Ana Cabello es psicóloga y alumna del Centro Superior de Estudios Teológicos San Pablo.
Al igual que Jesús necesitó de sus apóstoles para hacer llegar los panes y los peces a la multitud, también se vale de los sacerdotes para hacerse visible en el mundo y formar parte de la historia de cada persona en momentos de duda y desorientación, en búsqueda de respuestas que el mundo no sabe aportarnos. Él siempre pone a alguien en nuestro camino para dar luz y despertar nuestra fe: «Dios escribe con renglones torcidos».
Este fue mi caso, puso en mi camino a un sacerdote para reencontrarme con Él, como hizo Jesús con los discípulos de Emaús, los acompañó en sus momentos de tribulación cuando fe y razón se dispersan y las emociones inundan tu vida y no te permiten avanzar.
Esta persona me ayudó a despertar la luz del Espíritu que habitaba en mí, alumbrando mis dudas y cuestionándome: ¿Quién es Cristo para mí? ¿Quién soy yo? ¿Quién es mi hermano? Me puso en búsqueda para reconocer que sin Cristo, mi vida carecía de sentido y sobre todo a despertar el ansia de Él y buscar cómo saciarme: La Eucaristía era ese lugar de encuentro.
Jesús se hacía Uno en todos y mi fe no podía ser vivida sin ese sentido de comunidad, entrega y fraternidad con mi hermano. Su entrega al hermano, me llevó a la necesidad de salir fuera, a mi responsabilidad en el mundo como cristiana y a querer seguir conociendolo y profundizando más en mi fe. Y, saber que el pecado no tiene la última palabra sino que la Gracia de Dios lo supera porque Dios es AMOR y ese Amor te muestra su rostro misericordioso, perdonándote y ayudando a que te perdones y perdones a tu hermano.
Doy las gracias a esta persona que me ayudó a recuperar esa relación de confianza con Cristo y, a través de Él, con el rostro misericordioso del Padre, descubriendo que Jesús camina delante de mí en mi vida y eso me hace libre ante cualquier situación que se presente en ella.