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Concretar acciones al servicio de los pobres

Con cierta frecuencia, a propósito de las enseñanzas de la Iglesia y, más en particular, de los documentos pontificios, algunas personas parecen tener la sensación de que son textos demasiado genéricos. Bonitas palabras, pero difíciles de llevar a la práctica. Esta impresión se difumina leyendo el magisterio del papa Francisco, colmado de ejemplos sugerentes y de retos específicos.
En estos párrafos quiero evocar algunas de las concreciones que el Obispo de Roma ha formulado en sus dos últimas encíclicas: Laudato Si’ (LS), sobre el cuidado de la casa común, de 2015, y Fratelli Tutti (FT), sobre la fraternidad y la amistad social, de 2020. Son pautas que nos llevan a compartir, a vencer nuestro egoísmo y salir de nosotros mismos para auxiliar a quienes se hayan sometidos a pruebas diversas. Pueden servir para celebrar con genuino provecho la IV Jornada Mundial de los Pobres. Esta iniciativa, alentada por el Santo Padre con entusiasmo y ardor, coincide con el 33º domingo del Tiempo Ordinario. Esta vez tiene lugar el 15 de noviembre próximo y es una llamada imperiosa a tender la mano a los menesterosos.
Recordando la distinción clásica entre las obras de misericordia corporales y espirituales (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447), divido mi exposición en dos secciones.
Concreciones ‘corporales’
Comentando la parábola evangélica del buen samaritano (cfr. Lc 10, 25-37), Su Santidad indica que “es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia” (FT 78).
En Laudato Si’, el Sucesor de Pedro había ya observado: “Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida” (LS 211). A continuación, individuaba varios ejemplos bien asequibles para cambiar el rumbo de nuestra vida a mejor: “Evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias” (LS 211).
En varios momentos de la encíclica Fratelli Tutti, habla el Papa de la importancia de la caridad política. Es interesante reconocer que lo hace de un modo bien preciso, estimulante, cercano e inclusivo: “Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (FT 186).
En el siguiente párrafo seleccionado, por ejemplo, el Papa es capaz de vincular algo tan cotidiano como es cuidar el agua que sale del grifo en casa con el nivel moral de la humanidad, la preocupación ecológica y el respeto a los derechos humanos: “Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras”(FT 117).
Otras pistas las encontramos cuando al Santo Padre alude a la importancia de la sobriedad y dice: “Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración” (LS 223). Con ello, enlaza ya con la importancia de humanizar las relaciones cotidianas, reivindicando el “laborioso cultivo de la amistad”, que a veces puede quedar minusvalorado en nuestro mundo, marcado por las relaciones digitales. “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (FT 43). Si en vez de gastar tanto tiempo en enviar mensajes, mirar el teléfono móvil o quedar atrapados por el brillo de la pantalla de una tablet, miramos a quien tenemos al lado, lo escuchamos, salimos a su encuentro, lo tomamos en serio, secamos sus lágrimas, compartimos sus anhelos, etc., estamos inyectando enormes dosis de bondad llamadas a romper círculos viciosos y nocivos. Pero con esto entramos ya en otra sección, tan inspiradora como la primera.
Concreciones ‘espirituales’
“El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor” (LS 231). Recojo ahora cinco tipos de gestos cotidianos que podemos considerar como “obras de misericordia espirituales”. Son actitudes que caldean nuestra alma y la hacen sensible a las necesidades ajenas, sobre todo a las penurias de los más vulnerables.
Según indica el papa Francisco, la amabilidad nos libera de la crueldad, de la ansiedad y de la urgencia distraída. “Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir ‘permiso’, ‘perdón’, ‘gracias’. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa”(FT224).
Esta amabilidad se plasma en el cuidado del diálogo, que tantas veces hoy brilla por su ausencia y se convierte en manipulación, sucesión de monólogos o meras negociaciones interesadas. “Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad”(FT 202).
Un modo bien concreto en el que la amabilidad y el diálogo toman forma es el espíritu del ‘vecindario’, sobre todo en ciertos barrios populares, que viven auténticas relaciones de vecindad, “donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial. Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre sus pueblos” (FT 152).
Por supuesto, nada de esto evita la existencia de conflictos. Pero, ¿qué hacer con ellos? “Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió́ y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa” (FT 249). Y advierte el Obispo de Roma: “No me refiero solo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer memoria del bien” (FT 249).
Relacionado con ello, está la última de las concreciones que he seleccionado: “Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso” (LS 215). Invitándonos a todos a ser contemplativos en medio de la vida cotidiana, el Papa afirma que “el universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre” (LS 233). Para cultivar esta actitud contemplativa, en el sexto capítulo de la encíclica Laudato Si’, Francisco recuerda la importancia de los signos sacramentales, del descanso dominical y del encuentro festivo comunitario, entre otras ayudas privilegiadas que encontramos en nuestra tradición eclesial.

Una Jornada que estimule nuestra creatividad
No echemos en saco roto estas pistas tan luminosas que Su Santidad nos brinda como una oportunidad de gracia. Sintámonos todos, leyendo su magisterio, invitados a estar cerca de quienes carecen de lo necesario, de aquellos que están hartos de palabras banales y tienen sed de un amor concreto, diligente y raudo, que abra nuevos horizontes y arranque del pesimismo y la postración.
Las sugerencias del Papa piden ser comentadas en reuniones de pastoral, grupos apostólicos, ambientes juveniles que busquen caminos no roturados, escuelas de formación cristiana, reuniones de Caritas… Pueden servir de acicate para llenar de contenido esta Jornada de los Pobres, oportunidad propicia para cancelar nuestra posible tibieza y atender a los necesitados, implicándonos en la solución de sus problemas, como hicieron los santos, que resplandecen en la historia como antorchas de incesante caridad.
Santos como Francisco de Asís, Ángela de la Cruz, Juan de Dios, Teresa de Calcuta, Damián de Molokai, Leopoldo de Alpandeire, Carlo Acutis y otros, nos enseñan a seguir las huellas de Cristo, poniendo por obra lo que leemos en la Carta a los Romanos: “Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde” (12,15-16). De ellos aprendemos que nadie se salva solo. Todos somos deudores. Por eso hemos de sumar voluntades, desgranar ideas, emprender acciones benéficas, de modo que nuestras almas se conmuevan ante el clamor de quienes menos tienen.
Socorriendo a los desvalidos, al estilo de Cristo Jesús, nuestra fe se volverá activa, nuestra esperanza firme y dinámica nuestra caridad. Ojalá que, por medio de esta Jornada, Dios ensanche nuestros corazones, para que sepamos poner en marcha una creatividad eficaz y regeneradora en aras de una vivencia profunda y cotidiana del Evangelio, continuamente al servicio de los pobres y desfavorecidos de este mundo.
Tras lo dicho, alguien puede pensar que los esfuerzos y puntos reseñados no van a cambiar el mundo. Que lo sugerido por Su Santidad es una simple minucia, poco para lo mucho que hay que arreglar a nuestro alrededor. A este respecto, hay que llenarse de esperanza y ánimo tomando en cuenta una observación que hace el mismo papa Francisco: “Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente” (LS 212). Adelante, pues.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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