La mayor participación posible en la celebración eucarística es poder comulgar santamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo
El culmen de toda participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, piadosa, es la recepción sacramental del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esa es la doctrina de la Iglesia: “Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).
Toda la celebración eucarística tiende a que los fieles, debidamente dispuestos en su alma, tomen parte del sacrificio de Cristo recibiendo su Cuerpo y su Sangre.
Para ello, se ha de comulgar estando en gracia, es decir, con conciencia clara de no estar en pecado, con un previo examen de conciencia. “Cristo quiere habitar en nosotros. Por eso, debemos hacer todo lo posible para recibirlo con un corazón puro, recuperando sin cesar, mediante el sacramento del perdón, la pureza que el pecado mancilló… De hecho, el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la acción de la gracia eucarística en nosotros” (Benedicto XVI, Hom., 22-junio-2008).
“La Eucaristía no es sólo un banquete entre amigos. Es misterio de alianza” (Ibíd.): ni símbolo, ni comida de amigos, ni fiesta humana muy alegre. Lo que recibimos en la comunión es al mismo Cristo, a quien adoramos, y que quiere santificarnos, transformándonos en Él.
Esta participación de los fieles en la Eucaristía requiere un acto de fe, esperanza y caridad; implica conciencia clara y devoción; supone y expresa la adoración a Cristo realmente presente. Por eso no es indiferente el modo de comulgar respetuoso y adorante y la forma misma, por parte de los ministros, de distribuir la sagrada comunión, evitando las prisas, propiciando que cada fiel vea la Hostia cuando se le muestra, pueda responder “Amén” consciente de hacer una profesión de fe, y comulgue orando y con cuidado de que no caigan partículas.
En la medida de lo posible, se visibiliza la participación en ese mismo Sacrificio de Cristo si los fieles pueden comulgar con el Pan consagrado en esa Misa: “reciban el Cuerpo del Señor de las hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n. 283), participen del cáliz, para que aún por los signos aparezca mejor que la Comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se está celebrando” (IGMR 85).
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