La Iglesia del siglo XX gozó de la personalidad de grandes pontífices que supieron conducir la nave de san Pedro en circunstancias muy difíciles. Uno de estos papas fue Pablo VI.
Nació en 1897 en Concesio (Brescia) al norte de Italia, en un ambiente familiar muy acogedor. El padre de Juan Bautista Montini era abogado y director de un periódico en Brescia, diputado y militante del Partido Popular de Luigi Sturzo. Durante la época fascista le secuestraron el periódico hasta diez veces. Sufrió mucho.
El futuro Pablo VI sentía una profunda admiración por su padre, a quien intentó imitar. Su madre, de una distinguida familia, aparte de su dedicación al hogar, se entregó a la ayuda de diversas instituciones asistenciales movida por una profunda fe. Pablo VI la consideró como un don del cielo.
Débil salud
A lo largo de su vida, Montini nunca gozó de buena salud. Con frecuencia enfermaba. Su primera formación la recibió en casa. Desde muy joven sintió la llamada de Dios para el sacerdocio. Inició sus estudios teológicos como alumno externo en el Seminario de Brescia. Una de sus actividades juveniles fue la fundación del periódico “La Fionda” (La Honda) con un objetivo preciso: la difusión del pensamiento cristiano en el mundo estudiantil.
En 1920 fue ordenado sacerdote. Marchó a Roma y se matriculó en la Gregoriana e inició sus estudios diplomáticos en la Escuela de Nobles Eclesiásticos. Poco después fue nombrado agregado a la Nunciatura de Polonia. A partir de 1925 ingresa en la Secretaría de Estado. Durante todos estos años, su oposición al fascismo fue una constante.
En 1937 fue nombrado sustituto de la Secretaría de Estado. El secretario de Estado era entonces el cardenal Pacelli quien, elegido papa (Pío XII), lo nombró prosecretario de Estado junto a Tardini. Pasan los años y Mons. Montini es nombrado arzobispo de Milán, donde desarrolló una extraordinaria labor pastoral.
