Nos encontramos con el rebrote de la Pandemia del Covid 19 en Europa, en su mayor fuerza contagiosa o “segunda ola” como se nos dicen los medios de comunicación, esperando todo el mundo la deseada vacuna. A pesar de lo que estamos viviendo, la Iglesia y, en especial nuestra diócesis de Guadix, sigue adelante con su misión evangelizadora y, ahora más que nunca, sobre todo en el acompañamiento de los familiares de los enfermos del Covid, ya que muchas veces ellos sufren más por no estar cerca de sus seres queridos…
Ante esta situación me gustaría compartir con vosotros el mensaje de los Obispos de la comisión Episcopal de la Pastoral de la Salud Española, que tuvo lugar en la celebración de la Pascual del Enfermo, el pasado 6 de mayo del año 2018. Es interesante lo que nos dicen en esta cuestión sobre el papel fundamental de la familia y esa labor callada y tan importante que ejercen los familiares con el enfermo a la hora crucial de su salud. Y aunque en el año 2018 todavía no sufríamos esta pandemia, es muy interesante este artículo, que quiero compartir con vosotros, porque refleja muy bien el papel de la Iglesia, del acompañamiento a la familia y del enfermo.
ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD
“Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27)
En el Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo de este año, el Papa Francisco nos recuerda cómo “la Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor (cf. Lc 9, 2-6; Mt 10, 1-8; Mc 6, 7-13), siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro”. En esta Campaña, hemos querido prestar especial atención a quienes cuidan a los enfermos y, de entre ellos, a sus familias, que necesitan una atención especial por diversas razones. Por una parte, se pueden dar situaciones muy difíciles, ya sea por la gravedad, las limitaciones que impone o lo prolongado de la enfermedad. Además, “la enfermedad de las personas que amamos se padece con mayor sufrimiento y angustia. Es el amor que nos hace sentir esto. Muchas veces para un padre y una madre, es más difícil soportar el dolor de un hijo, de una hija, que el suyo propio” [1].
“Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). Estas “palabras de Jesús son el origen de la vocación materna de María hacia la humanidad entera. (…) Como madre del Señor comienza para ella un nuevo camino de entrega (…). La vocación materna de María, la vocación de cuidar a sus hijos se transmite a Juan y a toda la Iglesia. Toda la comunidad de los discípulos está involucrada en la vocación materna de María” [2]. Así, María es convertida en modelo privilegiado para aprender a realizar el acompañamiento a las familias de los enfermos. Le ha sido encomendado por su Hijo en la Cruz el cuidado de San Juan y el de cada hombre; muy especialmente a quienes están particularmente asociados a la Cruz de su Hijo, como son los enfermos y sus familias.
Ella supo acompañar a su Hijo sufriendo con Él. “En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que este llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. Se sentirán acompañados, acogidos (…). La palabra latinaconsolatio, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un ser-conen la soledad, que entonces ya no es soledad” [3].
No se trata solo de estar físicamente cerca de las familias que cuidan a sus familiares enfermos. Hemos de hacer nuestro el programa de San Pablo: “Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran” (Rm 12, 15). Saber oír y compartir sus cansancios y tristezas, acompañar su soledad, … No podemos acompañar el sufrimiento de los demás como meros espectadores. Tomarse en serio acompañar a las familias de los enfermos implica involucrarse con ellas, hacer, de algún modo, nuestros sus sufrimientos.
Nos parece importante llamar la atención sobre algunas situaciones particularmente difíciles, como son enfermedades de larga duración, personas con problemas de salud mental o con importante deterioro cognitivo, o personas con una particular dependencia. Asimismo, debemos prestar una particular atención al familiar que se convierte en el cuidador principal, ya sea por tratarse de familias con uno o pocos miembros, o de familias más numerosas en las que acaba recayendo el cuidado en uno solo de los seres queridos. Ciertamente, deberemos atender de modo distinto estas diversas situaciones.
No es igual cuidar durante un tiempo breve a un enfermo o hacerlo un tiempo prolongado, o que los cuidados requieran un mayor o menor esfuerzo con el consiguiente cansancio. En ocasiones, nos encontramos con “personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer” [4].
Acompañar a quien cuida un miembro de la familia con problemas de salud mental necesita una mayor carga de paciencia y comprensión. Entre otras razones porque sigue pesando un especial estigma sobre las personas con enfermedad mental. No podemos perder de vista que son personas especialmente vulnerables y el desgaste de la familia que les cuida es más profundo.
Cuando se trata de familias con un número importante de miembros, los cuidados pueden ser asumidos por más personas y la “carga” gozosa de cuidar a unos padres, por ejemplo, no se hace tan onerosa como en los casos de familias con menos miembros. Sin embargo, no es infrecuente en algunos casos que, en la práctica, la mayor parte de la responsabilidad del cuidado cotidiano recaiga principalmente sobre uno o dos familiares y los demás puedan despreocuparse un tanto, con la sensación de soledad de ese cuidador principal. Entonces, nuestra principal labor estará encaminada, además de acompañar al cuidador principal, a promover una toma de conciencia del resto de los familiares, respecto de la responsabilidad que tienen todos y cada uno de ellos, ciertamente, en función de las demás obligaciones y tareas de cada miembro de la familia.
No queremos dejar de agradecer a tantas personas que, sin ser familia de sangre, cuidan de los enfermos y, en cuanto cuidadores, también deben ser objeto de nuestra atención y acompañamiento. Pensemos en tantos profesionales sanitarios, en los voluntarios en parroquias y centros hospitalarios, o en tantos otros agentes que trabajan en la Pastoral de la salud y se convierten también en familia del enfermo
En la Iglesia somos conscientes del tesoro que son cada uno de los enfermos y quienes les cuidan. “Vuestro silencioso testimonio es un signo eficaz e instrumento de evangelización para las personas que os atienden y para vuestras familias, en la certeza de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante de Dios (Ángelus, 1 de febrero de 2009). Vosotros sois los hermanos de Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo (Concilio Vaticano II, “Mensaje a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren”) [5].
Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral
✠ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Presidente
✠ Francesc Pardo Artigas
Obispo de Gerona
✠ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva
✠ Santiago Gómez Sierra
Obispo auxiliar de Sevilla
✠ Luis Javier Argüello García
Obispo auxiliar de Valladolid
Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de pastoral, en la Pascua del Enfermo del año 2018
Rafael Tenorio
Director del Secretariado Diocesano de Pastoral de la salud