El anuncio de la resurrección a las mujeres y las apariciones del Resucitado a los discípulos son dos tipos de relatos pascuales que se reiteran en los cuatro evangelios, aunque después cada uno de ellos añadirá otros relatos que desarrollará según la temática teológica de cada obra.
En el relato del evangelio de hoy, que corresponde a Lucas, observamos cómo hay aspectos coincidentes con los demás relatos de la resurrección:
– Jesús se aparece de manera imprevista y se coloca en medio de la comunidad, indicando que él es el centro y el que la preside. No hay comunidad cristiana que no tenga por fundamento a Cristo y su fe en él.
– El encuentro con el Resucitado aporta a la comunidad la paz y la alegría, y son signos que manifiestan su presencia viva y real en medio de nosotros.
– Jesucristo resucitado no se presenta como un fantasma, un ser nuevo y desconocido, sino que se identifica con el crucificado, algo que se aprecia en las marcas de sus heridas.
– Signo de que la resurrección es real y de que él sigue siendo el mismo Jesús que murió en la cruz, lo tenemos en que su forma de actuar es la misma que antes de morir en la cruz: come con ellos y comparte con ellos lo que tiene, muestra su amor, su misericordia, su sentido fraterno, su caridad a los demás…
– En estas apariciones pascuales Jesús envía el Espíritu Santo sobre la comunidad y le encarga a ella la misión de ser testigo del Resucitado.
– Jesús no es reconocido de inmediato y hasta se le confunde con un hortelano, en el caso de María Magdalena, con un caminante, en el caso de los discípulos de Emaús, y con un fantasma, en el relato de hoy. Esto es una manera de expresar que no es fácil confesar que Jesús es el Resucitado y el Señor.
La falta de fe en la resurrección mantiene en el miedo y en la duda a la comunidad cristiana, hasta que la fe se clarifica y nos permite reconocer que Cristo vive y está presente entre nosotros. Los cristianos no creemos en “algo” o en “alguien”, porque nosotros creemos en el Hijo de Dios que se hizo hombre, que murió y que fue resucitado de entre los muertos. Nuestra fe es real y es viva: no es abstracta, ni compuesta de ilusiones, ni apoyada en recuerdos del pasado…
Cristo es el mismo de siempre, pero con un nuevo modo de presencia: en la comunidad, en los sacramentos y en aquellos que sufren y tienen sus heridas abiertas, las cuales Cristo viene a sanar con la caridad fraterna, que consiste en ayudarnos unos a otros como hermanos. Cristo resucitado está presente en la comunidad que celebra, que evangeliza y que comparte con los más necesitados. Una comunidad cristiana está viva cuando muestra en esas tres acciones al mismo Jesús. Nos reunimos y actuamos en su nombre. Una comunidad cristiana está muerta cuando vive por sí sola y para sí misma, cuando no ora ni celebra, cuando no es testimonio de la Buena Noticia y cuando no vive en el amor que une a sus miembros como hermanos, compartiendo las alegrías y los sufrimientos.
No fue fácil para las comunidades primitivas cristianas aceptar la resurrección y sus consecuencias, como el hecho de comprender su tarea de evangelización de otros lugares y de otras personas. No fue fácil comprender que en Jesucristo se cumplen las Sagradas Escrituras y que en él llegan a su plenitud las profecías del Antiguo Testamento. Todo es un proceso de tiempo y de adaptación, en un renacer a una nueva forma de vivir y de entender la fe, y siempre gracias a la actuación del Espíritu Santo que va abriendo el entendimiento, los corazones y los nuevos caminos. Pero a pesar de haber pasado siglos, la Iglesia actualmente sigue con esa misma misión. Pero tenemos el reto de los nuevos tiempos donde muchos de los que se consideran cristianos tienen que ser evangelizados porque no siempre hemos tenido esa formación necesaria que nos ayuda a vivir mejor la fe, a dar razones de ella y a comprometernos mucho más. Corremos el riesgo de no sentirnos unidos a nuestra comunidad parroquial, de no dar la suficiente importancia a las celebraciones y de no asistir a ellas o hacerlo de manera esporádica, y el riesgo de vivir en una espiritualidad que nos abstrae de las realidades que nos rodean sin tomarnos en serio que el amor a los hermanos pasa por el tomarnos interés por sus necesidades.
Jesús ha resucitado, su paz y su alegría nos llenan de esperanza y animan en la lucha por la construcción de un mundo mejor, sin dejar de trabajar para que Jesús no sea un desconocido y todo hombre y mujer pueda encontrarse con él. Él toma la iniciativa de venir a nuestro encuentro, pero todo no depende de él, sino de que nosotros correspondamos a esa iniciativa del encuentro y del anuncio del Evangelio. Tu fe se traduce en lo que vives.
Emilio José Fernández, sacerdote
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