medio de ellos; ni debemos dejar de considerar que Cristo mismo surge del Israel del Antiguo Testamento, el cual constituye para los cristianos el camino imprescindible para conocer a Jesús y, a través de él, a Dios mismo. Tampoco podemos subestimar el valor que supone el hecho de que Jesús mismo orase con los salmos, y éstos aparezcan una y otra vez en el Nuevo Testamento para hablarnos de él.
Nadie puede dudar de que el modelo de orante por excelencia es Cristo; y él nos enseña a orar dándonos en el Padrenuestro la fórmula suprema de oración. Igualmente sabemos que el Espíritu ora en el interior del creyente con gemidos inefables y ayuda a éste capacitándole para llamar a Dios «Padre». Pero el camino de oración que nos ofrece el Señor en el nuevo Testamento no invalida en modo alguno la inmensa riqueza de oración que suponen los Salmos, que nos han sido entregados por Dios, inspirados por el Espíritu y usados por el mismo Jesucristo. Y mucho menos, podemos menospreciar este camino privilegiado de oración mientras buscamos afanosamente formas de orar bien alejadas de la tradición cristiana.
La palabra de Dios nos brinda ideas sobre las que meditar pero, sobre todo, nos ofrece palabras, actitudes y sentimientos para orar, posibilitándonos con ello el encuentro íntimo con el Dios vivo. Y ello con la garantía y la eficacia de la misma palabra de Dios, que nos permite superar tanto los subjetivismos e individualismos en nuestra oración como la despersonalización de la misma. Como dice san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto halló el modo de alabarlo». Así, de la fuente inagotable de la Escritura podemos sacar el caudal necesario para enriquecer nuestra oración personal, creando con la palabra de Dios y con nuestra realidad concreta el edificio de la oración personal propia, ya que: «Los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esa sensación los recitan» (San Atanasio).
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