Hablamos con el prefecto apostólico de Battambang (Camboya) después de que la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga aporte su ayuda material a las víctimas de las minas antipersona en la misión que lleva a cabo. Allí además, desde ahora, se venerará una réplica del Resucitado, titular de la entidad agrupacionista
Es posible colaborar con la donación de sillas de ruedas poniéndose en contacto con la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga
¿Cómo es Camboya, lugar que le atrapó ya siendo un universitario, en 1985?
Es difícil de describir en pocas palabras. Es un país precioso, con gente estupenda y una naturaleza increíble. Es un conjunto de verde luminoso por los arrozales y azul intenso cuando es la época de lluvias. Su gente es sencilla, amable, sonriente, con una capacidad de resiliencia especial y que nos enseñan el valor de la amistad, de la vida, de la tradición. Es un tesoro. Hay también monumentos muy bonitos, como los templos, que nos ayudan a valorar la historia y en conjunto es un país que merece la pena conocer y disfrutar. Los que vivimos allí, no lo cambiaríamos por nada.
Se le conoce como “el obispo de las sillas de ruedas”, y se le suele mencionar como Kike, un diminutivo cariñoso y familiar, algo que puede llamar la atención refiriéndose a un obispo. ¿Cómo se definiría? ¿Cómo le gustaría que la gente le conociera?
Para mí que mi nombre y mi ministerio esté asociado a la silla de ruedas es algo que me encanta, me inspira y me da fuerzas. Para mí la silla de ruedas ha sido un instrumento que me ha ayudado muchísimo a conocer a gente muy sencilla, en los pueblos, que sufre discapacidad, diversidad funcional. Ellos me han ayudado a que mi ministerio sea más bello y profundo, porque son personas que, desde los márgenes de la sociedad, me han iluminado, me han ayudado. Siempre he dicho que la silla de ruedas es como un sacramento que nos ayuda a ser mejores, porque es un signo visible de una gracia invisible. Es un diseño camboyano, y está hecho por y para personas con discapacidad, y yo como sacerdote ejerzo mi ministerio entregándolas, transformando la vida de mucha gente. Pasan de tener una vida estática a poder moverse, socializarse. Por lo que ese apelativo me enorgullece y estar asociado a estas personas me da mucha fuerza.
Su principal “periferia” allí es la de los discapacitados debido a las minas antipersona. ¿Cuántos sufren aún sus consecuencias?
Siguen siendo muchas, se habla de unas 60.000 personas, aunque gracias a Dios los accidentes con minas son cada vez menos frecuentes porque se están eliminando. Pero a través de esta gente, yo he podido conocer a personas con otro tipo de discapacidades y han ensanchado mi corazón. En Camboya, por la falta de medicinas y de posibilidades, hay muchas personas que sufren distintos tipos de discapacidad. La poliomelitis, por ejemplo, arrasó en su momento. También hay muchos niños que nacen con dificultades por problemas en el embarazo o en el parto, y niños con síndrome del espectro autista a los que atendemos y tratamos de favorecer su mejor integración en la sociedad. Todos ellos son una bendición para nuestra Iglesia, que quiere hacer un desarrollo inclusivo y que nos une a todos: aquellos que no pueden andar, con los que tienen y tenemos otras «discapacidades», como no saber relacionarnos, no saber hablar o tener un corazón estrecho y no ancho para amar a todos… Las personas con discapacidad son un enriquecimiento para el ministerio de la Iglesia y para mí personalmente.
Tienen incluso una imagen muy evocadora de un Cristo roto, mutilado, que usted lleva como pectoral. ¿Qué quiere significar?
Efectivamente, es un Cristo herido, le falta una pierna. Y para mí tiene tres significados muy inspiradores: que el Señor asume los sufrimientos de las personas con discapacidad; que las personas que sufren mutilación completan los sufrimientos del Señor y ayudan a la salvación del mundo. Los discapacitados nos ayudan a salvar el mundo, porque nos ensanchan el corazón con su vida. Y el tercero, es que ese Cristo roto nos habla de un cuerpo místico del Señor al que le falta algo, una pierna, por nuestra falta de entendimiento, de cariño, de voluntad de paz y nuestra misión es completar el Cristo total, que Cristo esté completo en el mundo. Que con nuestra caridad, nuestra compasión y nuestro trabajo por la paz, llevemos el amor y la compasión de Dios a todos los rincones para que el Cristo sea total. El Cristo roto es un Cristo que nos da fuerza y nos inspira para llevar la justicia de Dios a las personas que son discapacitadas. Es un Cristo que nos misiona.
No es la única tarea que Dios le tenía reservada allí. ¿Qué otras misiones tiene la Iglesia católica en Camboya? ¿Cuáles son los retos que plantea el ahora?
La primera y más importante para mí es mostrar el rostro amable de Dios que nos quiere a todos. Manifestar este rostro amable lo hacemos con nuestro servicio a las personas con discapacidad, pero también a todos los demás. Yo me considero prefecto apostólico no solo para los católicos, sino para todos. Nuestra presencia y nuestro servicio es para todos. Tenemos para eso servicios sociales, educativos, sanitarios, culturales, de promoción social, de ayuda a las víctimas de trata y de violencia, y ahí estamos. Estamos allí para ayudar a la integración social y mostrar el cariño y la ternura de Dios. Manifestar eso a través de los sacramentos y de nuestra labor catequética es también muy importante, pero va entrelazado con lo anterior, por ejemplo, enseñar el rostro de Dios a los jóvenes cuando los acogemos en la parroquia al venir de los pueblos a estudiar. Y al celebrar los sacramentos en la iglesia, lo hacemos para dar testimonio de tanta belleza como nos rodea, y así se dejan «tocar» creyentes y no creyentes.
Camboya sufre aún las consecuencias del régimen de los Jemeres Rojos. ¿Cómo es la presencia católica en la actualidad? ¿Cómo es su relación con la comunidad budista?
Sigue siendo un reto, porque hay quienes lo han sufrido directamente y estamos en diálogo con esta experiencia tan negativa y de muerte como fue el régimen, una vivencia de odio y de violencia que ha dejado heridas a muchas personas. Aún hoy hay muchos jóvenes que, aunque no lo han sufrido directamente, lo viven en casa con sus abuelos y sus padres, en quienes ese daño ha derivado en ocasiones en adicción al alcohol y en problemas psicológicos. Hay que acompañar, escuchar, y en esa escucha se produce una sanación. Este servicio lo hacemos diariamente de manera formal o informal. Con la comunidad budista tenemos una relación excelente. Nos da razones y motivos para colaborar con ellos, porque son muy abiertos, nos admiran, ven que nos preocupamos de problemas sociales desde un compromiso espiritual. Personalmente soy profesor en la Universidad budista, donde imparto Introducción a la Fe Cristiana y Doctrina Social de la Iglesia a los monjes budistas y la acogida es muy buena. Además, colaboramos mucho con la Universidad en proyectos con jóvenes para impartir valores humanos, fomentar la ecología y justicia social. Nos unen la construcción de la paz, la justicia, la ecología y la formación de los jóvenes.
He leído que cuando la fe cristiana fue finalmente reconocida oficialmente, en 1990, se celebró la primera Misa en una Vigilia Pascual y en ella participó una anciana que, durante 15 años, había seguido viviendo su fe como única católica en su pueblo, Prek-Toal. Imagino que conoce muchos testimonios como ese. ¿Cómo es la fe del pueblo camboyano? ¿Cuál podría contarnos?
Hay personas, efectivamente, que sobrevivieron de una manera anónima en los años de Pol Pot y en la guerra y la pobreza, como esta mujer hay otra en Tahen que lo que hacía era enseñar el Rosario a sus nietos, porque decía que la fe cristiana le había enseñado a sobrevivir en todas estas tragedias y quería inculcarles lo que a ella le había servido tanto durante todos esos años. Una maravilla. Los camboyanos son personas tremendamente creyentes y religiosas, porque ven la realidad traspasada por el Espíritu, ven presencia de Dios en muchos sitios con una evidencia que nosotros, que somos misioneros, al venir de otros contextos, no somos capaces de ver. El problema es purificar esta visión de la presencia del Señor, que viene para reinar con paz, con alegría y para darnos fuerza, y no malos espíritus. Estos no son del Señor. Nuestra labor evangelizadora es purificar esto. Ellos no tienen problemas de fe, buscan al Señor porque buscan a un Dios liberador y que nos protege del mal. Nos dan lecciones de aferrarse al amor de Dios, a la bondad de Cristo, a lo bueno que tiene el Espíritu del Señor que nos da fuerzas para vencer todo lo negativo de este mundo.
Viene a España después del reciente fallecimiento de su madre, y esta vez, solo, no acompañado de camboyanos, como a usted le gusta para que sean ellos quienes cuenten su historia. ¿Cómo está viviendo este viaje?
Es verdad, siempre vengo acompañado de niños y jóvenes que den testimonio de nuestra vida allí, porque pienso que ellos son los protagonistas y los que tienen que hablar. Yo solo soy el puente para que puedan hablar de sus sufrimientos y de sus sueños. Esta vez y la anterior he tenido que venir solo porque la pandemia no nos deja hacer otra cosa. Pero es como si trajera en mi mochila el cariño de todos ellos. Me siento la persona más indigna del mundo, y me siento dignificado por mi relación con la gente en Camboya, al lugar donde me envió el Señor, y donde me he enriquecido por sus vidas, que me ayudan a ser mejor aspirante a seguir al Señor. Cuando vengo, que no estoy con ellos, los tengo presentes a todas horas. Con lo cual espero que la pandemia deje de ser dominante en el mundo y que en el 2022 puedan venir conmigo los jóvenes de la Iglesia de Camboya.
¿Cómo puede la Iglesia de Málaga acercarse a estos hermanos y caminar juntos? ¿Hay algún proyecto de colaboración que quiera impulsar con su visita?
La primera manera es rezar unos por los otros. La segunda, colaborar para que las personas con discapacidad tengan una vida más digna. Ahora con las sillas de ruedas que Málaga nos dona vamos a seguir mejorando sus condiciones y transformando su realidad, haciéndola más plena. Va a ser maravilloso. Y espero que historias de éxito empiecen a llegar a Málaga para que se conozca cómo está repercutiendo todo eso allí. Y la tercera forma de acercarnos va a ser el arte. Este Cristo Resucitado que nos donan las cofradías de Semana Santa de Málaga espero que pronto pueda llegar a Camboya y nos ayudará a seguir apoyándonos. Ojalá que Juan Vega pueda seguir creando imágenes, no tan grandes, más sencillas, que nos pueden seguir inspirando y ayudando para poder rezar y profundizar en nuestra fe, y apoyar a las personas con discapacidad. Allí tenemos grandes artistas que son personas con discapacidad, y quizás podríamos unir ambas cosas, la cultura y la discapacidad. Sería muy importante. Espero que en el futuro, también, podamos venir nosotros con el grupo de danza tradicional clásica camboyana, para compartirlo con vosotros.