Merche Vega, feligresa de la parroquia Santa María de la Amargura, es voluntaria de Cudeca, y acompaña a personas al final de la vida, sea cual sea su confesión religiosa.
Compagina su trabajo en el Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Málaga con un serio compromiso cristiano en Pastoral Universitaria, Apostolado Seglar y la delegación de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso.
¿Cómo es el servicio que presta a las personas en los momentos cercanos a la muerte? ¿En qué consiste?
Fundamentalmente, acompañamiento. Personalmente, a través de la fundación CUDECA, que es donde desarrollo mi voluntariado. A los voluntarios se nos prepara para ser complemento de los equipos de psicólogos, asistente social y sanitarios que atienen a los pacientes paliativos. Nos encargamos de atender al paciente y a su familia en las cosas cotidianas en la etapa final del enfermo, donde el cansancio y la tristeza hacen muy cuesta arriba cualquier cotidianeidad. Simplemente con la escucha y el apoyo emocional se crean vínculos estrechos, nos convertimos en puntos de apoyo y también en puentes. No sabes lo sanador que puede llegar a ser un abrazo o una emoción compartida, ya sea con lágrimas o con risas. En definitiva, aliviamos el sufrimiento en la medida de lo posible, siempre supervisados y acompañados también por un equipo de psicólogos y el departamento de voluntariado.
¿Está más cerca el anhelo de transcendencia en ese momento?
En esos momentos se hace, a veces, muy presente la expresión, “todo creyente se vuelve no creyente y viceversa cuando se acerca al final”. Es normal que lleguen las dudas, las preguntas, los miedos… A veces, vivimos situaciones y reflexiones de tal profundidad que te hacen pensar durante varios días. Es curioso cómo las personas con las vidas más sencillas son las que te dan grandes lecciones. De hecho, normalmente, salvo algunas excepciones, la gente se marcha con la serenidad y sencillez con la que ha vivido.
¿Ha tenido experiencia con personas de otras confesiones distintas a la católica? Cuéntenos alguna.
Muchas. En la fundación somos muy cautos y respetuosos con la espiritualidad de nuestros pacientes. Tenemos una guía que nos permite acercarnos a cualquier confesión religiosa. No obstante, mi experiencia en la Delegación de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso con el inicio de los campamentos interreligiosos entre niños musulmanes y católicos y las asignaturas cursadas en Ciencias Religiosas han sido de gran ayuda. Tengo muchas experiencias que contar, pero recuerdo especialmente una muy cercana, la vivida con el paciente Mohammed. Nos sentábamos en el jardín a hablar de la muerte con la absoluta confianza de que Dios estaría esperándolo. Nuestro intercambio de reflexiones en base a nuestros Libros Sagrados nos mostró a ambos que tenemos en común un punto muy importante: el amor incondicional de Dios y su deseo de acogernos en sus brazos. Su punto de vista sobre cómo debemos prepararnos más durante nuestra vida para ese encuentro maravilloso, fue para mí verdaderamente enriquecedor. Tengo esas conversaciones muy presentes y aún hoy, recordándolas, me brota una sonrisa amorosa de nostalgia; fue un paciente muy especial. Lamentablemente, se marchó el fin de semana que me encontraba en el Congreso de Laicos en Madrid. Aún rezo mucho por él.
¿Qué le aporta este voluntariado, que une de algún modo sus dos grandes campos de apostolado?
Estar tan cerca de la muerte y en contacto con todo lo que se mueve alrededor de una persona que se marcha hace que mires hacia la vida de otra forma. La misericordia se afianza en tu vida con mayúsculas y cualquier situación, por muy difícil y complicada que sea, adquiere otro sentido cuando la miras desde la finitud de la vida.
Mi preparación y experiencia en el Teléfono de la Esperanza me ayudó a desarrollar técnicas como la empatía en la escucha, compartir silencios, el lenguaje no verbal; mis estudios en Ciencias Religiosas me permitieron conocer mi fe con más profundidad; de mis cursos de acompañamiento aprendí a “estar” sin que se note, y de mi experiencia en el proyecto de los campamentos interreligiosos en niños, acercándome al islam desde los más jóvenes, estoy segura de que me han ido llevando a la Fundación CUDECA y a este voluntariado.
San Agustín, parafraseando a san Pablo, dice que “los caminos del Señor son inescrutables”. Y es que estoy segura de que, en estos años, el Señor me ha ido preparando para trabajar y desarrollar mi humilde carisma. Muchos me dicen que ellos no podrían, y yo pienso que a veces que yo tampoco puedo. ¡Pero alguien lo tiene que hacer!
¿Cómo podemos, como sociedad, contribuir a que estos cuidados nos lleguen a todos?
Desde mi experiencia particular, una forma es apoyar y fomentar la forma de cuidar de la Fundación CUDECA, que pretende convertir el proceso de morir en un proceso de vida. Aunque no podemos añadir días a la vida, queremos añadir vida a los días a través de nuestra “forma especial de cuidar…”. Para ello, cuenta con diferentes áreas de atención y programas asistenciales que dan cuidado personalizado y continuado según las necesidades de cada momento y de cada persona. Y esto se hace gracias a equipos formados por médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales y fisioterapeutas especializados en cuidados paliativos atienden con detalle cada aspecto del cuidado del paciente, respetando sus deseos y preferencias. El cuidado abarca también aspectos como un servicio mobiliario de préstamo tan necesario para hacer más fácil la vida del enfermo en casa y disponemos de un pequeño hospital dotado de todo lo necesario para acompañar al paciente y a su familia en un ambiente de paz, tranquilidad y respeto al final. Unos cuidados donde se atienden todos los planos de la persona: físico, psicológico, emocional, social y espiritual. Toda la atención que prestamos es de forma completamente gratuita, por ello, la colaboración de la ciudadanía resulta esencial para el proyecto. Si alguien está interesado en saber más, sus datos de contacto son www.cudeca.org, cudeca@cudeca.org y 952 564 910.
¿Qué siente cuando se acaba de aprobar la ley de Eutanasia?
Personalmente, soy defensora de la vida en todos sus planos. Cuando oigo hablar de dignidad de vida, me enfurezco pues considero que la vida es DIGNA en sí misma y merece todo nuestro respeto. Tal y como dice la Declaración Iura et Bona, el valor de la vida humana es el fundamento, la fuente y la condición necesaria de toda actividad y convivencia social.
Hace dos años, en el Atrio de los Gentiles, organizado por Pastoral Universitaria, se expuso la conferencia “Eutanasia: cuidados paliativos o despenalización”, a cargo del Doctor Joaquín Fernández-Crehuet, director de la Cátedra de Ética Médica de la Universidad de Málaga, y de Francisco Arroyo Fiestas, magistrado del Tribunal Supremo. En esta jornada, a mí personalmente me quedó muy claro que, para legislar, hay que tener, en primer lugar, grandes conocimientos médicos, y no tener miedo a algo que es lo único seguro que va a llegar, que es la muerte. Un paciente tiene dos grandes planos que le angustian en un proceso de enfermedad no curativa: el sufrimiento y no ser una carga para su familia. Dame unos cuidados paliativos dignos y entonces, nos sentamos y hablamos de Eutanasia.
Cuando se trata al enfermo en su totalidad, física, emocional, psicológica, social y se acompaña a la familia, es muy difícil que soliciten morir. No lo digo yo, lo dicen muchos facultativos que trabajan desde hace años con pacientes de este tipo. Esta ley, en mi humilde opinión, ofrece una salida “más barata”, disfrazada de misericordia, que evita así invertir en unos cuidados paliativos de calidad. Una vez más, esta sociedad se acerca peligrosamente a la afirmación de que es muy fácil deshacerse del débil, del “no productivo”, del que se considera una carga. Y eso me produce pavor.
Ana María Medina