San José. Parroquia San Ildefonso, de Mairena del Aljarafe

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San José. Parroquia San Ildefonso, de Mairena del Aljarafe

Coincidiendo con el Año Josefino que el papa Francisco ha decretado para el presente año por el CL Aniversario del Patronazgo de San José sobre la Iglesia universal, la Parroquia de San Ildefonso de Mairena del Aljarafe decidió montar un sencillo altar efímero con la imagen del Santo Patriarca en el presbiterio del templo. Antes de su colocación en el pequeño baldaquino de plata que la Real Hermandad Sacramental y Cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes cedió para la ocasión, la efigie de San José fue sometida a una intervención que consistió exclusivamente en la limpieza de la policromía por parte del restaurador Alejandro Velázquez Tello.

Durante estas tareas de conservación, y gracias a las facilidades que el párroco me brindó, pude comprobar con detenimiento que tanto los rasgos morfológicos como los trazos estilísticos apuntaban a todas luces a la producción del escultor utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón (1653 – 1720).

La imagen del Santo Patriarca, de pequeño formato (62 cm de altura), posee un estilo y una morfología, sin olvidarnos de su tan característica iconografía, que nos encaminan irremediablemente a la producción del maestro de Utrera, quienes algunos reconocen como el último gran escultor de la escuela barroca sevillana del siglo XVII.

No podemos dilatar más, por sus semejanzas en cuanto a iconografía, técnica y composición, la obligada mención al San José propiedad de la Joyería sevillana Casa Ruiz que el profesor Roda Peña atribuyó con innegable acierto a la producción de Ruiz Gijón, datándolo en torno a 1685-1700. Basta tan solo una mirada para apreciar que ambas esculturas han salido de la misma gubia, si bien poseen algunos elementos diferenciadores como la policromía de sus encarnaduras. Esto viene determinado por el proceso de lixiviación que sufrió nuestra efigie durante su última restauración, ocasionando el repinte de determinadas zonas.

Si afinásemos la vista, podríamos comprobar como en las palmas de las manos o en las muñecas, se conservan restos de su policromía original.

Entrando en el análisis, la imagen de San José adelanta su pierna izquierda consiguiendo una sensación de movimiento que se ve acentuada por el tratamiento de los paños, volados y de gran efecto volumétrico, generando efectos de claroscuro. Ese movimiento deja al descubierto algunas partes del cuerpo como las sandalias, permitiendo observar su estofado.

Esta es precisamente la diferencia más notable entre ambos simulacros del Bendito Patriarca: mientras el de Casa Ruiz porta túnica sencilla, el de Mairena, por su parte, recibe un estofado de exquisita ensoñación, a base de elementos vegetales, que recubre completamente sus ropajes. En este sentido, se acerca más al San José de la sevillana parroquia de San Nicolás, obra documentada de Ruiz Gijón. La efigie hispalense es una bellísima obra llena de gracia y movimiento, si bien en un tono más comedido que el que muestra la imagen que nos ocupa.

Su última restauración llevada a cabo en 2009 por el IAPH ha devuelto el esplendor a la talla, destacando sobremanera los riquísimos estofados de la vestimenta del santo. Algo parecido ocurrió con nuestra imagen, la cual, fue sometida a un profundo proceso de restauración en el año 2007 a causa de su deficiente estado de conservación. En dicha intervención, llevada a cabo por la empresa Proarte de Sanlúcar la Mayor, se consiguió recuperar la magnificencia del estofado original que permanecía oculto por la suciedad acumulada.

Porta nuestro San José una túnica color rosáceo ceñida por un pequeño cordón y un manto replegado en caprichosos pliegues alrededor de ambos brazos, lo que acentúa su marcado carácter itinerante y permite contemplar el estofado de la túnica. Esa disposición del manto dota a nuestra imagen de un mayor dinamismo que el que poseen las obras anteriormente citadas. Este es un elemento que viene a corroborar la atribución que venimos realizando, ya que el maestro de Utrera representa como nadie el punto extremo del barroquismo con un dinamismo extraordinario.

No en vano, y a pesar de que su obra posee una personalidad manifiesta, su producción se ha considerado una síntesis perfecta de las dos corrientes dominantes en la Sevilla del último tercio del XVII: por un lado, la que encarna Pedro Roldán; por otro, la compuesta por la monumentalidad y la fuerza expresiva de Andrés Cansino, discípulo de José de Arce. La asunción de estas enseñanzas no le impidieron cultivar su propio lenguaje, marcado por la intensidad expresiva, el dinamismo y un realismo humanizado a la par que comedido.

Las manos, de dedos largos y finos, aparecen dispuestas con las palmas abiertas, la izquierda ligeramente elevada sobre la derecha, prestas para recibir la imagen del Niño Jesús que no se conserva en la actualidad. En la década de los años cincuenta del pasado siglo, se le colocó un paño blanco entre las manos sobre el que reposaba una pequeña imagen seriada de Olot del Niño Dios. Afortunadamente, siguiendo mi humilde consejo, el párroco ha decidido retirar la pequeña imagen de escayola, que sin duda desvirtuaba el conjunto al presentar una estética y una calidad radicalmente opuestas a la del San José.

Al detenernos en el rostro quizá encontremos la que, a mi parecer, es la prueba definitiva para que esta imagen pase a engrosar el amplísimo catálogo de obras de Francisco Antonio Gijón. Nada más posar nuestros ojos en su faz, nos vemos imbuidos de una intensa expresividad. Ligeramente ladeada hacia la izquierda, su cabeza parece acompañar el movimiento del cuerpo, y señalar a la perdida imagen del Niño Jesús. Esto es algo que se ve acentuado con la disposición de sus pequeños y almendrados ojos de cristal que se dirigen hacia ese mismo punto, o al menos, uno de ellos. Cabe destacar que el santo había perdido el ojo derecho, encontrándose hundido en la mascarilla.

Algo que se subsanó, sin mucho acierto, en la ya citada intervención de 2007 ya que, tras recuperarlo, se optó por colocárselo de manera frontal y no levemente girado hacia su izquierda como sin duda en origen estaría. Su nariz recta, los marcados pómulos o el ceño de un solo pliegue son rasgos que se adscriben a la producción del maestro.

Al mostrar su pequeña boca entreabierta, permite apreciar, en las distancias cortas, las diminutas filas de dientes perfectamente tallados que posee la imagen. El marcado surco naso-labial, así como su barba bífida y de corto recorrido no hacen sino remarcar la impronta de Ruiz Gijón. Su larga cabellera, que llega a cubrir la parte superior del manto por la parte trasera, comparte las características de la escuela sevillana de escultura de la segunda mitad del XVII.

Todo ello contribuye a aumentar esa expresividad que irradia la imagen, llegando incluso al punto de provocar ternura en el fiel. Es por ello que, debido a su técnica y estilo, me atrevo a sostener la afirmación de que esta talla fue realizada en los años de la plenitud de la obra de Ruiz Gijón, en los que se comienza a vislumbrar una mayor preocupación por el dinamismo y un mayor énfasis en las expresiones de los rostros, como se aprecia en el Cristo de la Expiración de Triana.

Mientras que el San José de San Nicolás posee un movimiento suave, adoleciendo de cierta frontalidad, el Casa Ruiz y el de Mairena avanzan en ese sentido, siendo este último el que presenta un dinamismo más marcado. La efigie de la parroquia hispalense muestra una actitud menos expresiva, limitándose a mostrar al Niño Dios a los fieles mientras dirige su mirada hacia ellos.

Puede que Ruiz Gijón quisiera señalar el papel secundario de San José como padre adoptivo de Jesús, y por eso lo presenta entregando completamente al Niño al espectador indicándole gestualmente que Él es la Fuente de la Salvación. Diametralmente opuestas son las actitudes que presentan las otras dos imágenes del santo, donde se puede apreciar una más que evidente relación afectiva padre-hijo que pone de manifiesto el cambio iconográfico que nos ofrece el artista. Incluso pareciese que los brazos de estos últimos hermosos simulacros del patriarca estuviesen más cerca de su cuerpo como queriendo mostrarlo al mundo, pero a su vez, evitando desprenderse de su hijo.

Y de estos dos, a mi parecer, es el de Mairena el que presenta una mayor expresividad en el rostro, lleno de terneza y cariño, entroncando a la perfección con otro de los rasgos de la producción de Ruiz Gijón como es su total abandono de significaciones complicadas. Sus imágenes parecen tener cierto aire popular, sin caer en simbolismos, lo que facilita enormemente la comprensión de sus obras por parte de los fieles.

Es preciso señalar la gran incógnita que plantea la efigie mairenera en torno a su origen. El profesor Roda Peña defiende con sólidos argumentos que el San José de Casa Ruiz pudiera tratarse de la imagen del santo que se veneraba en el Convento Casa Grande de los Mercedarios de Sevilla, cuya hechura fue realizada por Ruiz Gijón.

En el caso que nos ocupa, es más que tentadora la hipótesis de relacionar nuestra imagen de San José con la que se cita en una de las clausulas del testamento del artista de Utrera: que yo tengo hecho un San José con su Niño a Antonio de Castro, y lo ajusté con el susodicho en cuatrocientos reales de vellón, y me tiene dado a cuenta cien reales.

Martín Vera afirma que no se conocen detalles de esta imagen, salvo el comitente, el precio que se pagó por la misma y que para la fecha en la que se realizó el testamento, 1693, la citada imagen ya estaba finalizada. Bien sabemos que, por su técnica y estilo, esta cronología reafirmaría nuestra intención de incorporar a nuestro San José al periodo de máximo esplendor en la producción de Ruiz Gijón. Según sostiene el profesor Roda Peña, el costo de la imagen podría indicarnos que se trata de una talla completa y de pequeño formato, destinada quizá al culto doméstico, aunque no se tienen elementos de rigor para mantener esta aseveración. Con todo, y aunque por el momento no sea más que una suposición, no podemos en ningún caso desestimar esta posibilidad.

Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que ni en la visita pastoral de 1683 ni en la de 1698, las más antiguas conservadas, encontramos referencia alguna respecto a la efigie de San José. Habrá que esperar hasta 1884, año en el que se realiza un inventario parroquial, para confirmar la existencia del santo en el templo, lo que no es indicativo de que no pudiera encontrarse con anterioridad en la iglesia.

Sí se conoce, por el contrario, la ubicación primitiva de la imagen de San José en la parroquia. La efigie del santo presidía un pequeño retablo de la segunda mitad del siglo XVIII que constaba de banco, un cuerpo de tres calles compartimentadas por estípites, y un ático. La hornacina central era para San José y el ático estaba ocupado por una imagen de San Juan Nepomuceno, hoy desaparecida. Hasta finales de la década de los cincuenta, los inventarios nos dicen que el retablo era de madera dorada, sin embargo, a partir de esa fecha, comienzan a describirlo como […] de madera tallada y barnizada en su color”.

En 1996, el retablo fue intervenido por la empresa de restauración ICONO y a pesar de ello, tras los trabajos de rehabilitación de la parroquia, se abandonó el retablo en los salones parroquiales donde se deterioró hasta el extremo. Tan solo han perdurado pequeñas molduras que se han insertado en el nuevo confesionario realizado en el año 2009. Tras las obras de rehabilitación, se adquirió la actual ménsula con dosel para el San José y se trasladó a la nave del Evangelio. Allí, situado entre la Capilla de la Virgen de los Dolores y el lienzo de la Inmaculada Concepción, recibe las plegarias del pueblo mairenero.

 

José Antonio Acebedo Colchero

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