En la liturgia, incluso en su celebración más sencilla y pobre, con unos pocos fieles, se vive la liturgia en Comunión
La participación interior en la liturgia se realiza cuando hay un espíritu católico. Con profundo sentido eclesial, reconoce en la acción litúrgica no una acción privada, no identifica la liturgia como algo grupal, restringido a la propia comunidad. “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos” (SC 26).
El sentido católico dilata el corazón, lo ensancha, permitiendo vivir la liturgia con una mayor hondura. La reducción secularista centra la liturgia en los participantes, en la comunidad, insistiendo en la fiesta o el compromiso. Todos los fieles deben experimentar en sus almas que la liturgia es una “epifanía de la Iglesia”, que “el Misterio de la Iglesia es principalmente anunciado, gustado y vivido en la Liturgia” (Juan Pablo II, Vicesimus Quintus Annus, n. 9).
Las súplicas de la Iglesia en su liturgia son siempre universales, incluyen a todos, miran las necesidades del mundo entero. Lo más alejado de ese espíritu católico es rogar sólo por las propias intenciones, por los allí presentes.
La liturgia es acción de Cristo y de la Iglesia entera, la del cielo y la de la tierra, unida a su Cabeza. Es una realidad magnífica: “La Liturgia es «acción» del «Cristo total» (Christus totus)” (CAT 1136).
En la liturgia, incluso en su celebración más sencilla y pobre, con unos pocos fieles, se vive la liturgia en Comunión con todos los santos del cielo, en Comunión con la Iglesia peregrina y con la Iglesia que se purifica (en el purgatorio). Es lo que expresa la cláusula final de los prefacios: “Por eso, con los ángeles y los santos, te cantamos el himno de alabanza…”.
También la catolicidad se expresa en las plegarias eucarísticas: “En comunión con toda la Iglesia” (Canon romano). Por último, se vive esta catolicidad en la Liturgia de las Horas, “con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestiales” (IGLH 16).
El sello de la catolicidad marca la participación interior en la liturgia: se vive católicamente, esponjando el alma, cuando uno se reconoce recibiendo un don, la liturgia, que no es manipulable a gusto de la propia asamblea, sino en comunión con toda la Iglesia, respetando sus rúbricas y normas.
¿Sabías que el precepto dominical tiene un sentido claro?
Es fuente de libertad auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el «día del Señor». Peligra la identidad cristiana y su conciencia cuando se deja la Misa del domingo. “Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 73).
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