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Orar, escuchar y cantar: tal es la participación

Requiere la audición de los textos litúrgicos proclamados con voz clara, recitando con sentido.

Cuando se celebra con prisas, las oraciones pasan rápido, incomprensibles. La participación litúrgica sin embargo lleva a la comunión en la oración, y por eso las oraciones del Misal que el sacerdote pronuncia, deben ser oradas realmente, bien recitadas, y todos escucharlas con atención y recogimiento para decir conscientemente «Amén».

Los textos litúrgicos expresan y reflejan la fe de la Iglesia. Nadie puede alterarlos sino recitar los textos del Misal tal como están allí escritos; pasan a ser patrimonio de todos en la medida en que escuchados cada año litúrgico, van forjando la inteligencia cristiana y se graban en la memoria. Son una gran catequesis de la Iglesia y una fuente de espiritualidad para luego meditarlos personalmente.

Participar, asimismo, es escuchar con inteligencia y con el corazón. Hemos de recuperar el valor sagrado de la liturgia de la Palabra, con una atención cordial a las lecturas; necesita el canto del salmo responsorial que ayuda a interiorizar; y el silencio meditativo después de la homilía, así como buenos lectores (que sepan leer bien en público y vocalizar).

¡Y cantar!, que es participar y rezar con amor. Potenciar la solemnidad, la oración y el canto en la liturgia, es cultivar un gran medio de participación activa de todos para unirse al Misterio.

Cantar es propio de la liturgia. Unos cantos pertenecen a un solista-salmista, otros al coro y otros a todos los fieles (como las respuestas al sacerdote y las aclamaciones), sin vergüenza de cantar ni miedo a desafinar. ¡Cantar! La liturgia no es un concierto hermoso delante de espectadores, o su extremo contrario, querer que todos lo canten todo.

Cantar no estorba el recogimiento, sino que ya de por sí es oración y medio de participación, cuando los cantos corresponden al texto de la liturgia y la música es apropiada, solemne y espiritual, sabiendo que hay cantos cuyo texto es invariable (el Gloria, el Credo, el Sanctus…) y sin paráfrasis.

Pues para que los fieles no permanezcan como “extraños y mudos espectadores” (SC 48), el canto ayuda a la participación común a condición de que el canto sea litúrgico, con música de calidad para la liturgia que es sagrada, y que la letra sea litúrgica evitando el sentimentalismo y la subjetividad (los cantos en singular: “mi”, “me”).

¿Sabías que para la Misa al menos deben encenderse dos candeleros con sus cirios?

Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o cerca del mismo, colóquese en cada celebración un mínimo de dos candeleros con sus velas encendidas o incluso cuatro o seis, especialmente si se trata de la Misa dominical, o festiva de precepto, y si celebra el Obispo diocesano, siete. También sobre el altar o cerca del mismo ha de haber una cruz con la imagen de Cristo crucificado (OGMR 117).

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