Es interesante observar cómo en este tiempo estival se produce una curiosa paradoja: la organización de las vacaciones. Cuando se tienen unos días de descanso, las familias o los amigos se afanan por organizar el tiempo de descanso. Hasta tal punto se busca tenerlo todo organizado, que el descanso se convierte en un periodo estresante. Esto ocurre, entre otras cosas, porque llevamos al periodo vacacional la tendencia de la vida ordinaria a tenerlo todo muy controlado. Es decir, llevamos al descanso la obsesión de nuestra vida ordinaria de que no nos falte de nada. Como si el éxito vital o vacacional dependiera de tener a mano todas las cosas que consideramos que hacen que nuestra vida sea plena y feliz.
En el fragmento del evangelio de hoy, Jesucristo envía a sus discípulos, por primera vez y en solitario, a anunciar el reino de Dios. En nuestra mentalidad acaparadora de cosas, resulta sorprendente las exigencias que Jesús impone a sus discípulos: no llevar provisiones, ni comida, ni dinero. Sólo pueden llevar aquello que les ayude a hacer el camino: calzado y bastón. Para los cristianos de este tiempo, es importante releer detenidamente este fragmento del evangelio para despojar nuestra vida cristiana de la obsesión por tenerlo todo. Y, todo, perfecto. Tenemos la tentación de reducir la vida cristiana a acaparar perfecciones. La oración personal debe ser perfecta, el cura, debe ser perfecto, la temperatura del templo, perfecta, los demás miembros de la comunidad, perfectos… El problema es que cuando falta alguna de estas perfecciones, nos parece que nuestra vida cristiana es tan incompleta que no merece la pena.
Este texto evangélico nos enseña que una vida cristiana auténtica no necesita de tantas perfecciones. Solo se necesitan dos cosas. La primera, el conocimiento de Jesucristo. El Maestro envió a sus discípulos a recorrer los caminos cuando habían pasado un tiempo considerable con Él, de manera que conocían su mente y su corazón. Sabemos que aquel conocimiento de los apóstoles era incompleto e imperfecto, pero estaban dispuestos a seguir creciendo en intimidad con Aquel que los había llamado. La segunda condición son las sandalias y el bastón, esto es, los elementos que permiten caminar. Vivir en cristiano significa hacer camino, sin detenerse nunca, y dirigirse a la perfección que significa ser hijos de Dios. La vida cristiana es querer recorrer la vida con Jesucristo, buscando superar nuestro pecado, pereza, inconstancia y cansancios, sabiendo que nunca nos falta la gracia de Aquel que nos ha llamado.
Victoriano Montoya Villegas