Lecturas bíblicas: Hch 1,1-11. Sal 46,2-3.6-9 (R/. «Dios asciende ente aclamaciones, el Señor al son de trompetas»). Ef 1,17-23. Aleluya: Mt 28,19-20 («Id y haced discípulos de todos los pueblos»). Evangelio: Mc 16,15-20.
Queridos hermanos y hermanas:
La fiesta de la ascensión del Señor es la fiesta de la exaltación del Resucitado, ahora contemplado ascendido al cielo, a la gloria del Padre, donde ha sido sentado a su derecha por su victorioso triunfo sobre la muerte. La Iglesia celebra esta fiesta considerando que, con ella, celebrando la exaltación de Cristo, los testimonios de la ascensión de Jesús que encontramos en el Nuevo Testamento son inseparables de las apariciones del Resucitado a los discípulos. El cese definitivo de las apariciones lleva a los discípulos al entendimiento y convicción cierta de que Jesús resucitado ha sido glorificado por su exaltación a la gloria del Padre y ha entrado para siempre en el misterio de Dios, realidad trascendente a este mundo, sin dejar de estar presente en su Iglesia por medio del Espíritu Santo.
Jesús resucitado ha sido glorificado por su exaltación a la gloria del Padre y ha entrado para siempre en el misterio de Dios, realidad trascendente a este mundo, sin dejar de estar presente en su Iglesia por medio del Espíritu Santo.
San Mateo nada dice sobre la elevación de Jesús al cielo, sí lo dice el evangelio de san Marcos, cuya conclusión acabamos de escuchar, donde afirma: «el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19). Nada dice el evangelio de san Juan sobre la ascensión del Señor, pues presenta la exaltación de Jesús en su elevación en la cruz, trono donde el Crucificado reina desde el madero; interpretación de la crucifixión del Señor que el evangelista hace a la luz de la resurrección, como vemos por las apariciones que narra el evangelio de san Juan y el soplo del Resucitado sobre los discípulos comunicándoles el Espíritu Santo.
Las dos obras de san Lucas, el evangelio y el libro de los Hechos, contienen la descripción física de la elevación del Señor al cielo a la vista de los discípulos. Jesús se aparece a los Apóstoles en el cenáculo y les explica el sentido de su pasión y muerte, conforme al designio de Dios anunciado por los profetas, y les confía la predicación del perdón de los pecados y el anuncio del evangelio a las naciones empezando desde Jerusalén, obra que han de comenzar cuando sean «revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24,49). Jesús los saca luego de la ciudad hasta cerca de Betania, y «mientras los bendecía, se separó de ellos y fue elevado al cielo» (Lc 24,51). Jesús es contemplado por el evangelista como «sumo sacerdote de los bienes futuros», que «penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos, sino con su propia sangre, consiguiendo una liberación definitiva» (Hb 9,11a.12). El sacerdocio de Cristo sustituye el sacerdocio de la antigua alianza, y glorificado en el cielo intercede permanentemente por nosotros.
San Lucas vuelve a narrar la ascensión en el libro de los Hechos, como vemos por la primera lectura, resumiendo en el prólogo de este libro lo mismo que leemos en el final de su evangelio: los discípulos no pueden determinar cuándo va a instaurar el Padre su reinado definitivo sobre Israel, ellos deben esperar la fuerza de lo alto, «cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos y una nube lo ocultó a sus ojos» (Hch 1,8-9). Jesús ha entrado en un orden de realidad trascendente y ya no está en las coordenadas históricas y espaciales de este mundo creado. El evangelista ha compuesto una narración literaria que explica que Jesús ha dejado de ser visible, han pasado las apariciones del Resucitado y ha comenzado el tiempo del Espíritu Santo, el tiempo de la Iglesia. En verdad, la afirmación de que Jesús es “elevado” al cielo «es una afirmación cristiana importante, pues refleja la convicción cristiana primitiva de que, después del ministerio terreno y de su muerte, Jesús se ha convertido en el Señor resucitado, que está en la gloria, en presencia del Padre, hasta que “vuelva de nuevo”»[1].
Para el evangelista la «ascensión» de Jesús tiene este recorrido: de Galilea a Jerusalén y de Jerusalén al cielo. Es el marco terreno de su actuación y su culminación en la gloria del Padre, cumplido el designio de Dios para nuestra salvación conforme lo anunciaron los profetas. San Pedro afirma en el discurso de Pentecostés que Dios ha resucitado a Jesús, acontecimiento del cual los apóstoles son testigos y pueden dar fe de que ha sucedido como profetizó David: que el Señor Jesús «ni fue abandonado en el lugar de los muertos, ni su carne experimentó la corrupción»; para continuar diciendo que Jesús «fue exaltado por la diestra de Dios y ha recibido del Padre el Espíritu prometido…» (Hch 2,31.33).
Con la ascensión al cielo Jesús ha culminado su obra y ha consumado su sacerdocio, bendiciendo a sus discípulos mientras es elevado ante sus ojos. Con esta bendición, los discípulos quedan emplazados para recibir la fuerza que les impulsará definitivamente a la misión que el Resucitado ha confiado a los Apóstoles, porque ha comenzado el tiempo de la Iglesia para la predicación del Evangelio. San Marcos presenta la proclamación del Evangelio con carácter universal al comunicarnos las palabras de Jesús resucitado: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Esto es lo mismo que llevar esta proclamación desde Jerusalén a los confines de la tierra. El evangelista subraya el carácter universal del bautismo para la salvación, acentuando así que sólo hay un Dios y una sola mediación universal de la salvación: la mediación de Cristo Jesús.
El evangelista subraya el carácter universal del bautismo para la salvación, acentuando así que sólo hay un Dios y una sola mediación universal de la salvación: la mediación de Cristo Jesús.
A este relato de la elevación de Jesús a la diestra del Padre, la asamblea responde hoy con la recitación del salmo que recoge la manifestación del Dios de Israel como Dios único y Señor universal, al cual aclaman las naciones de la tierra, mientras asciende al son de las trompetas. Sólo Él es el rey del mundo y reina sobre las naciones y se sienta en su trono sagrado (Sal 47/46,6-8).
San Pablo, en la carta a los Efesios expone cómo en la resurrección y exaltación de Jesucristo como Señor, Dios ha ofrecido a la humanidad la luz que ilumina el misterio de nuestra salvación que culmina en la resurrección y exaltación de Cristo. Por eso pide a Dios para los creyentes el necesario espíritu de sabiduría y revelación para que puedan conocer el misterio de Cristo en toda su riqueza y profundidad. Pide la apertura de los “ojos del corazón” en todos cuantos vienen a la fe «para que comprendáis —dice— cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros […] al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha en el cielo» (Ef 1,18-19.20). Con esta exaltación Dios coloca a Cristo Jesús por encima de todo poder en este mundo y en el futuro, porque Dios se lo ha sometido todo a Cristo y lo ha puesto por Cabeza de la Iglesia que es su cuerpo (cf. Ef 1,21-23), donde sigue viviendo y operando por medio del Espíritu, presente en la comunidad y en sus ministros y, sobre todo en la Eucaristía y los sacramentos. Por eso, como dice san Agustín, hemos de tener presente que, al exaltar nuestra naturaleza con su ascensión, también nosotros hemos subido al cielo con él; y en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo, estamos identificados con él, que se hizo hombre por nosotros; y así, él sigue con nosotros incluso en nuestros padecimientos, de suerte que los sufrimientos de la Iglesia siguen siendo sus propios sufrimientos[2].
La ascensión de Cristo representa su triunfo, ya que en Él se consuma la historia y este triunfo tiene una resonancia cósmica, sobre todo el universo, la entera creación de Dios. Si en verdad es así, no podemos permanecer en el silencio, porque está en juego el contenido de la fe en Jesús y de su presencia en la Iglesia hasta el fin de los siglos. La fe en la exaltación de Cristo impulsa a la Iglesia a la misión universal, al testimonio sin reservas que todos los bautizados hemos de dar de Cristo como Salvador universal.
Hoy con motivo de la 55ª Jornada mundial de las Comunicaciones, el Papa nos propone en su mensaje para la ocasión el lema del testimonio que el apóstol Felipe da de Jesús a Natanael que no acaba de creer lo que oye: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Ir a Jesús, verlo y dar testimonio de él es un lema apropiado para inspirar la función de las comunicaciones que han de dar testimonio de la verdad de las cosas y los hechos, y han de hacerlo en un tiempo en que la manipulación de las noticias nos ha llevado a hablar de “noticias falsas” (fake news) como medio de ocultamiento y falsificación de la realidad. Un ocultamiento y desinformación que se hace por intereses ideológicos y económicos, y por intereses políticos de los grupos sociales que aspirar a controlar el poder en beneficio propio o del propio grupo posponiendo el bien común.
Hoy con motivo de la 55ª Jornada mundial de las Comunicaciones, el Papa nos propone en su mensaje para la ocasión el lema del testimonio que el apóstol Felipe da de Jesús a Natanael que no acaba de creer lo que oye: «Ven y lo verás» (Jn 1,46).
Las redes sociales son un instrumento magnífico de comunicación, pero al mismo tiempo están sirviendo para tergiversar la realidad, para la descalificación de personas y grupos, programas y proyectos. A veces se convierten en vertedero de la mentira que alimenta la influencia sobre los demás, su descalificación o, sencillamente, la exhibición narcisista, de la que habla el papa en su Mensaje. Contra tales manipulaciones de las comunicaciones, el deber de los comunicadores es ser testigos de la verdad de las coas, de los hechos y de las situaciones en las que viven y accionan las personas, de sus carencias igual que de sus logros.
Hacemos hoy un llamamiento a la fidelidad a la realidad y al testimonio verdadero. Hemos de afrontar un testimonio iluminador que sólo puede esperar eficacia, si invocamos el auxilio del el Espíritu Santo y vivimos de su inspiración y aliento, convencidos de que Cristo no ha abandonado a su Iglesia y vive en Dios para interceder siempre por nosotros.
S.A.I. Catedral de la Encarnación
16 de mayo de 2021
+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería
Ilustración: La Ascensión del Señor. Benvenuto Tisi Da Garofalo (1481-1559). Palazzo Barberini. Roma.
[1] J. A. Fitzmyer, Los Hechos de los Apóstoles, vol. 1 (Salamanca 2003) 259-260.
[2] San Agustín, Sermón 263 A (Mai 98) sobre la Ascensión del Señor, 1-2: ed. BAC Obras completas 24 (Madrid 1983) 659-664 [= PLS 2,494-495].