En un templo de la llanura de Nínive, en Irak, se intenta destruir la Iglesia, y se profana un Cáliz consagrado en el que muchas veces Cristo se había hecho consustancialmente presente. Se convierte así en un fiel paradigma de la Iglesia que sufre perseguida por su Fe.
Pero Dios es Amor y Esperanza, y ese Cáliz, que aparenta estar destrozado, es el más fiel testigo de lo que Jesús nos dijo: “Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20).
Este Cáliz ha estado en nuestra Diócesis de Jaén, y como Iglesia peregrina, ha peregrinado por Parroquias, por Conventos de religiosas, por Colegios y por Residencias de mayores. Hasta donde el tiempo lo ha hecho posible. En él ha vuelto a hacerse presente Cristo en la consagración del vino y del agua. En Él ha vuelto a derramarse Amor en el vino y agua convertido en su sangre salvadora.
Su paso entre nosotros ha sido «Testimonio de la fe» de tantos cristianos que han sabido renunciar a todo (vivienda, enseres, libertad, y hasta la propia vida), pero que no han renunciado a su Fe en un Dios Salvador, liberador de las ataduras humanas, que espera de nosotros fidelidad a su plan de salvación.
Contemplando el Cáliz descubrimos, no sin cierto estupor, que en muchos lugares del mundo los cristianos sufren violencia de todo tipo. Interiorizamos con fuerza que han sido ellos los que con su Testimonio nos evangelizan y dan sentido profundo a la vida que Dios nosda, y la espera, por su parte, de que lleguemos a Él alcanzando esa salvación que nos propició generosamente.
En nuestros templos se ha orado por la Iglesia necesitada, teniendo como testigo excepcional este Cáliz que, lejos de constituir tan sólo un objeto litúrgico, trasciende la Esperanza de que nada puede destruir el Plan de Salvación Dios, ofrecido a todos. Es puro testimonio que nos pide que también nosotros seamos testigos de la Verdad en nuestros ámbitos personales y relacionales. Y la Verdad es Cristo resucitado, que espera de nosotros que sanemos corazones rotos, que restauremos vidas perdidas, que acojamos con amor al necesitado y que empleemos todas nuestras fuerzas en construir un mundo mejor, más solidario, donde con nuestros actos y nuestras acciones reflejemos, aunque sea mínimamente, el Amor que Cristo nos entrega a raudales.
Juan Carlos Escobedo Molinos
Responsable diocesano de Ayuda a la Iglesia Necesitada