La Lectio Divina es en primer lugar un método para orar a partir de la Palabra contenida en las Sagradas Escrituras. Es un método que se remonta a los Padres de la Iglesia que tuvo un momento de extraordinario florecimiento en el medioevo con los monjes cistercienses y cartujos; vino a calificarse como la Sagrada Página.
Fue cuando Guido el Cartujo en la Scala claustralium definió el método. Es muy simple. Es un método en el cual se contemplan cuatro momentos.
En primer lugar, la lectura del texto de la Escritura y una comprensión del texto así como éste puede ser leído. Un segundo momento dedicado a la meditación: se trata de buscar en el texto, eventualmente podríamos ayudarnos con comentarios o buscando pasajes paralelos en la Escritura. El tercer elemento es la oración: dejarse inspirar por el pasaje leído para poder orar. Si en el pasaje hemos encontrado que Jesús perdona a la adúltera, es una oración de petición de misericordia para los pecadores. Si Jesús nos da el pan de su cuerpo, es una oración para que nosotros podamos participar en la Eucaristía. Es precisamente el caso que la Escritura dicta las intenciones de nuestra oración. Y el cuarto y último momento la contemplación que no es otra cosa que tratar, después de esta lectura, esta meditación y esta oración, de ver la realidad del mundo con los ojos de Dios. La contemplación es fijar la mirada en Dios: es el sentimiento de Cristo sobre las cosas y es ciertamente el fruto de los primeros tres momentos de la Lectio Divina.
LOS PAPAS RECOMIENDAN LA LECTIO DIVINA
Con San Juan Pablo II, a finales de los años noventa, luego con Benedicto XVI y después también con el Papa Francisco se recomendó a todos que la adoptaran, porque de esta manera la Palabra de Dios se transforma en nuestro alimento. Es el modo con el cual el Evangelio nos plasma, nos cambia, nos convierte.