Mi cura no era de mi parroquia ni siquiera de mi pueblo, lo conocí a través del trabajo de mi hija, visitando su oficina.
Desde el primer momento me cautivó su sonrisa y agradable conversación, me llamó la atención cómo a pesar de su avanzada edad manejaba las nuevas tecnologías.Por medio de las redes manteníamos contacto y siempre me transmitía algo espiritualmente profundo.
Reconozco que no podía pasar por Málaga sin hacerle una visita, y ahí siempre estaba él, trabajando y atendiendo a todas las personas que, como yo, buscábamos esa paz que transmitía con su conversación.
Aprendí mucho de él, sobre todo a llevar las cosas con paciencia y alegría. Murió con las botas puestas como se suele decir, trabajando y ayudando a los demás con su entrega y dedicación. Su entierro se ofició en su antigua parroquia. Me impresionó la cantidad de sacerdotes que acompañaron a nuestro Obispo D. Jesús, que presidió la Misa, aunque aún más me impresionó la cantidad de personas que le lloramos en su despedida.
Se iba un clásico, un cura de los de siempre, padre, amigo, confidente y medio psicólogo y, ante todo, una persona que siempre tuvo tiempo para atender a los demás.