Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Jornada sacerdotal diocesana. Encuentro Presbiterio-Seminario, celebrada en Casa Diocesana Málaga el 22 de enero de 2015.
JORNADA SACERDOTAL DIOCESANA
ENCUENTRO PRESBITERIO-SEMINARIO
(Casa Diocesana-Málaga, 22 enero 2015)
Lectura de “Hora Tercia”: Gal 5, 13-14.
1.- Vocación a la libertad de los hijos de Dios.
El texto de Gálatas nos ofrece hoy el tema de la libertad de los hijos de Dios. Hemos sido llamados a la libertad y eso es para todo cristiano, máxime para los sacerdotes, para todos nosotros.
Dice el apóstol san Pablo que no se trata de una libertad para la carne o para hacer la voluntad propia o lo que nos piden los deseos humanos, carnales, sino una libertad para el amor: «Sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”» (Gal 5, 13-14).
El tema de la libertad me encanta para todo cristiano, pero, sobre todo, para los sacerdotes. Me gusta mucho la frase «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Si fuéramos realmente libres, en el sentido de no hacer lo que queremos, sino seguir al Espíritu, nuestro ministerio sería distinto. Una auténtica libertad por el otro y para el otro, para servir, no para servirnos del ministerio o de la Iglesia o de la posición. El papa Francisco tiene muchas frases, como ya hemos oído todos en distintas ocasiones, sobre el servicio de los sacerdotes a la Iglesia.
Vamos a pedir al Espíritu que nos concede la verdadera libertad, la gozosa libertad de los hijos de Dios. Y que, en el presbiterio, también reine esa libertad: Libertad para expresarse, libertad para aceptar al otro, libertad para ser sinceros, libertad para no esconder conductas que van contra nuestro ministerio, contra la Iglesia, libertad auténtica para que el Señor nos ayude a vivir entre nosotros; de ese modo ganaríamos mucho. A veces, caemos, como dice el papa Francisco, en la tentación de los dimes y diretes o de los comentarios o de que «no se entere la autoridad».
2.- Una libertad que exige esfuerzo y renuncia.
A veces, es conveniente que se saque a la luz todo, para que se solucionen los temas y los problemas. Apelo a vuestra conciencia para que vivamos con mayor libertad, verdaderamente como hermanos e hijos de Dios; que nadie nos arrebate esa libertad. Tampoco han de arrebatárnosla ni la sociedad, ni los políticos, ni las presiones que estamos sufriendo, que son fuertes.
Estos días anteriores, hemos estado los obispos de Andalucía reunidos en Córdoba, como hacemos habitualmente, y han salido estos temas propios de esa tensión que hay entre la Iglesia y los poderes públicos. Unos son los medios de comunicación, otros los partidos políticos, los lobbies, los grupos de presión que están realmente presionándonos para amordazarnos la voz, para que no hablemos, para que no denunciemos lo que hay que denunciar o digamos lo que hay que decir o promovamos lo que hay que promover.
El mundo necesita el testimonio de los cristianos. Necesita el testimonio de nuestra libertad: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19).
La libertad que nosotros perseguimos es una libertad que exige esfuerzo y renuncia, no es la libertad que sueñan los jóvenes para comerse el mundo.
Dice san Pablo a los romanos que «toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto» (Rm 8, 23). Nosotros, aguardando esa redención del Señor, también estamos con el dolor por este parto.
3.- Ser sacerdotes unidos a Cristo, Sumo Sacerdote.
La liturgia de la misa de hoy nos ofrece la carta a los Hebreos, que va muy directamente con nuestro ministerio, presentando a Cristo como el Sumo Sacerdote. Él presentó sacrificios de una vez para siempre (cf. Hb 7, 27). Su sacrificio es único. Los sacrificios de la Antigua Alianza se tenían que repetir, porque no transformaban al hombre, no lo cambiaban, era más bien una ascesis personal. Pero nuestro Sumo Sacerdote es «santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo» (Hb 7, 26), y Él está intercediendo siempre en favor nuestro (cf. Hb 7, 25).
Nosotros necesitamos realizar, actualizar, ese sacrificio de Cristo. En la misa actualizamos, no sólo hacemos memoria, como se dice vulgarmente; es una actualización del Misterio. Cristo se ofrece, se sigue ofreciendo, y eso que ofrecemos al Padre es el sacrificio de Cristo.
Pero necesitamos participar en él y no es suficiente participar en nuestra vida de una sola eucaristía; por nuestra naturaleza, necesitamos participar periódicamente. Según la época, las celebraciones se han realizado de un modo más o menos periódico. Había monjes que solamente celebraban el domingo. Eso de la misa diaria no ha sido siempre. Y eso de cuatro misas en un día no debería ser tampoco. Pero ya que somos ministros que ofrecemos a los demás el sacrificio, –ofrecemos a Dios el sacrificio se entiende, pero por los demás–, tampoco banalicemos nuestro ministerio y, por tanto, intentemos, –aunque sea la tercera misa–, hacer el esfuerzo de vivir lo que estamos celebrando.
4.- Fiesta del Seminario
Y, finalmente, nos hemos reunidos porque es la fiesta del Seminario, que tiene múltiples nombres: Seminario de san Sebastián, de santo Tomás, de la Inmaculada; a san José no hay que dejarlo fuera. Al final, va a resultar que no sabemos cuándo es la fiesta del Seminario: si la de san José, si ésta, si la de la Inmaculada. Pero bueno, como se llama de san Sebastián, lo celebramos en este famoso encuentro de Seminario y sacerdotes o presbiterio.
Es un día de gracia, de fraternidad, que podemos vivir con alegría. Siempre los santos nos dan un ejemplo. Estos días estamos celebrando a varios mártires: san Sebastián, santa Inés, san Fructuoso y san Augurio-Elogio en Tarragona, hoy san Vicente mártir en Valencia. Todos son de la misma época y dieron testimonio de su fe. Eso nos anima a ser testigos en la sociedad que nos toca vivir. No elegimos ni la cultura donde nacemos ni la sociedad donde vivimos, ni la sociedad a la servimos como ministros. Puede uno haber nacido en una cultura distinta, –como hay alguno entre nosotros–, y estar sirviendo al sacerdocio en una cultura diversa a la de su nacimiento. Pero el Señor nos ha querido aquí.
Ayer, en una información que nos dieron de las influencias, de los maleficios y de las posesiones diabólicas, me miraron a mí dos sacerdotes exorcistas y me dijeron: «señor Obispo de Málaga en su diócesis hay focos de todo tipo del maligno, explícitos y conocidos, más que en otras diócesis». Esto no nos debe alarmar, pero ese es el trabajo que nos toca hacer, servir a esta sociedad no a la que nos inventemos.
5.- Agradecimiento a los sacerdotes
Quiero agradecer vuestro trabajo, vuestra generosidad, vuestra comprensión, vuestra ilusión, la fidelidad al ministerio. Y pido al Señor que nos mantenga fieles a lo que Él nos pide, no a lo que nos gusta hacer. Hay cosas que no nos gusta hacer a nadie, pero hay que hacerlo. Hay que darse, hay que ser libres para ser esclavos del otro por amor, como nos ha dicho la carta de san Pablo a los Gálatas (cf. 5, 13).
Pido por nuestra fidelidad, por nuestra ilusión, por el Seminario: que el Señor nos regale santas vocaciones y santos sacerdotes. Nunca pido al Señor un número de sacerdotes; nunca se lo he pedido. Siempre he empleado las tres “eses” que decía el arzobispo en proceso de beatificación que me ordenó, que me confirió todas las órdenes y todos los ministerios. Las tres “eses” del sacerdote, –una “ese” ya es del sacerdote–, son: sabio, sano y santo. Que nos dé sacerdotes sanos de mente y de cuerpo, por lo menos de mente; sabios, porque hay que dar buena comida a nuestros fieles; y santos, a semejanza del Sumo Sacerdote, el Santo de los santos.
Pedimos a la Virgen, nuestra Madre, que siempre esté con nosotros. Me gusta decir no que no nos deje, sino Madre nuestra que no te dejemos. La Virgen nunca nos deja, el Señor nunca nos deja, somos nosotros quienes nos alejamos. Pues que no nos alejemos, ni del Señor, ni de la Virgen. Que así sea.