Aparición de Cristo Resucitado a María Magdalena. Catedral de Sevilla.

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Aparición de Cristo Resucitado a María Magdalena. Catedral de Sevilla.

María Magdalena fue la primera testigo que vio a Cristo Resucitado y la primera mensajera que anunció a los apóstoles la Resurrección del Maestro, siendo calificada por ello como “apóstol de los apóstoles” por Santo Tomás de Aquino. El encuentro entre el Maestro y la Magdalena se reproduce en esta bella obra de la Catedral de Sevilla.

Presidiendo el retablo de la Capilla de Santa María Magdalena, que data de 1499, se encuentra esta tabla obra anónima de un seguidor de la escuela de Alejo Fernández, realizada, como el resto de las pinturas de este retablo, en torno a 1537, fecha en que se dotó por don Pedro García de Villadiego y doña Catalina Rodríguez, quienes aparecen en las pinturas del banco, uno con San Benito Abad, y la otra con San Francisco de Asís. En los laterales aparecen igualmente Santa Catalina con Santa Bárbara y San Andrés, Santiago, San Pedro y San Pablo. Sobre la pintura central, se dispone una bella Anunciación.

Según el catedrático Enrique Valdivieso, la suavidad del dibujo de las figuras y su movilidad expresiva evidencian una calidad técnica no desdeñable.

La pintura que hoy presentamos representa el episodio conocido con el nombre de Noli me tangere, que significa “no me toques”, y que es el resultado de una traducción errónea del texto original griego que vendría a ser “no me retengas”, y que aparece en el Evangelio de Juan 20, 11-18.

La composición del episodio se resuelve a partir de la diagonal que forman ambas figuras: María Magdalena aparece arrodillada ante el Resucitado con las manos unidas en oración y la mirada hacia abajo, en actitud reverente. Ante ella, encontramos el frasco de perfume que había preparado para embalsamar el cuerpo de Jesús. De pie junto a ella, aparece Cristo Resucitado, cubierto por un manto rojo, el color de la vida, sujetando con su mano derecha una larga vara, mientras que dirige su izquierda hacia la primera testigo de la Pascua. En sus manos, pies y costado vislumbramos las heridas de la Pasión; pero su cabeza se muestra orlada por un nimbo dorado, signo de su condición e Hijo de Dios. Haciendo alusión al error por parte de la Magdalena, quien confunde a Cristo con el hortelano, toda la escena tiene lugar en un huerto, que remite al jardín del Edén señalando la Resurrección de Cristo como el comienzo de la nueva creación. Las dos figuras aparecen bajo un frondoso árbol que alude igualmente al que aparece en el capítulo 3 del Génesis. En este huerto se encuentra una fuente y al fondo de la composición, un hermoso paisaje en el que se distingue un río. La presencia tanto de la fuente como del río hace alusión al agua como símbolo de vida.

La figura de María Magdalena, que fue definida por San Gregorio Magno como “testigo de la divina misericordia”, en principio aparece en el arte siempre vinculada a los episodios del Evangelio, si bien a partir del siglo XIII la encontramos ya sola, como imagen devocional. La imagen más antigua que podemos encontrar se encuentra en Dura Europos, donde aparece en un fresco de mediados del siglo III junto a las mujeres camino al sepulcro, llevando antorchas encendidas y las vasijas de los aromas para embalsamar a Jesús.

Una de las representaciones más antiguas de esta escena del “Noli me tangere” se encuentra en la lipsanoteca de Brescia, un relicario de marfil de entre los años 330-360.

Como se señala Arthur Roche, secretario de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos en el artículo que acompañaba el decreto de la declaración de la celebración de la Magdalena como fiesta, estas palabras del “Noli me tangere” son “una invitación dirigida no sólo a María, sino también a toda la Iglesia para entrar en una experiencia de fe que supera toda apropiación materialista y aprehensión humana del misterio divino. ¡Es un acontecimiento eclesial! ¡Una buena lección para todo discípulo de Jesucristo: no buscar las seguridades humanas y los títulos de este mundo, sino la fe en Cristo Vivo y Resucitado!”

Antonio Rodríguez Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural

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